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La libertad que olvidamos pensar

Hoy, en un país donde las libertades están bajo un alto riesgo, preservar nuestra libertad de conciencia se convierte en un acto imprescindible.

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Hermann Stangl, columnista de opinión.
Hermann Stangl, columnista de opinión. | Foto: El País

28 de ago de 2025, 02:32 a. m.

Actualizado el 28 de ago de 2025, 02:32 a. m.

La libertad es una de esas palabras que todos usamos, pero pocos nos detenemos a pensar qué significa realmente. La defendemos, la exigimos y la celebramos. Pero, ¿sabemos de qué hablamos cuando decimos que queremos ser libres?

En esencia, la libertad es la capacidad de decidir por nosotros mismos. Existen distintas libertades. La física, visible en la posibilidad de movernos libremente por los lugares que deseemos. La económica, que define qué comemos, dónde estudiamos y a qué nos dedicamos. La política, que asegura que podamos opinar, votar y organizarnos en sociedad. Todas son valiosas, pero ninguna se sostiene sin comprender un elemento más profundo: la conciencia.

La conciencia es esa voz interna que nos revela quiénes somos y qué pensamos. No es una norma impuesta desde afuera, sino la capacidad de discernir, de mirarnos con honestidad y de hacernos preguntas fundamentales donde nacen nuestras convicciones. Es la capacidad de pensar de forma independiente, de construir valores y dudas propias.

La libertad de conciencia suele ser la primera que vamos perdiendo. No ocurre de golpe, sino lentamente, cuando dejamos de cuestionarnos, cuando repetimos consignas vacías, cuando cedemos al silencio por miedo a incomodar o cuando preferimos encajar antes que ser auténticos. Y lo más grave es que nos acostumbremos, que dejemos de notar que ya no pensamos, que solo reaccionamos.

La buena noticia es que la libertad de conciencia puede recuperarse. Pero exige de nosotros un gran coraje, para admitir que hemos vivido con ideas prestadas, para romper moldes y para decir en voz alta lo que pensamos, aunque nos tiemble la voz.

La libertad auténtica no es cómoda en un mundo como el de hoy, que premia la conformidad, la inmediatez y la comodidad. Una sociedad sin libertad se apaga, y una persona sin libertad no vive, apenas sobrevive.

Hoy, en un país donde las libertades están bajo un alto riesgo, preservar nuestra libertad de conciencia se convierte en un acto imprescindible. Necesitamos fortalecer nuestras libertades y no permitir que nada ni nadie las coarte. Ni gobiernos, ni grupos, ni ideologías, ni miedos.

Necesitamos ser personas libres, no perfectas, simplemente auténticas. Personas que piensen, que se atrevan, que no se dejen comprar ni callar. Que no busquen agradar a todos, sino ser fieles a sí mismas.

Y nosotros, ¿somos realmente libres? No lo respondamos rápido. Pensémoslo con calma. Preguntémonos en qué aspectos de nuestra vida elegimos de verdad y en cuáles solo repetimos. En qué momentos somos nosotros mismos y en cuáles cumplimos un guion que no escribimos. Si descubrimos un rincón donde ya no decidimos nosotros, ahí empieza un camino de vuelta. La libertad no es un destino final, es una manera exigente de estar en el mundo y la única que nos permite vivir de verdad.

Hoy es el momento de decidir, despertar y actuar con la valentía que nos exige nuestra libertad de conciencia, o resignarnos a descubrir mañana, muy seguramente demasiado tarde, que ya no queda nada por defender. La historia se está escribiendo en este instante, y somos nosotros quienes debemos elegir si ser protagonistas o convertirnos en simples espectadores.

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