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Así fue la celebración de Adrián Ramos, al marcar el segundo gol de América ante el Deportivo Pasto en el Pascual Guerrero, el pasado sábado 23 de octubre de 2022. ‘Adriancho’ se abrazó con los niños de su Fundación, quienes estaban en el primer piso de la tribuna occidental. | Foto: Foto: Nelson Ríos - Especial para El País

FUTBOL COLOMBIANO

El otro partido que se juega Adrián Ramos más allá del América

Cuando era niño, Adrián Ramos bailaba danzas del norte del Cauca. Las destrezas que adquirió las llevó a la cancha. Ahora busca brindarles esa posibilidad a los niños de su pueblo, Villa Rica, con su fundación. Crónica de la red nacional de escuelas que creen en el fútbol como camino hacia la paz.

6 de noviembre de 2022 Por: Santiago Cruz Hoyos, editor de crónicas

Cuando era un niño, Adrián Ramos bailaba danzas folclóricas del norte del Cauca. Todo sucedía en el grupo de danzas del barrio El Jardín, en su pueblo, Villa Rica.

Era una música de tambores, sobre todo. A veces, ‘Adriancho’ bailaba un bambuco; otras veces un torbellino caucano, una danza cuyos movimientos simulan el uso de los machetes en los cultivos. O participaba de las adoraciones al Niño Dios, la fiesta religiosa más importante del municipio, que se celebra durante los dos primeros meses del año con recorridos que se hacen danzando.

Aquellos coordinados movimientos de cadera, los cambios de ritmo, las fintas, los trasladó al fútbol. Fue algo natural. Y el ‘parche’ del pueblo en las tardes era reunirse en la calle para ver el equipo de ese niño de visión periférica, tranco largo, gambeta y pausas imprevistas llamado Gustavo Adrián Ramos Vásquez.

– Su forma de mejorar su coordinación motora para el fútbol fue gracias a la danza folclórica del norte del Cauca. Por eso la Fundación que abrió en 2021 ofrece clases de fútbol, y de danza, que más allá del movimiento del cuerpo, es una manera de inculcar valores y formar buenas personas. El balón es el dulcecito para los niños – dice John Ramos, músico, primo - hermano y presidente de la Fundación Adrián Ramos.

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Bryan Vera recupera un balón en el costado oriental del estadio Pascual Guerrero de Cali, le cede la pelota a Juan David Pérez al borde del área que enseguida le hace un pase a ‘Adriancho’, quien amaga lanzar al arco de derecha, lo que hace que un defensa del Deportivo Pasto siga de largo, acomoda el balón a su zurda y, como si acariciara la pelota, la pone a ras de piso junto al palo de la mano izquierda del arquero. Golazo.

Adrián corre como si acabara de hacer el gol de un título, los brazos extendidos, hacia la tribuna occidental, justo al lado del banco del América. Allí están los 80 niños de su Fundación, enloquecidos tras el gol.

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Aquella celebración del pasado sábado 23 de octubre de 2022 quedará para la historia como el lanzamiento oficial - aunque no planeado - de la Fundación Adrián Ramos. Lanzamiento como tal no se ha hecho, pero el festejo les hizo preguntarse a los hinchas y a los reporteros, ¿a quién abraza Adrián?

Es un martes de octubre y en un apartamento en el barrio Miraflores, al sur de Cali, John Ramos, el primo de Adrián, a quien todos llaman J, espera una llamada de Blu Radio. Mientras tanto, continúa contando la historia de la Fundación que preside.


Adrián, dice J, siempre ha tenido una especial preocupación, una afinidad, por los niños de Villa Rica, el lugar donde nació el 22 de enero de 1986. En 2011 comenzó a llevarles regalos cada diciembre. Si la Alcaldía repartía 100 regalos, Adrián llegaba con 2.000.

Justo cuando pasó del Borussia Dortmund de Alemania al Granada de España, en 2017, en Villa Rica se comenzó a vivir una crisis social. Afloraron las pandillas, que han alcanzado niveles de violencia nunca vistos en el pueblo. Hace unos meses unos pandilleros asesinaron al patrullero de la Policía Mario Fernando Guerrero.

Adrián leía ese tipo de noticias y empezó a notar aquel cambio en la cotidianidad de Villa Rica. Los niños ya no podían estar en la calle danzando o jugando fútbol como lo hacía él o J, por temor a la violencia. Entendió que dar regalos en diciembre no era suficiente.

