El pais
SUSCRÍBETE
En el Cementerio de El Dovio, construido por Iván Urdinola, está el mausoleo de su familia y su ‘Acción de gracias’. | Foto: Hugo Mario Cárdenas / El País

CONTENIDO PREMIUM

Masacre de El Dovio, una tragedia ignorada en la historia del conflicto

Víctimas aseguran que las cifras son iguales o peores que la Masacre de Trujillo, pero la gente no denunció por miedo. Hasta diciembre de 2016, el municipio solo había registrado 6 desapariciones y 41 asesinatos.

16 de diciembre de 2018 Por: Hugo Mario Cárdenas López - Reportero de El País

Si el dolor pudiera humanizarse, debería tener un rostro como el de ‘Luz Ángela’*. Mirada triste, piel cobriza sin brillo, voz apagada y en su cuerpo las secuelas de tres derrames cerebrales que tuvo como consecuencia del asesinato de sus cinco hijos.

Con tanto sufrimiento acumulado en su pequeña figura y sus 64 años de vida, que solo deja ver un amago de sonrisa cuando revela el secreto que le sirve de consuelo: su tercer hijo no está desaparecido como cree, el grupo armado que en el 2008 lo asesinó y lo sepultó en el cañón de Garrapatas, en el municipio de El Dovio.

“Alguien me dijo dónde estaba y me fui con mi hijo pequeño un miércoles y empezamos a escarbar a las 7:00 de la noche y lo desenterramos; como me prohibieron buscarlo, nos tocó meterlo en una bolsa y esconderlo en el monte mientras encontrábamos en qué enterrarlo porque no me veía metiéndolo en un costal”, cuenta Luz Ángela, como quien sale vencedor en una batalla.

Se amanecieron haciendo un cajón de esterilla y cuidando que el cuerpo no se lo llevaran los animales carroñeros por el olor y el avanzado estado de descomposición. Ahí lo vio por última vez, le cavaron otra fosa en un lugar distante, pusieron encima una lata con sus datos y sobre él sembraron un árbol.

“Tan solo una madre entra donde nadie va y yo tuve que hacerlo dos veces: ir a desenterrar a un hijo. Le pedí apoyo a la Policía y la Fiscalía y nunca lo tuve porque aquí los vándalos toda la vida compraron las autoridades. Ese fue el delito más grande de la masacre de El Dovio”.

Pero no es solo Luz Ángela quien se refiere a lo que vivieron los habitantes de El Dovio entre finales de los 90 y el año 2014, como una masacre continuada. Su historia se repitió en muchas familias que hasta hoy tienen a sus hijos desaparecidos, otros asesinados que no fueron denunciados y muchos amenazados y desplazados.

Sin embargo, ningún registro oficial habla de una masacre en este municipio del norte del Valle, tal como ocurrió en Trujillo.

Cifras del enlace de víctimas de El Dovio solo hablan de 6 casos caracterizados de desaparición y 41 homicidios, mientras que la Unidad Nacional de Víctimas señala que según el lugar de ocurrencia (incluye las denuncias presentadas en todo el país por hechos ocurridos en El Dovio) se registraron 33 casos de desaparición forzada y 187 homicidios.

Lea también: 'Los retos de la Comisión de la Verdad para esclarecer los hechos violentos en el Valle'.

Sumas poco creíbles para el municipio que fue centro de operaciones de los capos del cartel del Norte del Valle, que vio nacer a Los Machos y Los Rastrojos y donde las Farc y el ELN se disputaron a sangre y fuego los cultivos de coca y los corredores de droga por el cañón de Garrapatas hacia el océano Pacífico.

Ahogados en silencio

La razón por la que las cifras no dan cuenta de la crueldad que se vivió en el municipio en los últimos años es porque la gente fue sometida al silencio. En El Dovio los duelos se hacían en privado y las lágrimas solo asomaban de la puerta de la casa hacia adentro.

Nadie se atrevía a denunciar, cuenta uno de los miembros de la Mesa Municipal de Víctimas, porque todas las autoridades civiles y militares estaban al servicio de los capos del narcotráfico. “Casi en tiempo real, mientras usted denunciaba la desaparición, el asesinato de un hijo o un abuso sexual, los agresores se estaban enterando de lo que usted decía”.

Para entonces, a finales de los 90, se había desarticulado el Cartel de Cali y el narcotráfico quedó en manos de una generación emergente de capos del norte del Valle como Wílber Varela (Jabón), Diego Montoya (Don Diego) e Iván Urdinola.

En esa nueva dinámica, manejar los hilos en El Dovio, puerta de entrada por el Cañón de Garrapatas hacia Chocó y el océano Pacífico, era controlar todo el negocio ilegal.

