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Aunque "lo nacieron" en Lima, desde los cinco meses de edad el exatleta vive en Cali. | Foto: José Luis Guzmán / El País

ATLETA

Jaime Aparicio, el atleta caleño que conquistó las estrellas

Acaba de cumplir 90 años y es un precursor pues fue el primer colombiano en ganar en el exterior, en días en los que el deporte era considerado "vagancia".

7 de octubre de 2019 Por: Santiago Cruz Hoyos, editor de Crónicas y Reportajes

El sábado 17 de agosto de 2019, el exatleta Jaime Aparicio Rodewaldt cumplió 90 años. En el norte de Cali el grupo de aficionados a la astronomía – Antares – del que fue presidente durante 21 años, le rindió un homenaje. Hubo aplausos.

En casa no se celebró demasiado. Por esos días su esposa, la abogada y especialista en finanzas Beatriz Jaramillo, sufrió un accidente en las gradas, así que debieron operarla. Beatriz por fortuna se encuentra en perfecto estado de salud.

Es ella quien abre la puerta de la casa en esta mañana de miércoles, vestida con una blusa azul y la frescura de quien acaba de salir de la peluquería o levantarse del tocador. Atrás viene Jaime, con una camisa a rayas por dentro de su pantalón.

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Más adelante Beatriz dirá sonriendo:
– Lo mantengo divinamente vestido. No hay cosa más fea que un viejo mal arreglado.
Jaime a su vez aprovechará travieso para introducir la frase con la que, asegura, ha cuidado su matrimonio durante 45 años.
– Lo que usted diga, mija.
Cuando se miran, sus ojos delatan una complicidad a prueba de todo.

***

Como están pintando la casa, Jaime propone hacer la entrevista en la oficina que abrió hace 36 años con Beatriz: Inversiones Aparicio Jaramillo.

–Podemos ir en el carro – sugiere.

A sus 90 años, conserva la salud intacta como para conducir. Aunque en los últimos días ha vívido una pequeña tragedia: le duele la espalda, lo que le impide salir a caminar. Quizá el dolor se deba a que lo cogió un carro en 1978, o a que superó quién sabe cuántas vallas durante su carrera como atleta, o a permanecer encorvado mientras dibujaba en su mesa de arquitecto. Lo más probable es que sea una mezcla de todas las anteriores.

Los médicos le recomendaron utilizar un corrector de postura, pero a Jaime, que desde niño hizo deporte intensamente, lo que en realidad le pesa es eso de no salir a caminar. Hasta hace unos meses acostumbraba a ir a una calle del barrio Tejares, muy cerca de su casa en San Fernando, en donde recorría un circuito hasta completar cuatro o cinco kilómetros.

Desde la cocina de su casa, donde finalmente hacemos la entrevista para escapar del olor a pintura, señala el que es su “nuevo gimnasio”: las gradas. Por allí sube y baja despacio. El hábito de ejercitarse intenta mantenerlo en la medida de sus posibilidades, dice. Tal vez aquel sea el secreto para conservar esa vitalidad que rara vez decae.

Jaime Aparicio acostumbra a levantarse a las 6:45 am, cuando llega Adelita a casa. Se acuesta a eso de las 11:00 de la noche. El fútbol y la lectura son dos de sus placeres imprescindibles.

Mientras revisa algunos sobres en la cocina, Beatriz hace memoria para revelar detalles de su esposo “que no se han contado”. Su gran defecto, por ejemplo, es la comida. Come muy poco. Adelita, la señora que les ayuda en las labores de limpieza de la casa desde hace décadas, asiente mientras prepara un jugo en la licuadora. Aunque ella mejor que nadie conoce la debilidad de quien fue considerado el cuarto mejor atleta del mundo:

– El dulce.

En las mañanas, justo después de desayunar, continúa Beatriz, Jaime acostumbra a leer el diario El País. Procura mantenerse informado. En la cocina de hecho menciona la situación política del Perú, la columna de Alfredo Carvajal Sinisterra sobre los trancones en el sur, el título del equipo femenino del América. Es aficionado de los ‘diablos rojos’.