Entonces compró un terreno para construir lo que al principio iba a ser un centro deportivo, donde los niños de Villa Rica y de las veredas cercanas aprendieran una filosofía japonesa que Adrián conoció en sus viajes como jugador de fútbol profesional: Ikigai. En español traduce la ‘razón de vivir’, o la ‘razón de ser’. En la cultura japonesa, todos tenemos un ikigai, es decir un propósito de vida, un motivo para levantarse cada mañana, lo que hace que la vida valga la pena. Encontrarlo requiere una búsqueda interior profunda.

En el terreno se construyeron cuatro canchas de fútbol y un salón para las clases de danza folclórica del norte del Cauca, que las dicta el profesor Alexánder Balanta Peña, licenciado en educación básica en danzas de la Universidad de Antioquia y constructor de instrumentos musicales. Es el tío de Adrián.

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– La escuela donde comenzó a bailar Adrián desde niño fue la que abrí en el barrio El Jardín. Allí bailábamos el Trapiche, el Torbellino, el Moño, que son bailes característicos del norte del Cauca. Y la fuga, que es la base de las adoraciones al Niño Dios en Villa Rica. Es un baile que se hace yendo y viniendo (como lo que hace Adrián en la cancha). La fuga hace relación al nacimiento del Niño Dios, cuando fue perseguido y tuvieron que ocultarlo. De ahí el nombre. ‘Fuga’ hace alusión a fugarse, a ir y venir. Y está comprobado que la danza es transversal a todos los conocimientos, en especial a la práctica deportiva. La danza ayuda a desarrollar los dos hemisferios del cerebro, las lateralidades. Eso explica porqué Adrián puede jugar en cualquier parte del campo sin dificultad. En la danza haces gimnasia, desarrollas

la mirada periférica, el control de los desplazamientos. Es algo que Adrián vivió, no se lo contaron, y él lo trasladó al fútbol. Por eso ahora busca implementar la danza en la Fundación, lo que por otro lado es una manera de proteger las tradiciones de Villa Rica – cuenta Alexánder.

En la fundación Adrián Ramos también se brindan clases de agroecología en las que se hacen huertas para garantizar la seguridad alimentaria de la comunidad. Los niños aprenden a construir instrumentos musicales tradicionales de la diáspora africana con material reciclado.

Y existe un programa llamado ‘Experiencias que te cambian el día’, como llevar a los niños, por primera vez, al estadio Pascual Guerrero. Ese sábado era, además, la primera vez que la mayoría salía de Villa Rica hacia la ciudad, la primera vez que verían a Adrián en su territorio natural, la cancha donde miles de espectadores corean su nombre y lo aplauden de pie cuando sale del terreno de juego.

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La serie se llama Una cancha llamada Colombia. Fue nominada a los premios India Catalina y se encuentra en YouTube. En cada capítulo se cuenta la historia de alguna fundación que cree en el fútbol como estrategia de transformación social. El proyecto audiovisual hace parte de la Fundación Arte para el Cambio, del documentalista Óscar Cardona Álvarez.

Para grabar la serie han recorrido los 32 departamentos de Colombia, y han visitado a por lo menos 50 fundaciones. Pero el censo de cuántas iniciativas que usan el fútbol para generar cambios sociales en el país no está tan claro. Sería, dice Óscar, como hacer un censo infinito. Hay decenas de fundaciones legalmente establecidas, como las de los futbolistas, y de las que se podrían llevar estadísticas. Pero hay un montón de iniciativas informales en barrios populares que cumplen un rol muy importante; el fútbol como resiliencia de las comunidades donde todo, por lo regular, está en contra, donde siempre se está abajo en el marcador.

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– Es el caso de Nueva Venecia, en la ciénaga grande de Santa Marta, donde hay un pueblo encima de la ciénega, un pueblo palafítico, y no hay calles, solo agua, pero se juega el fútbol. Yo les decía a sus habitantes, ¿por qué no son nadadores?, y me respondían: porque amamos el fútbol. Es un sitio donde todo está en contra de la práctica del fútbol, pero igual se juega – dice Óscar.

