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La despedida de ‘Caballo Loco’

‘Caballo Loco’ llevó la política hasta sus últimas consecuencias. Con su despedida, se dio el lujo de impedir que sus contradictores lo vieran derrotado

21 de abril de 2019 Por: Pedro Medellín

Era un político impetuoso. Le gustaba jugarse a fondo. Sobre todo cuando se trataba de enfrentar a sus enemigos. Alan García, no tenía límites. Nunca los tuvo. No reparaba en consecuencias. Jamás lo hizo. Por eso lo llamaban ‘Caballo Loco’. Fue presidente del Perú a los 35 años. Era capaz de todo para hacer morder el polvo de la derrota a quienes lo enfrentaban.

La decisión de suicidarse lo dibuja de cuerpo entero. Antes que verse arrastrado por el tsunami de las acusaciones por corrupción en el caso Odebrecht, quiso imponer el sello de victoria sobre sus enemigos. El párrafo final de la carta que deja a sus hijos refleja bien su personalidad: “No tengo por qué aceptar vejámenes. He visto a otros desfilar esposados aguardando su miserable existencia, pero Alan García no tiene por qué sufrir esas injusticias y circos. Por eso, les dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones; a mis compañeros, una señal de orgullo. Y mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios porque ya cumplí la misión que me impuse”.

‘Caballo Loco’ había anticipado su final. En los inicios de 2017 dijo que “Cuando muera, espero que todos los que hablan mal de mí vayan a mi tumba y digan me equivoqué, porque no te encontraron nada ni a ti ni a nadie (de sus colaboradores)”. Era su respuesta a las capturas de Edwin Luyo y Mariela Huerta, miembros del comité para licitación del metro de Lima; Miguel Navarro funcionario del Ministerio de Transportes; y Jorge Cuba, ministro de Comunicaciones de su segundo gobierno. Todos acusados de recibir sobornos de la firma brasileña. A García se le acusaría de haber recibido US$7 millones como coima para ganar el contrato de construcción del Metro de Lima.

Era un político tan intrépido, que en los inicios de 1990, para evitar la victoria en las elecciones presidenciales de su más duro crítico, el escritor Mario Vargas Llosa, Alan García (como presidente) fue el artífice de la sorpresiva victoria del desconocido Alberto Fujimori. Primero lanzó la candidatura de su vicepresidente Luis Alva Castro. Sabía que no ganaría, pero sí le restaría alguna votación a Vargas Llosa. Así fue. En la primera vuelta presidencial el novelista ganó con poco más de 2 millones 700 mil votos, frente al millón 900 mil de Fujimori y millón 400 mil de Alva Castro.

Luego, ante el exitoso resultado que estaban teniendo las denuncias de Vargas Llosa sobre la evasión de impuestos por parte de Fujimori, cuentan los que saben que Alan García reforzó el equipo de campaña fujimorista con dos hombres claves de inteligencia: Francisco Loayza y Vladimiro Montesinos, quienes no sólo fueron claves para revertir la estrategia del novelista, sino para lograr que en la segunda vuelta presidencial, Fujimori duplicara la votación obtenida por Vargas Llosa y asumiera la presidencia.

Lo que ‘Caballo Loco’ no esperaba, era que Montesinos se volviera en su contra y, para garantizar el control total sobre Fujimori, lo convenciera de que su antecesor había urdido una operación para sacarlo del poder. Fujimori ordenó la detención de García, pero logró evadir la captura y refugiarse en una casa vecina, desde donde luego saldría a la embajada de Colombia, que lo acogería como refugiado político.

Del exilio regresaría para hacerse reelegir como Presidente de los peruanos. Sólo que esta vez lo hizo con una cierta sensatez que le permitió llevar al Perú hacia el crecimiento que aún hoy sostiene.

‘Caballo Loco’ llevó la política hasta sus últimas consecuencias. Con su despedida, se dio el lujo de impedir que sus contradictores lo vieran derrotado; que seguidores lo vitorearan a su paso por la avenida Alfonso Ugarte, la plaza Dos de Mayo y la Plaza San Martín de Lima; y que el gobierno decretara tres días de duelo.