Aunque es cierto que es un gran lector, aclara que no le gustan las novelas. Prefiere los libros que se pueden leer desde la primera o desde la mitad o desde la última página. Como las enciclopedias, los atlas, los textos de ciencia y por supuesto, los periódicos.

Si Jaime no está leyendo, lo más probable entonces es que esté viendo algún partido de fútbol, continúa Beatriz. Cuando lo conoció, Jaime le mencionó aquella afición pero ella nunca supuso que el fútbol sería un asunto del que se hablaría en casa todos los días durante 45 años, comenta y mira a su esposo con esa complicidad amorosa.

Jaime, además de ser hincha del América, coleccionaba la revista El Gráfico de Argentina y memorizaba las alineaciones de la época de los equipos gauchos. También puede recitar la alineación completa de la Selección Colombia. Mi nombre de hecho lo recuerda asociando el nombre del lateral de la Selección: Santiago Arias.

En la cocina, Beatriz continúa recordando “lo que no se ha escrito” de Jaime Aparicio. Como que el diploma de los Juegos Panamericanos de 1951 que ganó en Argentina está firmado por Juan Domingo y Evita Perón. O el día en que el presidente de Colombia en 1986, Belisario Betancur, lo llamó para que viera el paso del cometa Halley desde el avión presidencial.

– He tenido suerte. He estado en el momento exacto, a la hora indicada – explica Jaime con cierta modestia, y comienza a narrar su historia.

Si nació en Lima, Perú, el 17 de agosto de 1929, fue más bien por una casualidad o un accidente. Su madre, Ernestina Rodewaldt, hija de alemanes, tenía problemas de salud en días en los que era más fácil llegar hasta Buenaventura para tomar un barco hacia Lima, que ir en carro hasta Bogotá. Como la medicina en Cali era aún muy precaria, el padre de Jaime, el ganadero Abraham Aparicio Vásquez, decidió llevar a su esposa al Perú para que fuera tratada.

– Es por eso que digo que “me nacieron en el Perú”. Pero soy de Cali.

Cinco meses después de haber nacido Jaime, la familia regresó al barrio San Fernando, una zona de la ciudad que invitaba a hacer deporte. A un par de cuadras estaba el estadio Pascual Guerrero - fue inaugurado el 20 de julio de 1937 - , el Club San Fernando, las canchas de los parques, y Jaime pasó su infancia y su juventud jugando fútbol, o voleibol, o basquetbol, o ping - pong, o nadando, o haciendo atletismo. Alguna vez boxeó. Cuando llegó a la casa con un ojo colorado sus padres lo regañaron.

Siempre que practicaba algún deporte debía utilizar gafas. Desde niño fue diagnosticado con miopía, un defecto que produce una visión borrosa o poco clara de los objetos lejanos. También fue diagnosticado con daltonismo, defecto genético heredado de uno de sus abuelos.

Jaime no distingue el color de la nevera, o el tono del corrector de postura que está sobre la mesa, pero dice no importarle demasiado. El daltonismo no duele, al fin y al cabo.

– Además yo creo que los que ven mal son ustedes – apunta y se sonríe.
Beatriz le recuerda que confundir los colores tal vez le hubiera impedido ser lo que algún día soñó: médico.

Jaime se presentó a la carrera de medicina, pero al final estudió arquitectura en la Universidad del Valle y en la Universidad de Florida, Gainesville, en Estados Unidos.

También se convirtió en el primer deportista colombiano en ganar una medalla internacional.

***

No tener que quitarse los lentes para correr fue trascendental para que Jaime Aparicio eligiera el atletismo como su deporte definitivo. También la marca que logró por primera vez, mientras competía con su colegio, el Berchmans, en los intercolegiados de 1946: 11.1 segundos en los 100 metros planos, sin haber tenido mayor preparación. El récord mundial lo conserva el jamaiquino Usaín Bolt, que en 2009 hizo 9.58 en un mundial.

