El final de Lula
Lula juega la carta de la persecución, pero lo que esconde es que le están aplicando la misma ley que él aprobó contra quien fuera condenado como lo es él ahora.
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2 de sept de 2018, 11:55 p. m.
Actualizado el 19 de abr de 2023, 04:34 a. m.
El panorama de las elecciones presidenciales en Brasil se despejó después de que el Tribunal Electoral anunciara que el expresidente Luiz Inacio Lula da Silva, en la cárcel desde abril por corrupción, no puede inscribirse como candidato en las elecciones de octubre. Con esta decisión se interrumpe la posibilidad de elegir al candidato favorito en las encuestas y termina la incertidumbre que creaban las largas jurídicas que venía interponiendo su equipo de abogados.
Le quedan ahora dos caminos al condenado exmandatario socialista. El primero es continuar con su cruzada de desconocer los veredictos de la Justicia y continuar su carrera hacia las urnas, para lo cual tiene tres recursos más en los que no se le augura buen futuro. De seguir en esa posición, el Partido de los Trabajadores podrá continuar haciéndole la campaña, pero corre el riesgo de que el día de las elecciones sus votos se consideren nulos.
La otra opción es aceptar la sentencia y anunciar como su candidato a Fernando Haddad, uno de sus alfiles y exalcalde de Sao Pablo. Algunos expertos en Brasil dicen que toda esta tramoya tiene el propósito de ir cimentando la campaña de Haddad, necesitado de un gran empujón ya que cuenta con muy poco respaldo en las huestes del exmandatario.
Hoy Lula juega la carta de la persecución, pero lo que esconde es que le están aplicando la misma ley que él aprobó contra quien fuera condenado como lo es él ahora. Eso lo que demuestra es fortaleza institucional porque es la justicia actuando en consecuencia con sus procesos. No se dejó amedrentar por quienes en la ONU y la OEA obran dependiendo de sus ideologías, casi siempre cercanas al Socialismo Siglo XXI.
El legado del expresidente está manchado y sus malas acciones tuvieron un efecto sobre todo Brasil. Lula pisoteó la moral del país y se convirtió en una especie de embajador itinerante de la cuestionada Odebrecht. Para la justicia es un hombre condenado en doble instancia a doce años y un mes de prisión por corrupción pasiva y lavado de dinero.
Incluso hasta su sucesora, Dilma Rousseff, sufrió los efectos del Gobierno Lula. Aunque no terminó en la cárcel, su gestión se vino al piso al ser contaminada por la herencia de su jefe. Lula acabó con la credibilidad de Brasil, que apenas se recupera de los desastres causados en la ética pública y casi colapsa a la economía, a la cual sus actuaciones sumieron en la más grande recesión de los últimos 50 años.
El expresidente Lula da Silva es el fiel ejemplo del caudillismo latinoamericano del Siglo XXI. Gobernantes que se creen dueños del Estado, que actúan como si estuvieran por encima de la ley y piensan que no deben responder por sus actos como gobernantes. Mientras esa sea la constante, la democracia y las instituciones seguirán débiles, los países golpeados por la pobreza, el atraso y la inequidad.
Por fortuna, Lula no pudo pasar por encima de la justicia que le comprobó sus pecados y le ofreció todas las posibilidades para su defensa. Brasil necesita pasar la página del populismo inmoral para recuperar la senda y evitar estos saltos al vacío que desangran la democracia.
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