Columnista
La música es de todos: de los palacios reales al patrimonio mundial
El músico ya no es un sirviente ni una figura distante e inaccesible: es un puente vivo que conecta la tradición con toda la humanidad.
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19 de nov de 2025, 02:29 a. m.
Actualizado el 19 de nov de 2025, 02:29 a. m.
La música del alma no pertenece a las élites ni a los especialistas. Pertenece a quien se atreva a buscarla y a aprender a entenderla.
Esta idea resume un proceso que tomó siglos: la música occidental dejó de ser un arte exclusivo de la corte y la Iglesia, reservado para nobles y monjes, para convertirse en un lenguaje universal. La historia de la música no es solo un cambio de estilos; es la historia de una liberación del arte, que rompió las barreras del poder para llegar al espíritu humano, sin importar la clase social.
El Barroco (siglos XVII y XVIII): el arte empieza a salir - en esta época, la música estaba completamente ligada a la Iglesia y a los Reyes. Compositores como Bach, Händel o Vivaldi trabajaban para ellos. Sin embargo, en este periodo nació la primera grieta hacia lo público.
Bach realizó una maravillosa fusión: unió lo más sagrado (como en su Misa en si menor) con ritmos populares y de danza (Conciertos de Brandeburgo). Su música unió lo divino y lo humano, haciéndola más accesible en espíritu.
En Händel permitió que la música sacra del templo pasara a los auditorios. Su oratorio El Mesías se estrenó en Dublín en 1742 en un concierto benéfico para ayudar a huérfanos y liberar prisioneros endeudados. Con este acto, la música dejó de ser solo un acto religioso y se volvió una experiencia social colectiva.
Con el Clasicismo, el público se hizo importante. Viena se convirtió en el centro musical y el oyente común, el ciudadano, empezó a tener voz. Joseph Haydn, después de años al servicio de los príncipes Esterházy, empezó a componer en total libertad, creando sus Sinfonías de Londres para conciertos abiertos.
Wolfgang Amadeus Mozart buscó la independencia organizando sus propios conciertos y fue su propio empresario. Obras como su Concierto para piano n.º 20 o la ópera Las bodas de Fígaro reflejaban una gran sensibilidad humana. La música dejó de ser una orden de la corte para convertirse en un diálogo entre personas, donde el destinatario era el público, no el noble.
Con Beethoven, la libertad creativa alcanzó su punto máximo. Él rompió el molde del músico empleado, encarnando la idea del artista moderno e independiente.
Su tercera sinfonía ‘Heroica’ no celebra a un rey, sino al individuo que lucha, que nos otorga la libertad. Su Novena Sinfonía (con la famosa ‘Oda a la Alegría’) proclama la fraternidad universal.
Gracias a él, en los auditorios del Siglo XIX, obreros, burgueses y nobles se sentaron juntos por primera vez, unidos por la misma emoción. Beethoven demostró que la música podía ser la voz de la libertad y la humanidad para todos.
La expansión de teatros, escuelas y la llegada de la tecnología terminaron de llevar la música a todas partes.
Giuseppe Verdi convirtió la ópera italiana en una tribuna política y social. Su coro ‘Va, pensiero’ (Nabucco) se volvió un himno nacional, y La Traviata puso en escena a una mujer marginada, temas que resonaban en la vida cotidiana.
En los siglos XX y XXI, las grabaciones, los auditorios públicos y la educación musical hicieron que las obras de Bach, Mozart o Beethoven se escucharan en escuelas y plazas.
El ideal de que la música es para todos se consolidó con la tecnología. La aparición de las grabaciones (discos, radio, televisión) los auditorios públicos y la educación musical intensiva hicieron posible que dichas obras resonaran en escuelas, plazas y hogares de todo el mundo.
Hoy, iniciativas como las Orquestas Juveniles de Venezuela (El Sistema) muestran que la música clásica sigue viva en manos de nuevas generaciones. Lo que nació para reyes y ceremonias religiosas se reveló como un patrimonio espiritual común.
Cuando un niño hoy toca una fuga de Bach o canta la melodía de la Novena, está participando del mismo lenguaje que alguna vez fue exclusivo de reyes y aristócratas. El músico ya no es un sirviente ni una figura distante e inaccesible: es un puente vivo que conecta la tradición con toda la humanidad.
De los elegantes salones de la corte al espacio público que compartimos hoy, la música ha superado todo tipo de privilegio. Aquello que nació para servir a la realeza y a las ceremonias religiosas terminó por revelarse como un patrimonio espiritual que le pertenece a toda la gente.
Cada melodía de Bach o de Beethoven nos recuerda que la verdadera belleza no tiene jerarquías. La música del alma es, como un fuego antiguo, para cualquiera que esté dispuesto a escuchar y a comprenderla.
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