Tras su buen tiempo, Jaime comenzó a tomarse el atletismo en serio. No le importó que finalizada la Segunda Guerra Mundial el mundo había dejado de ponerle demasiada atención al deporte, o que en Colombia continuaba el conflicto entre liberales y conservadores, o que en Cali, una ciudad en aquel entonces del tamaño de un pueblo, los más ‘grandes’ eventos deportivos eran las competencias entre los colegios o entre los barrios: el equipo de fútbol de Granada contra el de San Fernando, por decir algo.

Jaime se propuso ganar a nivel internacional – algo considerado imposible para un atleta caleño en la época – y pronto entendió que para lograrlo debía entrenar todos los días y no como se hacía en ese entonces: una o dos veces a la semana, y al final de la práctica el ritual era “recuperarse” en una tienda tomando cerveza o aguardiente con los amigos.

– Me di cuenta que la falla de los colombianos estaba al final de las competencias. Se quedaban físicamente. Arrancaban muy bien, muy bien, pero en el remate se fatigaban. Así pasaba en el fútbol, en voleibol, en atletismo, en todo. América y Deportivo Cali tenían tremendos equipos, pero siempre perdían los partidos al final. Entonces empecé a entrenar como lo hacían los europeos: todos los días. Trabajaba velocidad, reacción, resistencia. Me preparaba con ocho meses de anticipación para las competencias. Y abrí la brecha para asumir el deporte de otra manera. Hoy lo vemos con deportistas como Egan Bernal. Los atletas colombianos son profesionales. En mi caso no tuve colaboración ni de los colegios ni de la universidad para dedicarme al atletismo. En mi casa el deporte tampoco era una prioridad, algo de lo que se hablara todo el tiempo, como sí sucedió con, por ejemplo, la bicicrosista Mariana Pajón. En mi época el deporte era considerado una actividad secundaria para la sociedad.

El que estaba en una cancha jugando fútbol o corriendo por ahí era visto como un “vago”. Aquellos eran los tiempos en los que se tenía la certeza de que la letra con sangre entraba.

Cuando Jaime llegó a Cali, después de haber sido campeón Panamericano en 1951, por citar un caso, un carro de Bomberos lo recogió en el aeropuerto  y lo llevó a su casa. Al siguiente día, en la universidad, un profesor lo sacó al tablero. Jaime pensó que iba a hacerle un reconocimiento por su medalla, pero el profesor le preguntó por los temas que habían visto el día anterior. Jaime, que había estado compitiendo, no sabía qué responder. El profesor dijo enseguida que quien faltara a clases, así sea para ganar una medalla panamericana, debía investigar los temas que se habían visto.

En otra ocasión Jaime pidió permiso en una empresa para competir en unos juegos en Chile, y su jefe le dijo: “mejor llame a Chile y pida que aplacen el evento, hay mucho trabajo acá”. Jaime en todo caso se fue a competir y tres días después lo despidieron.

– Me importó un comino.

Que en esas condiciones haya logrado ser campeón nacional de atletismo en los 400 metros vallas, su especialidad; o campeón Bolivariano en 1947, 1950 y 1951; o Centroamericano y del Caribe en 1950 y 1954; o Suramericano en 1954 y 1956; o Panamericano en 1951; o campeón nacional universitario en Estados Unidos en 1953, cree Jaime, se debió “a un chiripazo tal vez”, a estar en el momento exacto a la hora indicada, a sus padres que le aseguraron “los tres golpes” para entrenar, pero no a una organización nacional deportiva que apoyara a los atletas colombianos. Los Juegos Panamericanos de Cali en 1971 que él ayudó a organizar lo cambiarían todo.

Entre banderas

En la cocina, Beatriz recuerda otro episodio que jamás se ha contado. Cuando ella se especializaba en finanzas en Estados Unidos, y ni siquiera conocía a Jaime, una mujer que aseguraba predecir el futuro en una feria a cambio de 25 dólares que pagó una amiga suya, le dijo que el hombre de su vida lo reconocería “entre banderas”.

