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¡8.000 millones!

Con menos gente consumiendo y depredando, el destino de la Tierra sería diferente. Pero somos 8.000 millones, que vivimos en ella, y que tenemos la responsabilidad de solucionar sus problemas para que siga siendo habitable, aun cuando seamos 10.000 o 15.000 millones más.

18 de noviembre de 2022 Por: Editorial .

Damián nació en la madrugada del 15 de noviembre en República Dominicana, y según la estadística se convirtió en el habitante 8.000 millones del planeta. Somos 8.000 millones de personas, una cantidad inimaginable hace un siglo, que pesan sobre la faz de la tierra.

El bebé dominicano es un número de referencia superado en el mismo segundo de su nacimiento por miles más que llegaban al mundo; ayer a las 5:30 p.m., hora de Colombia, la población sumaba 8.000.660.550, y seguía contando. Si se piensa en los 980 millones que éramos en 1800, en los 1.875 millones de 1920 o en los 2.520 millones de 1950, es dramática la aceleración del crecimiento poblacional en las décadas recientes, tanto así que para el 2050 se calcula en 10.000 millones de seres humanos vivos.

El aumento coincide con el aumento de la crisis ambiental y con la imposibilidad de que la humanidad reaccione para detener las causas de ese daño. Hay razones para preocuparse, entre ellas que los recursos que provee el planeta cada año ya no alcanzan para atender la demanda mundial. El reloj imaginario que dice la fecha en la cual se consume el cien por ciento de esos recursos, marcó en este 2022 el 28 de julio. Quiere decir que desde ese día entramos en sobregiro con la Tierra y que el saldo en rojo se acumula, exigiendo respuestas.

Es como si gastamos más de lo que ganamos, nos endeudamos para cubrir el faltante, no podemos pagar y llega la quiebra si no logramos solucionar el déficit. Las consecuencias para el planeta se manifiestan en la creciente escasez de agua potable para abastecer a la población, la disminución de las fuentes de sustento naturales como la pesca, suelos más áridos lo que dificulta la agricultura, pérdida de bosques y ecosistemas en general.

Hay una deuda energética por el uso de recursos basados en combustibles fósiles, de los que el mundo seguirá dependiendo por largo tiempo. Hay una deuda con la alimentación, que escasea en los continentes más pobres y produce hambrunas que afectan a 800 millones de personas, mientras en los países ricos se desperdicia la comida. Por su parte la ciencia, que busca soluciones y a la que se le deben reconocer sus aportes al desarrollo, se enfrenta con frecuencia a las prevenciones y los prejuicios, lo que dificulta que cumpla su cometido.

Se puede decir que el crecimiento de la población muestra la existencia de dos mundos: uno desarrollado, con alto progreso cultural, conformado por una sociedad que envejece mientras su juventud disminuye, y más preocupado por el medio ambiente, aunque a la vez es el mayor consumidor y contaminador. Y está el otro menos desarrollado, con las tasas más alta de natalidad, con menos necesidades básicas satisfechas y que sufre de manera más directa los daños ambientales del planeta, mientras tiene menos recursos para enfrentarlos.

Con menos gente consumiendo y depredando, el destino de la Tierra sería diferente. Pero somos 8.000 millones, que vivimos en ella, y que tenemos la responsabilidad de solucionar sus problemas para que siga siendo habitable, aun cuando seamos 10.000 o 15.000 millones más. Es el reto que plantea la supervivencia de la humanidad.

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