No bajar la guardia
Cough. Cough... Creemos que desapareció, pero no. Anda rondando y así no sea tan letal ni arrasador como antes, sigue tan campante como Johnnie Walker, ronda en los lugares menos pensados y cuando menos se espere, ¡zaz!, el manotazo.
La mayoría de los centros de salud no permiten estar sin tapabocas. Lo mismo sucede en las salas de espera de los consultorios. Creo que debería ser una norma para todos. También en supermercados y centros comerciales. La prevención es lo primordial. Ascensores públicos, taxis, buses, salas de espera, espacios pequeños donde las ventanas están cerradas y no sabemos si alguno de los que está sentado al lado es portador. O nosotros mismos.
Lo digo porque me consta, algunas clínicas permiten pasearse por los corredores o entrar a consultorios sin bozal, y salen con el maldito virus incubado. No soy alarmista ni creo en fantasmas, pero de que los hay los hay, como dice el refrán. Más vale un grito a tiempo que cien vaqueros. No bajar la guardia.
Cambio de bola, como en el tenis. No entro en la polémica de si las rejitas en los separadores con mini jardines son necesarias o superfluas. Lo que sí me indigna y es inaceptable es el comportamiento de los ciudadanos que prefieren saltárselas por donde les dé la gana, pisotear las matas recién sembradas para no caminar unos metros y atravesarlas por el camino adecuado, donde están los basureros, etc. Cuando los veo me dan ganas de pedirles algo, pero al instante recuerdo que cada saltarín puede llevar un cuchillo o una pistola, y no quiero quedar tendida e inerte, por intentar ser buena ciudadana. Cali se ha convertido en una ciudad demente, donde la rabia y la agresividad están a flor de piel.
Compadezco a los guardas de tránsito y policías, tratan de poner un poco de orden y al instante una horda de salvajes los agrede. Si osan detener un motociclista o pedirle los papeles a un carro pirata se juegan la vida, y no vale la pena dejar viudas, huérfanos, además del pellejo, ‘por preservar la ley'. Estamos en una situación que es mejor hacer como los tres monos sabios. No hablar, no oír, no ver y seguir como si nada pasara.
Cali, la ciudad cívica, la ciudad alegre, la ciudad de los siete ríos, la salsa, la cultura, se esfumo. Nos vamos convirtiendo en zombis, en asesinos o pandilleros, sin un átomo de empatía hacia los demás. Cada cual a lo suyo y dejar que corran los ríos de impunidad. Agradecer al Altísimo cuando llegamos a casita completos y sin mucho horizonte de cambio a la vista.
Triste realidad. Ojalá la ciudad vuelva a florecer humanamente, como los árboles que la enmarcan.
Entre el covid agazapado, pero acechante, la agresividad, la corrupción y el no sentido de pertenencia, es mejor encerrarse y encuevarse. Me pregunto: ¿Qué nos pasó?
Cali se salva por sus fundaciones y por sus instituciones sólidas, porque todavía existen quijotes que sueñan y trabajan por una ciudad mejor. Los admiro, pero estamos ya muy cerca del desbarrancadero.
¿Cómo es posible que llevemos ocho años tratando de terminar un puente? ¿Cómo es posible que la prolongación de la Avenida de los Cerros no esté terminada y que la carretera que une Colombia con el Puerto siga derrumbándose? ¿Cómo es posible que la malla vial esté hecha pedazos? Preguntas que no tendrán respuesta honesta jamás. Mientras tanto, se acerca Navidad y entre luces, borracheras, villancicos y buñuelos nos vuelven a embolatar.
A desempacar bolitas de colores, pastores descabezados, gallinetas y patos, ovejas cojas, recuperar algún rey mago. Aguantarnos la música a toda de los vecinos, rezar la Novena con pititos y tambores y llevar el bozal en el bolsillo. ¡No está de más!
No bajar la guardia, ¡el covid sigue y los ladrones también!