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¡La risa en los huesos!

Dejo la bronquitis atrás. Los espasmos de tos que me hicieron perder el sentido en Bogotá y abrir los ojos sin saber dónde estaba, como flotando entre baldosas, ya son pasado.

11 de marzo de 2019 Por: Aura Lucía Mera

Dejo la bronquitis atrás. Los espasmos de tos que me hicieron perder el sentido en Bogotá y abrir los ojos sin saber dónde estaba, como flotando entre baldosas, ya son pasado.

El terror de llegar a Cali y enfrentarme eso sí de pechito a la fría e impersonal máquina de Rayos X toráxicos, con plena conciencia de que me podían rotular para el resto de mis días con cualquier diagnóstico merecido y ganado en franca lid por todas las porquerías que le he metido a mis pulmones, a mi cuerpo y a mis emociones.

Sentencia absolutoria. Desplome. Ganas de llorar a gritos, de doparme con benzodiacepinas. Irritabilidad extrema. Trompas de Eustaquio rebeldes.

Fragilidad absoluta y sobre todo un deseo irrefrenable de subirme a la casa de la montaña acompañada de las tres patas que le faltan a mi mesa para estar completa. Las tres amigas-hermanas que me complementan. Con ellas tengo mis cuatro patas. No estoy coja. Recobro la firmeza.
Días en que vuelvo a sentir la ‘Risa en los huesos’. Ese calor humano. Esas confidencias y compartires del alma, sin máscaras ni pretensiones.
Esas inteligencias desbordadas que las han llevado a sortear toda suerte de temporales y batallas y salir adelante siempre fuertes, siempre sabias, siempre divertidas y perversas. Esa clase de comunicación que es el mejor regalo de la vida para las que hemos logrado llegar a estas alturas de la vida. Corrientazos eléctricos de carcajadas, recuerdos dolorosos, duelos imprevistos e ilusiones intactas.

Recuerdo entonces cuando el irrepetible escritor José Bergamín, uno de los genios de la Generación del 27 española, a quien tuve la fortuna de conocer y con quien compartí en varias ocasiones, me regaló su trilogía teatral ‘La risa en los huesos’, y ya con casi noventa años me dijo, “si lo hubiera titulado hoy se llamaría ‘El frío en los huesos’”.

Todavía lo conservo, así como unas frases suyas que actualmente son sentencias sabias para todas las generaciones:

“La vejez es una máscara. Si se la quitas descubres el rostro infantil del alma”.

“Cuando la vejez te llega, no es que vuelvas a la infancia. Es que moderas el paso y al fin la niñez te alcanza...”.

“¿Por qué el corazón se duerme si el alma sigue soñando?”.

“En ciertos momentos la única forma de tener la razón es perdiéndola”.

“Si me hubieran hecho objeto sería objetivo, pero me hicieron sujeto”.

“No estoy nunca sin ti, ni estoy contigo”.

“El que busca sólo la salida no entiende el laberinto y aunque la encuentre, saldrá sin haberlo entendido”.

“El valor espera; el miedo va a buscar”.

“¿Qué espera tu corazón cuando niega lo que espera con su desesperación?”.

Sí. Volví a encontrar la ‘risa en los huesos’ y a sentir la vida latiendo por mis venas, y el aire envolviéndome y acariciándome.

Gracias a mis ‘tres patas’. A la casa de la montaña. A esos momentos compartidos desde las raíces profundas de otras vidas llenas de magia, inteligencia y amistad incondicional.

***
Posdata: La única medicina sanadora es, sin duda, recuperar la ‘risa en los huesos’ a través de la amistad.

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