Carlos Bernal

Para convencerse de que Enrique Buenaventura fue un gran maestro del teatro, basta repasar la lista de los actores y dramaturgos que se formaron en su escuela. Entre ellos, Carlos Bernal, un discípulo que se ha convertido en maestro, tal y como lo demuestra su dilatada carrera teatral, la mayor parte de la cual ha desarrollado “lejos de los patrios lares”, como cantara el poeta Nicolás Guillén.

En Alemania y sobre todo en España, donde vive y trabaja y donde ha recibido el reconocimiento que merece su dilatado compromiso con la escena. En estos países ha actuado, dirigido obras suyas y ajenas y ha publicado cuatro libros de su autoría y está en camino de publicar un quinto, con la colaboración de otros dos discípulos de Enrique Buenaventura: Jorge Herrera y Diego Vélez. A lo largo de esta fecunda trayectoria ha demostrado su capacidad de prolongar y al mismo tiempo renovar las lecciones que recibió in illo tempore en el TEC.

La creación colectiva, el método que en su día supuso una extraordinaria revolución en el orden firmemente asentado en las compañías de teatro. En la cúspide un director de escena omnímodo y a sus órdenes unos actores que debían dar todo de si para otorgarle vida a la particular interpretación que el director había hecho de la obra elegida para la ocasión. Buenaventura puso patas arriba este dispositivo de poder y convirtió la puesta en escena en una singular asamblea, donde todos por igual participaban en la realización de la misma. Generando un intercambio de papeles entre dramaturgo, director y actores que potenciaba el aporte de todos.

Y obviamente enriquecía la obra, la dotándola de matices y perspectivas absolutamente inesperadas. No sorprende entonces que Bernal, formado en esta clase de creación, haya sido requerido con frecuencia para impartir lecciones de teatro. Ni tampoco que entre las numerosas obras que él ha puesto en escena figure la versión de Enrique Buenaventura A la diestra de Dios padre, el cuento de Tomás Carrasquilla, con la que el TEC obtuvo su primer y clamoroso éxito internacional.

Para Bernal poner de nuevo esa obra en escena fue una manera de medir su talento con el de su maestro. Y demostrar que el mismo ya era un maestro. Lo prueba, además, el sello muy personal a sus obras dramáticas. A la influencia de autores como Alfred Jarry o Bertold Brecht se suma su interés en los problemas de la gente común y un sentido del humor irreverente.