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De la protesta al plebiscito

De la protesta al plebiscito

22 de diciembre de 2019 Por: Vicky Perea García

El pasado 18 de octubre, Chile fue escenario de la protesta social más grande y más violenta de sus últimos 30 años. Hoy se dirige hacia un referendo en el cual los chilenos decidirán si recurren a una nueva Carta Constitucional como reflejo del contrato social que requiere para superar sus dificultades como sociedad.

El detonante de la propuesta fue la inconformidad con el alza en el transporte público, algo que en apariencia podría ser resuelto de manera rápida con decisiones administrativas como revocar la medida. Pero eso fue apenas el estallido de una crisis originada por años de aplicar modelos de gobiernos en los cuales se mantiene la democracia pero se acepta una autoridad fuerte donde la Fuerza Pública actúa con dureza, lo cual despierta entre la gente continuas evocaciones a las épocas de la dictadura militar.

Han sido 39 años en los cuales Chile es gobernado por la Constitución negociada para salir de la dictadura de Augusto Pinochet. Fue el acuerdo de la clase política de todas las vertientes y de la sociedad para dar fin al régimen que reemplazó a sangre y fuego al socialismo del médico Salvador Allende, quien a su vez desencadenó la división y el enfrentamiento, seguido de la represión más feroz contra cualquiera que se atreviera a disentir de Pinochet y sus esbirros.

Durante ese tiempo se han sucedido gobernantes de derecha como el actual, quien repitió su mandato. Y el socialismo democrático también ha ejercido el poder, sin que ello haya ocasionado la desestabilización de un sistema basado en las políticas neoliberales y la prelación de medidas cuya estabilidad ha permitido el crecimiento sostenido de la economía chilena y de los niveles de vida de una nación que hoy presenta el índice de pobreza más bajo de América Latina.

Sin embargo, y como se vio en las protestas y los desmanes que se regaron por Santiago y muchas otras ciudades causando muertes, daños y desconcierto, subyacía una inconformidad con la política, con el sistema y con el control del Estado. Y una necesidad de cambiar normas y principios que según las manifestaciones ahogaban las libertades y propiciaban la aparente injusticia social tanto como el fraccionamiento de la sociedad.

Tan grande fue el estallido, que el presidente Rafael Piñera, empresario exitoso y figura de la derecha, debió rectificar y reconocer la necesidad de un cambio y del diálogo con todos los estamentos sociales para resolver un conflicto que podría ser demoledor. Fue como si reaparecieran los fantasmas que llevaron al socialismo extremo de Allende y a la sangrienta represión de Pinochet que llenó de luto y dolor a Chile.

Ahora, esa rectificación lleva a la búsqueda de un nuevo consenso social que permita volver a vivir en paz a Chile. Con pocas excepciones, quienes protestaron contra el establecimiento y el Gobierno o quienes lo defienden parecen comprometidos en usar la democracia para fortalecerla, para poner a su país por encima del partidismo y retomar el camino de la justicia social, la igualdad y el crecimiento económico que aseguren la concordia.

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