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Élmer Agudelo estaba vinculado a El País desde 2007 cuando entró a apoyar la corresponsalía en Palmira. | Foto: Foto: El País

POLICIA NACIONAL

Así recuerda el editor de Q'Hubo a Élmer Agudelo, fotógrafo asesinado en Palmira

El reportero gráfico empezó su vida profesional en el Banco Cafetero, pero después se enamoró de las cámaras e ingresó como ‘freelance’ para el diario El País donde hacía las fotos sociales.

28 de agosto de 2017 Por: Rubén Darío Valencia / Editor del periódico Q’hubo

Amigo insuperable, feliz como pocos, enamorado perdidamente de su familia y de su profesión. Así era el Élmer Agudelo Vidales que conocí a lo largo de más de 20 años, tiempo en el que, además, compartimos labores como reporteros en los periódicos Q’hubo y El País.

Este obrero incansable tenía la escasa virtud de no enojarse jamás, de no rendirse nunca ante las vicisitudes que le planteaba la vida. Hace apenas un par de meses, con su sonrisa amplia coronada con un bigote recto y entrecano, daba un parte de victoria para muchos imposible: superó un cáncer brutal de colon, luego de dolorosas e intensas terapias de quimio que le tumbaron el pelo y las energías de su cuerpo pero jamás pudieron con su desbordado optimismo.

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“Esto no es nada mi pana”, me dijo, pese a que esa tempestad le dejó estragos en su cuerpo, como una dolorosa neuropatía que le congelaba las puntas de los dedos y le robó para siempre la placidez del sueño.

Al otro día, empezaba de nuevo desde el sillón de su sala donde había velado su propia vigilia, y arrancaba para el periódico con una fuerza renovada que sacaba, jamás supe de dónde, para ir y venir en su amada Palmira en busca de las noticias para la edición del periódico.

Era frenético. Para superar sus dolencias jugaba al tenis (ya se sentía orgulloso de su revés) y hacía locuras infantiles como lijar todo su carro nuevo y pintarlo él mismo a soplete, frente a la puerta de su casa, donde lo mataron ayer (domingo), y donde solía hacer unas de sus actividades más festivas y familiares: cocinar en leña sancochos o asados.

Su temple, incluso, tuvo otro trofeo hace poco. Era marquetero aficionado (le fastidiaba el ocio), y solía enmarcar sus propias fotografías, especialmente las deportivas, con motos congeladas en el aire, y las taurinas, con temple y mando, como mandan los cánones de la fotografía.

Una mañana después del insomnio, trabajando en su banco (ahora recuerdo que me tiene un par de cuadros), falló en el cálculo y la cierra cortó la carne de su dedo índice derecho en vez de la madera. Logró salvar el dedo, que quedó señalando para siempre porque las articulaciones se quedaron pegadas al clavo que le incrustaron para mantener el dígito pegado a su mano. En esa ocasión también sonrió. “Esto no es nada mi pana”.

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Este domingo, un sicario, que lo había estado siguiendo por semanas como un perro de caza, le quitó la vida a mi amigo, a mi hermano, sin saber de sus sueños, de su amor por su familia, por su profesión, por sus cinco hijos y por sus siete nietos, el último apenas un regalo de días. Tampoco supo este criminal de su sonrisa, de su desbordado optimismo y de cómo gozaba de tardes interminables de karaoke en la sala de su casa, en cuyas paredes quedó sonando su voz.

No conozco los designios de Dios, y por eso tengo dolor en mi corazón, lágrimas en mi rostro y rabia en mi alma. Y sé que las autoridades de Palmira tienen una historia, unos nombres y una denuncia valiente de Élmer. Por eso pido desde aquí que la muerte de mi amigo no quede impune. Paz en tu tumba mi pana.

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