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Juan Esteban Constaín, el hombre que se acordó de Chesterton

El autor payanés vuelve a la novela. Y a la historia. Acaso nunca se ha ido de ninguno de esos dos mundos. Lo hizo con ‘El hombre que no fue Jueves’, un homenaje al autor inglés G.K. Chesterton, a quien sus seguidores desean que el Vaticano convierta en santo. Mejor que no suceda: de este lado del cielo es difícil saber lo que es la santidad verdadera.

4 de mayo de 2014 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de GACETA

El autor payanés vuelve a la novela. Y a la historia. Acaso nunca se ha ido de ninguno de esos dos mundos. Lo hizo con ‘El hombre que no fue Jueves’, un homenaje al autor inglés G.K. Chesterton, a quien sus seguidores desean que el Vaticano convierta en santo. Mejor que no suceda: de este lado del cielo es difícil saber lo que es la santidad verdadera.

Es serio, Constaín. O eso comienza a sospechar uno. Usted se lee ‘El náufrago del imperio’ y entonces el tipo se permite contarle la historia de Gerardo Bermeo, a quien se le ocurrió rescatar nada más y nada menos que al mismísimo Napoléon de la isla de Santa Helena, a la que había sido confinado por los británicos, para llevárselo a reinar en una de esas repúblicas desorientadas que nacían en la América del Sur. Después está ‘¡Calcio!’. Otra novela. Corta también. Apareció en 2010 y se quedó con el premio Espartaco de la Semana Negra de Gijón a la mejor novela histórica. —“¡Calc(h)io!”, remarca Constaín en su italiano perfecto, porque es la lengua de su mamá y una de las siete que domina—. Allí, en esas páginas, el asunto se complica más: nos devuelve a la génesis del dios fútbol; al primer partido de la historia. ¡Qué serio suena eso!Es que Juan Esteban Constaín es historiador. Nacido en Popayán en 1977, estudió en Melton College, en Inglaterra, tiempo después se marchó para Venecia a hacer una maestría en historia del Mediterráneo y años más tarde terminó un doctorado en historiografía antigua. Él dice que fue vago, que no le gustaba leer, que en sus primeros años fue pésimo estudiante. Pero uno no le cree porque encima este hombre va por la vida con cara de niño bien portado.La culpa de que el destino se torciera —eso ya lo ha contado— la tuvo Asita Madariaga de Mallarino, con quien tomó clases de teatro en la Bogotá de 1989. De niña, ella había sido actriz del grupo de teatro de García Lorca. De grande contaba historias. Lo hacía los miércoles en las tardes, casi siempre obras de teatro españolas. Hasta que un día leyó un libro que tuvo en vilo al niño Juan Esteban durante horas, “sin querer salir ni siquiera al recreo”. Mucho tiempo después vino a entender que, como quiera que ese oficio se llamara, era lo mismo que él aspiraba a hacer: contar, narrar. Inicio, nudo, desenlace. Mientras terminaba de hallar el camino Constaín fue profesor universitario. De historia, claro. Lo fue hasta hace muy poco cuando sintió que lo único que necesitaba para hacerse a un lugar en el mundo, además de sus dos hijas, era escribir. Era la literatura. La palabra.Se hizo caso a sí mismo y de esa necesidad nació ‘El hombre que no fue Jueves’ (Random House), su tercera novela. Y vaya si hay que ser muy serio en esta vida para hablar de las cosas que se narran en estos once capítulos: la fuga de Casanova de las mazmorras del Palacio Ducal, el cariño reverencial de los italianos por la comida —los sabores de la ‘mamma’—, las cruzadas, los vientos alevosos que comenzaron a soplar entre John Lennon y Paul McCartney y que precipitaron la borrasca que desapareció a Los Beatles, los escándalos de pederastia de la iglesia católica. También el proceso que el Vaticano estudia para tener en su santoral a Gilbert Keith Chesterton. Sí, leyó bien: G.K. Chesterton, el célebre escritor inglés. En un aparte de esta novela, Constaín nos ayuda a entender cómo sucede algo así, tan descabellado, tan de no creer: “De este lado del cielo es difícil saber lo que es la santidad verdadera”. De eso, de Chesterton, se trata pues esta novela. O esa es la excusa, digamos. “Un homenaje a uno de mis escritores favoritos”, como la presenta Constaín, sentado bajo el cielo dorado caleño una tarde de miércoles, como las tardes de la infancia en la casa de Asita en La Calleja. El guiño viene desde el título mismo: ‘El hombre que no fue jueves’ no es otra cosa que una licencia que se permitió Constaín para bautizar su novela a partir de una de las obras más conocidas del inglés, ‘El hombre que fue jueves’. Pasó que después de ¡Calcio! —dice— demoró en encontrar un tema que le apasionara igual. Que lo obligara, como le pasa cuando se enciende la necesidad de contar, a sentarse a escribir sin talanquera.Pensó inicialmente en un relato inspirado en la Edad Media. Pero pronto desechó la idea al considerarla acartonada. Y en esa esquina de la historia andaba cuando recordó la petición hecha al Vaticano de santificar al creador del Padre Brown, personaje cardinal de medio centenar de historias del universo ‘chestertoriano’.Constaín hizo lo de siempre, lo que sabe, la pausa necesaria de un historiador de raza antes de enfrentar la pantalla en blanco: bucear en los hechos, en los libros, en los siglos. Encontró que la razón que esgrimían los seguidores de Chesterton de elevarlo a los altares de Dios se situaba en un episodio de 1929 —que no se va a revelar aquí, ni más faltaba, señor lector— cuando el gran escritor inglés prestó un servicio a la iglesia, por solicitud del papa Pío XI.