El 30 de julio de 1971, durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Panamericanos en el estadio Pascual Guerrero, lo recordó. En la pista atlética estaba Jaime Aparicio, quien portaba la antorcha con la que encendió el pebetero en medio de las 17 banderas de los países participantes.

Para ese entonces Jaime ya no competía en atletismo. Se había retirado muy joven, a los 27 años, cuando el trabajo como arquitecto le impedía entrenar a diario, lo que afectaba su rendimiento. Además, las medallas que lograba le representaban prestigio, pero jamás dinero.

Incluso durante las olimpiadas de 1956 en Australia debía entregar su tesis de grado. Nadie en la universidad lo apoyó diciéndole que entregara la tesis el año siguiente, por lo que tuvo que dedicarle su mejor tiempo a la arquitectura. Tal vez por eso en la olimpiada lo eliminaron en semifinales. Para llegar a Australia, además, tardó 70 horas en un avión que parecía darle la vuelta al mundo.

Ya en 1971 Jaime no solo trabajaba como arquitecto sino que también hacía parte de la organización de los Juegos Panamericanos. Era el director técnico deportivo. Fue allí donde conoció a Beatriz, quien también hizo parte de la organización.

La ciudad tenía problemas debido al crecimiento desbordado a causa de las migraciones masivas. A dirigentes como Alberto Galindo, Alfonso Bonilla Aragón, Nolasco Sierra, entre otros, se les ocurrió hacer un gran evento “que le interesara a todos”, una manera de rehacer el tejido social. Como a todo el mundo le interesa la política, se pensó en programar una conferencia de la ONU; como también a todo el mundo le interesa la religión, se pensó en traer al Papa. El sexo es también algo que a todos nos interesa pero en ese asunto prefirieron no meterse. Y por último estaba el deporte.

Se decidió organizar un evento ambicioso sin que el mismo se tragara a la ciudad. No era posible hacer una olimpiada, tampoco un mundial de fútbol, pero sí unos Juegos Panamericanos.

Jaime Aparicio estuvo en la delegación que viajó a Winnipeg para solicitar la sede, doblegando las propuestas de Chile y Estados Unidos. Todo se planeó con detalle. Llevaron fotos de la ciudad y del Valle del Cauca, un plan de inversiones, un orador excepcional, “una caja de música” que había sido Ministro de Educación: Daniel Arango.

Una vez ganada la sede, se decidió crear dos grupos de líderes de la ciudad. Uno se encargaría de alistar a Cali para los Juegos. Allí estaba Beatriz. Capacitaron a los taxistas, a los guías turísticos, promovieron el civismo. Otro grupo, en el que estaba Jaime, se encargó del certamen deportivo.

Jaime debía garantizar los escenarios para cada competencia, así como los implementos que requerían los atletas. Para los deportes ecuestres debieron traer los caballos desde Argentina y llevarlos al Club Campestre, donde permanecieron bajo estrictas medidas de seguridad. Que una garrapata picara a alguno de esos caballos era un problema.

Pero no fue el único obstáculo. En Buenaventura, dos meses antes del inicio de los Juegos, se robaron los balones Tachikara que habían sido solicitados con dos años de anticipación al Japón. Jaime estaba angustiado, aunque por esos mismos días la empresa Molten envío una carta proponiendo aportar los balones. Suspiró aliviado.

No por mucho tiempo, claro. Dos semanas antes de los Juegos, en Cali llovió como nunca y las canchas se inundaron. Jaime Aparicio volvió a correr, esta vez para construir desagües en los escenarios.