Una metáfora del país. Con la serie ‘Una cancha llamada Colombia’, se pretende visibilizar a estas fundaciones, que no se queden en el anonimato para que la empresa privada, o el Estado, puedan apoyarlas; se consiguen recursos para entregar indumentaria, dignificar la práctica del deporte. Y se forman a los líderes comunitarios que hay detrás, quienes en ocasiones son los que al final terminan educando a los niños que entrenan.

Sucede en Villa Rica. La mayoría de las mamás, explica J Ramos, el presidente de la fundación Adrián Ramos, son madres solteras, niñas que quedaron embarazadas a los 14, a los 15, a los 16, “niñas criando niños”. La maternidad temprana las obliga a abandonar sus estudios y a trabajar en casas de familia, o en las pocas empresas de la región, o en los cultivos, por lo que sus hijos permanecen solos. Salen del colegio a la 1:00 de la tarde, mientras que sus mamás regresan a las 5:00, y en el pueblo se han reducido las casas culturales para aprovechar ese tiempo libre. Por eso las clases de la Fundación Adrián Ramos son todos los días, en las tardes.

– Como me dijo un exjugador, Jaime Barrientos, lo que se trata es poner el fútbol al servicio de la gente. Es lo que están haciendo los futbolistas, que han entendido que son parte del medio para que sus comunidades tengan un mejor presente y un mejor futuro – dice el documentalista Óscar Cardona Álvarez.

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Hace 13 años, Iván Vélez, exlateral del América, Junior, Independiente de Argentina, fundó el Club Deportivo Iván Vélez, en Palmira, la ciudad donde nació. Al principio era una manera de garantizar un empleo para su hermano, actual presidente del club. Pero también era una forma de devolver lo que el fútbol y la vida le dio a Iván, quien en su infancia vendió flores y pólvora para ayudar a su familia.

– El 95% de los jugadores del fútbol colombiano son de estrato 1, 2, máximo 3. El fútbol nos dio la posibilidad de salir de esa pobreza y protegernos de la violencia y los malos hábitos. Por eso también fundé el club, para que, a través del deporte, se creen hábitos saludables en los niños. Ojalá de aquí saliera un futbolista profesional, pero ese no es el objetivo primordial. Lo que tratamos es que los niños tomen buenos ejemplos de vida y sean seres humanos íntegros.

Parte de esa conciencia social del jugador de fútbol moderno se debe a que los deportistas han procurado profesionalizarse, y no solo en su disciplina. Iván Vélez es administrador de empresas. La mitad de su carrera la cursó mientras era jugador activo. Su tesis de grado giró en torno a la responsabilidad social en el deporte. No lo duda: el fútbol puede ser una herramienta para desarrollar al país. Si con el desorden dirigencial de hoy los deportistas alcanzan logros insospechados como llegar a una final de una copa del mundo como lo hizo la Selección Colombia Sub – 17 femenina de fútbol, ¿cómo sería si se estructura un plan que involucre a las organizaciones que desde hace tantos años creen en el deporte como estrategia de transformación social?, se pregunta Iván.

– Con el fútbol los niños pueden convertirse en buen ejemplo para otros. Ya sucedió en mi club. Uno de los niños que hizo el proceso hoy es graduado de la Escuela Nacional del Deporte y es uno de los entrenadores del equipo, Jonathan Bolívar. Eso es lo primero que se busca, hacer el bien, cambiar la vida de las personas. También, para un jugador que haya tenido una carrera exitosa, una fundación, desde lo tributario, le ayuda. Pero lo más importante es trabajar desde el corazón  y ayudar a los demás. Los futbolistas somos espejos de los niños que  vienen detrás de nosotros.
 
 En Condoto, Chocó, Carlos Cuesta, hoy defensa de la Selección  Colombia y del K. R. C. Genk de Bélgica, abrió una fundación que lleva su nombre. Santiago Carreño, uno de los productores de la serie Una cancha llamada Colombia, viajó para conocerla. Santiago no olvida la felicidad de los niños cuando vieron a Cuesta, y su ídolo jugó a su lado. Conocer su vida, su camino en el fútbol, los proyectó hacia el futuro, los inspiró, les dio la esperanza de que hay posibilidades más allá de las fronteras del pueblo.


Aunque los futbolistas también abren fundaciones para evitarles a los niños los sacrificios por los que tuvieron que pasar. Lo dice José Eulises Mina, padre de Yerry Mina, defensa del Everton de Inglaterra. Don José lidera la Fundación Yerry Mina ubicada en Guachené, Cauca.
 