Así lo entendió el extinto Iván Urdinola, quien durante dos décadas puso alcaldes, tuvo policías y militares a su servicio, financió la clase política, patentó la violencia como sello personal y arrodilló los entes estatales en su pueblo.

Eso también lo padeció Luz Ángela cuando fue asesinado su cuarto hijo. “Me lo mataron a las 6:00 de la tarde en la esquina de la casa y no llegó ni Policía ni Fiscalía. A la 1:00 de la mañana me lo eché al hombro y se los llevé al Comando”, cuenta.

Y no fue solo Policía y Fiscalía. El día que Reinaldo Sánchez fue a la Personería de El Dovio, en noviembre del 2012, a denunciar que Los Rastrojos asesinaron a su hijo, el personero Carlos Barrera, garante de los derechos humanos, le dijo: “Don Reinaldo, yo no me meto con eso”.

“El mismo personero me dijo, ‘deje eso quietecito que usted sabe que estamos en medio de la guerra’ y tuve que quedarme callado y ahora resulta que como no denuncié en su momento, no me reconocieron como víctima”, cuenta el anciano.

El País intentó consultar al respecto a la actual personera de El Dovio, pero no fue posible porque la titular del despacho, Marlen Pilar Ortiz, debió salir hace dos meses bajo fuertes medidas de seguridad por serias amenazas en su contra.

“Es una lástima porque la doctora fue la única que trabajó por las víctimas, por las comunidades indígenas, la sustitución de cultivos y por los animales”, aseguró Pedro Díaz*, a quien también le asesinaron dos hijos y no fue reconocido como víctima.

Vea también: 'Video: Iscuandé, el pequeño municipio del pacífico nariñense que clama por atención'.

“Para el Estado colombiano en El Dovio no ocurrió nada. Pero ese Estado que hoy dice que no somos víctimas, fue el mismo que años atrás, en un silencio cómplice, cerró las puertas y nos dejó encerrados con los leones”, dice don Pedro.

Aunque el teniente Carlos Mario Vázquez, comandante de Policía de El Dovio asegura que este año solo se han registrado cuatro homicidios, “dos de ellos indígenas en una guerra interna en el resguardo entre los jaibaná”, en el pueblo la sensación de temor persiste.

Entre otras razones porque en los barrios conviven víctimas y victimarios, porque hay gente de los diferentes grupos armados y porque algunos responsables de hechos violentos que fueron capturados, han recobrado su libertad.

El peor año para la gente de El Dovio fue el 2010, cuando fue catalogado el municipio más violento del país con una tasa de 233 homicidios por cada cien mil habitantes.

Romper el silencio

Pero con la entrada en vigencia de la Ley de Víctimas se empezó a romper esa espiral de silencio en El Dovio y han aparecido historias como la del terror que rondaba el pueblo cuando veían la camioneta Chevrolet blanca doble cabina o la Toyota gris de estacas, cuyos pasajeros nunca regresaban.

O de las decenas de familias que tras días sin ver a un hijo o un allegado iban a la vereda El Guadual para buscar a sus seres queridos en el basurero, que terminó convertido en ‘campo santo’, o las personas que recorrían los ríos Cauca o Garrapatas buscando a los suyos.

Pero la Ley de Víctimas no reconoce plenamente a los afectados por acción de la guerra entre bandas criminales, por más que desde el 2013 empezó a inscribirlos en el Registro Único de Víctimas.

Marco Tulio Ocampo, coordinador de asociación de víctimas, que integra más de 120 familias, asegura que a la fecha menos del 1% de las víctimas de El Dovio han sido reparadas. “Aquí se habla de que son más de 200 las personas desaparecidas; y de las víctimas, pues pasamos de tener 15.000 habitantes a tener 9.000, ¿dónde están los otros 6.000?”, pregunta.

Quienes vivieron en carne propia la guerra, librada a espaldas del mundo, esperan ahora asociados consolidar el plan de vivienda a familias afectadas, acceder a proyectos productivos o ayudas a mujeres como Luz Ángela, que solo puede trabajar cuando alguna vecina le presta una máquina de coser. Algo de justicia esperan las víctimas de esta ‘masacre ignorada’.

Lea mañana: historias de víctimas de la violencia en El Dovio.

Racha de violencia

En los años 90 se dio una confrontación en el cañón de Garrapatas entre Iván Urdinola y el ELN por control territorial.

Al frente estuvo Mariano Ospina, esposo de una prima de Urdinola, a quien el ELN le quemó vivo a un hijo, un día antes de graduarse como piloto.

A partir del año 2002 se desata la guerra entre Los Machos, al servicio de Don Diego y los Urdinola, y Los Rastrojos, el brazo armado de Wílber Varela (Jabón).

Uno de los Urdinola le aseguró a El País que la guerra la desató una infidelidad de Lorena Henao, esposa de Iván.

AHORA EN Contenido Exclusivo