– El objetivo con los Juegos Panamericanos era dejarle a Cali una herencia deportiva. Le dejamos los sitios para entrenar gimnasia, boxeo, basquetbol, todo. De ahí apareció el remoquete de ‘Cali, capital deportiva de Colombia’. Contamos con el apoyo de México, que había organizado la olimpiada de 1968, y en especial del general José de Jesús Clark Flores, quien consiguió la sede para México. Él nos indicó quién vendía los balones, dónde estaba el tartán, quién vendía las mallas. Otra cosa importantísima fue que en la ciudad, tras los Juegos, se gestó Coldeportes. Se dieron cuenta en el país que había que tener una oficina dedicada al apoyo de los deportistas. Las delegaciones internacionales que llegaron tenían apoyo de sus estados para conseguir logros. Alfonso Bonilla Aragón, Alberto Galindo y otros dirigentes redactamos una serie de ideas de cómo debería ser el deporte colombiano. Y ahí nace la propuesta de tener organizaciones que respaldaran a los atletas.

A mediados del año 2002, en Cali se realizó una votación entre los que asistían a la ciclovía para definir el nombre del complejo que incluye 18 escenarios deportivos conocido como Canchas Panamericanas, sobre la carrera 39. Había tres opciones para votar: el exjugador de fútbol Delio ‘Maravilla’ Gamboa, el campeón de tiro Bernardo Tovar y Jaime Aparicio. Jaime obtuvo la mayoría de los votos como un reconocimiento a su legado.

El día del acto en el que se inscribiría su nombre en una placa, con presencia del Alcalde, un guarda de seguridad no lo quería dejar entrar a la Unidad Deportiva. No creía que fuera el mismo hombre de la placa. Lo mismo sucedió en el estadio Pascual Guerrero en 1971, cuando Jaime se quitó su traje de corbata por una pantaloneta para llevar la antorcha de los Panamericanos. El policía le advirtió que tenía órdenes de no dejar entrar a nadie que no portara escarapela y por poco el certamen estuvo a punto de no contar con quién encendiera el pebetero.

– Eso tampoco se había contado- dice Jaime en la cocina.

Hombre de ciencia

En su época de atleta de alto rendimiento, Jaime Aparicio entrenaba todos los días en el estadio Pascual Guerrero entre las 6:00 y las 8:00 de la noche. En su bolsillo siempre llevaba un plano con el nombre de las estrellas del firmamento.

Desde niño se hizo preguntas. ¿Qué era eso que alumbraba allá arriba? ¿Por qué la luna está una noche de una manera y después de otra? ¿Por qué el sol da en la mañana en un punto y en la tarde en otro?

Empezó a investigar. Vivió además en los años en que Rusia enviaba el primer hombre al espacio, lo que acrecentó su necesidad de entender qué era eso que se veía en el cielo en la noche mientras corría en el estadio.

En los descansos durante los entrenamientos sacaba el plano para identificar las estrellas. Después de 10 años de atletismo, supo identificarlas sin ayudas. Autodidacta, se convirtió en una voz autorizada en astronomía.

Tras el paso del cometa Halley en 1986, se juntó con otros aficionados al espacio y decidieron formar un grupo de orientación de temas del cosmos que en ese entonces no existía en Cali. Lo llamaron Antares.

Si Ares es el Dios de la guerra, Antares es la estrella de la paz, la más brillante de la constelación de Escorpio.

Aunque ya no es el presidente del grupo, Jaime aún dicta conferencias. Se reúnen cada 15 días en un auditorio del Museo Arqueológico La Marced. Cuando Jaime se encarga de dictar la charla, el salón se llena.

Beatriz dice que definitivamente es un hombre afortunado. La ciudad y el país lo quieren y nunca lo han olvidado. Le entregaron distinciones como la Cruz de Boyacá, la Orden de Caballero, la medalla Alberto Galindo, entre otras.

Jaime además es la adoración de sus 4 hijos (con Beatriz, quien fue su segunda esposa, tiene dos). Y por si fuera poco su nieto de 8 años, Sebastián, siempre le lanza frases inocentes pero tan poderosas que lo derriten. Hace unos días le dijo:

– Abuelo, me he dado cuenta que tú eres famoso porque la gente te reconoce en la calle y te visitan periodistas, pero si no lo fueras, yo te hubiera querido igual.

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