 Cuando Yerry comenzó a jugar fútbol, las canchas estaban en pésimas condiciones, un tierrero donde a veces los jóvenes se metían descalzos. Su fundación, en la que hay inscritos 453 niños, les garantiza uniformes y guayos.

A Yerry, que calza 46, los guayos que le conseguían sus papás le quedaban apretados. Cuando debía ir desde Guachené a Cali para probar en América, no tenía para pagar los pasajes, entonces Yerry – se lo contó al periodista Mauricio Silva– se escondía en la carretera y cuando pasaban las volquetas se les colgaba atrás. Para bajarse, debía saltar mientras la volqueta seguía andando. Yerry anhela que los niños de su pueblo, así no sean futbolistas, estudien sin tener que pasar por cosas como esas, sin tener que arriesgar la vida. En su fundación, además de fútbol, se ofrecen capacitaciones en inglés y sistemas.

Algo similar le sucedía al defensa central del Tottenham, Dávinson Sánchez, quien, junto a su madre, Esther Rosa Mina, abrió una fundación en Guachené. No fueron pocos los días en los que Dávinson no tenía la plata para pagar los pasajes de bus para ir a entrenar a la academia Pedro Sellares. No fueron pocos los días en los que Esther Rosa debía remendar sus guayos rotos con cáñamo, pese a que sabía que no pasaría mucho tiempo para que se descosieran de nuevo. Cuando Dávinson salía del pueblo a competir a otras ciudades, no tenía celular y su mamá debía llamarlo al teléfono de un compañero.

– Hoy le damos gracias a Dios por esos obstáculos, porque nos enseñó que debemos valorar lo que tenemos y que las cosas no suceden con un porqué sino con un para qué. Es una enseñanza que transmitimos en la Fundación Dávinson Sánchez, que nació por una necesidad sentida en Guachené para prevenir la violencia. Algunos niños apenas pueden estudiar hasta quinto de primaria. Unos porque no pueden pagar el  colegio y otros porque no quieren estudiar. Y una mente desocupad  a es taller del diablo. Comenzaron a crecer tanto las pandillas, que la  situación llegó al punto de que a las 8:00 de la noche era mejor n o salir de la casa, cuando yo, de niña, llegaba a las 10, 11 de la noche, co n la luz de la luna, y no pasaba nada. Además, los niños se ven amenazad os por la drogadicción, el alcoholismo, los embarazos juveniles. A varios  de los compañeros de Dávinson los mataron o murieron en accidentes de moto. Ese contexto fue la aspiración para abrir la fundación – dice Esther, quien ha trabajado con las comunidades indígenas de Jambaló y es símbolo del empoderamiento de la mujer en las organizaciones deportivas.
 
En el caso de Adrián Ramos, fue su mamá, Anayiber Vásquez, la que le inculcó la disciplina. Cuando Adrián tenía 9 años, su padre, Gustavo,  murió. Entonces Anayiber asumió ese rol. Exigía que tanto Adrián como su hermano, Stiven, ‘el enano’, mantuvieran l os zapatos embolados. No les estaba permitido decir una mala palabra. 
 
La muerte de su papá fue determinante en la vida de ‘Adriancho’. Se ensimismó en el fútbol. Fue su escape. En el patio de su casa disputaba partidos imaginarios en los que América siempre ganaba. O jugaba con sus amigos contra el equipo de algún otro barrio, en la calle.

Hasta que Don Miro, un profesor de fútbol que tenía una escuela en Puerto Tejada, lo invitó a su academia. Adrián se iba hasta Puerto Tejada en bicicleta.

Cuando tenía 10 años, Don Miro lo llevó al América, donde lo aceptaron en las divisiones menores. Para pagar los pasajes del bus, Adrián trabajaba en la Casa Nintendo de Villa Rica, un local de consolas de videojuegos que ayudaba a atender. Le pagaban $500.

Hasta que América le ofreció la Casa – Hogar del equipo y lo llevaron a jugar un torneo internacional donde se destacó y ya nada volvió a ser como antes: fue campeón, dio el salto a Alemania, se consagró como goleador de la Bundesliga, jugó el mundial de 2014 con la Selección Colombia y regresó de nuevo a América con el sueño de una nueva vuelta olímpica y devolverles a los niños de Villa Rica la felicidad de su infancia: el fútbol y la danza.

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