“Una petición tan absurda y bonita a la vez que parece sacada de una novela del propio Chesterton”, piensa Constaín, quien llegó a este autor por los caminos de Charles Dickens. “Las ediciones que tengo yo de sus novelas están acompañadas de prólogos de Chesterton. Solo leyendo esos prólogos descubrí a un escritor tan grande, tan brillante como el propio Dickens. Un escritor que va diciendo cosas inteligentes todo el tiempo. Fue así como me fui interesando por sus ensayos, sus poemas, sus cuentos, sus novelas; se me volvió un ídolo”. El historiador encontró que fue hasta 1958, veintidós años después de la muerte de Chesterton, cuando comenzaron a discutirse los méritos de la causa de su santidad. Y que la cosa tuvo que esperar hasta el papado de Benedicto XVI cuando a alguien se le ocurrió limpiarle el polvo del olvido a ese viejo proceso.Sucedió pocos días antes de convertirse en el primer Papa en renunciar al trono de San Pedro antes de que la muerte tomara la iniciativa. Y se enteró gracias a una carpeta suministrada por Johann Child, quien a su vez la había recibido de manos de Jorge Bergoglio (actual Pontífice), para ese entonces obispo de Buenos Aires. Todo eso nos lo va contando Constaín como el maestro que nunca ha dejado de ser, así ya no se pare frente a un salón repleto de estudiantes. Lo hace con humor, con ironía. Porque Juan Esteban Constaín no es el tipo intelectual-aburrido y hasta flemático y monástico que su biblioteca de más de tres mil títulos plagada de tomos del Siglo XV nos quiere hacer creer.Luis H. Aristizábal ha estado ahí. La describe: está llena de clásicos, de voces de muchos mundos y de varios títulos incunables, “libros rarísimos que se publicaron antes de la imprenta y que él se las ingenia para conseguir en sus viajes y de muchas otras maneras”. Aristizábal es escritor, ensayista y reseñista y uno de los primeros en advertir la calidad literaria de Constaín, pese a la crítica demoledora que escribió para la revista El Malpensante cuando vio la luz ‘El náufrago del imperio’, en 2007. “Yo sabía que detrás de esa novela poco afortunada se escondía sobre todo un mal editor; pero dejó ver a un escritor de talento extraordinario y con un conocimiento enciclopédico como no lo tiene ningún otro en Colombia. En un mismo libro él te puede hablar de fútbol, lo mismo que de Los Beatles. Pero, no hay que engañarse, detrás de ese hombre cultísimo hay un tipo que no se toma las cosas muy en serio”. Aristizábal siente que Constaín inauguró en nuestras letras un raro género: ese que mezcla “el ensayo, la autobiografía, los libros de viajes. A lo Vila-Matas, a lo Javier Cercas”. Historias contadas “en clave de ‘zapping’, en los que va cambiando de canales permanentemente. Lo hace sin el menor problema y con una solvencia tal que le permite llevar a sus personajes desde la más remota antigüedad hasta los tiempos actuales”.No es una pose. De eso está seguro Ricardo Silva Romero, su amigo y compañero de generación literaria, que cada vez que tropieza con Constaín lo ve “con un libro raro entre las manos”. Entonces esta novela, asegura Silva, “es lo más cercano a la persona que es Juan Esteban Constaín. Porque él es uno de esos autores que son al mismo tiempo la persona que escribe y la que camina por la calle. El escritor de ‘El hombre que no fue Jueves’ es el que más se parece a Juan Esteban: está lleno de anécdotas, de datos precisos y de una conversación tan culta y lúcida que bien nos puede hablar, digamos de Casanova y después de una lata de Coca Cola. De lo más trascendental a lo más ligero. Esa es su forma de vivir y es también su estrategia narrativa”.Entonces uno piensa que Constaín es pariente de su personaje Cinzia Crivellari —profesora de historia, cómo no— que “podía hablar de cualquier tema con una erudición que solo tienen los especialistas en cada cosa y ella en todas juntas”, como él mismo la describe. Pero él se siente más cómodo con que lo llamen escritor. Un escritor que se fugó, como Casanova de las mazmorras del Palacio Ducal, de la historia, siempre tan notarial, ¡tan seria! para hacerse ciudadano del país de la ficción. “Contrario a lo que se pudiera pensar de entrada, es más difícil escribir ficción que hacer investigación histórica. Puede realmente llegar a ser lo contario: nada necesita tanta investigación y tantas dosis de verosimilitud como la novela histórica pues todo tiene que tener sentido y estar sometido a lo fáctico”.‘El hombre que no fue jueves’ es una lección de eso justamente. Ya lo verá, señor lector. ¡Bendito Chesterton que estás en los cielos!

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