El pais
SUSCRÍBETE

Descubrir tesoros

Era una tarde de marzo de 2009. Yo me encontraba en la tumba 93 – S del Cementerio Metropolitano, al norte de Cali; la tumba del escritor Andrés Caicedo.

26 de julio de 2020 Por: Santiago Cruz Hoyos

Era una tarde de marzo de 2009. Yo me encontraba en la tumba 93 – S del Cementerio Metropolitano, al norte de Cali; la tumba del escritor Andrés Caicedo. Había ido hasta allá para escribir una crónica a propósito del aniversario 32 de su muerte.

Ese día supuse que iba a entrevistar a varios de sus seguidores que llegarían hasta la tumba para leer sus relatos. En realidad, mientras estuve ahí, mañana y tarde, no fue nadie. Entonces aproveché el silencio del cementerio para continuar con la lectura de sus cartas, mientras subrayaba con un lápiz las frases que retrataban su vida y su personalidad.

“Nunca han tomado en serio mis escritos”; “es la conciencia del fracaso la que no me deja en paz”; “la despertada es la peor hora para la nostalgia”; “todo lo soportaría menos que mis padres fueran testigos de mi vejez, o sea, morir antes que ellos”; “nunca hubo un día que no escribiera”; “los grandes hombres se han formado a base de sufrimiento”; “he podido ser mejor, pero qué le vamos a hacer”.

Mientras leía apenas escuchaba el canto de los pájaros, o de guadañas que embellecían tumbas a lo lejos, o un mariachi tétrico durante un entierro de un señor que se llamó José William Castaño. Pero era tanta la paz, que descubrí que leer en el cementerio es un placer.

De pronto se me acercó una anciana con una sombrilla roja. Me dijo que se llamaba Teresa y me preguntó cuál era el libro más importante de la humanidad. Prendí mi grabadora porque pensé que se trataba de una lectora de Caicedo que había ido a visitar la tumba en el aniversario de su suicidio.

Yo no había pensado nunca en su pregunta, pero le respondí que para mí ese libro era ‘Las mil y una noches’. Ella me dijo que estaba equivocado, y replicó que el libro más importante era la Biblia. Apagué la grabadora. Caí en la cuenta de que Teresa era Testigo de Jehová. Ni siquiera sabía quién era Andrés Caicedo, pero sí dijo que a lo mejor Cristo lo iba a resucitar.

Yo preferí seguir en la lectura y no le comenté porqué le había dicho que ‘Las mil y una noches’ es el libro más importante para la humanidad. En realidad creo -como también se lo escuché decir al maestro Juan José Hoyos cuando lo conocí en la Universidad Autónoma- que es el libro más importante para mi oficio como periodista. En él se esconde el secreto para sobrevivir a los tiempos de crisis que desde hace tanto rondan los periódicos.

Los cuentos que componen ‘Las mil y una noches’ los narra Scheherazade al sultán Shahriar, que todos los días desposaba a una virgen y la mandaba a decapitar al día siguiente. Fue la venganza que se planteó después de que encontrara a su primera esposa engañándolo. La leyenda dice que había mandado a matar a tres mil mujeres cuando conoció a Scheherazade. Ella, para salvarse, cada noche le empieza a contar un cuento. En el clímax de la historia guarda silencio y promete continuar la noche siguiente. Los capítulos de los cuentos terminan así: “En este punto Scheherezade advirtió que era de día y dejó su narración para la noche siguiente”; o “la sultana advirtió los albores del día y suspendió la narración”.

Para no perderse el desenlace de la historia, el sultán le perdonaba la vida una y otra vez, dominado por la curiosidad. Creo que en estos tiempos tan difíciles para los medios los periodistas debemos intentar lo mismo. Despertar hoy en el lector esa curiosidad por los relatos de mañana para que no tenga otra opción que perdonarnos la vida comprando los periódicos o las revistas, o suscribiéndose.

A lo mejor es momento de que desaparezca o se reduzca ese ente aparentemente objetivo que firma como ‘Redacción de’, o ‘Agencia tal’, y en cambio que siempre esté al frente Scheherazade: una manera particular, subjetiva, de contar, de mirar, seducir, de hacer pensar. Como en El Padrino, hacerle al lector una oferta que no podrá rechazar. O por lo menos intentarlo.

Creo también que debemos preguntarnos si a los lectores les interesa tanto los discursos de los políticos, que dicen una cosa pero hacen otra, o las informaciones que han visto durante todo el día en las redes sociales, por lo que se supone ya saciaron su curiosidad, y en cambio no estarán más interesados en lo que pasa a diario contado con los sentidos abiertos.

Creo que, como Scheherazade, el camino para salvarse es atrincherarse en la principal arma que tenemos, la palabra, así implique rediseñarla para lograr lo que hacía ‘Las mil y una noches’ según Borges: “Es un libro en el que cualquiera puede descubrir un tesoro”.

AHORA EN Santiago Cruz Hoyos