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Después de 2025, seguimos en pausa
El desarrollo es que esforzarse valga la pena, y 2025 confirma que sostener un país en pausa no es neutral, es una forma de empobrecerlo.
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29 de dic de 2025, 02:04 a. m.
Actualizado el 29 de dic de 2025, 02:04 a. m.
Como dijimos en varias de nuestras conversaciones anteriores, en Colombia no escasea el talento, se deja en suspenso. Es una costumbre asumida, una pausa larga y casi invisible donde, en apariencia, todo está dado, donde parece que tenemos todo para progresar, pero proliferan los frenos, los atajos, el desorden y la desidia, y desde la política, muy pocos se ocupan de que el camino se allane.
A lo largo del año que termina, muchas de estas ideas atravesaron esta columna, empeñada en leer lo bueno, lo malo y lo feo del clima nacional y, en menor medida, del mundo. Y siempre regresábamos al mismo punto, mirado desde ángulos distintos, algo no termina de encajar entre lo que se forma y lo que se ofrece, entre el esfuerzo que se exige y las oportunidades reales para desplegarlo.
Muchos estudian, trabajan y persisten, pero aprenden temprano a bajar la mirada. No es falta de ambición, es un entorno que la corrige. La ambición visible descoloca y se la castiga con indiferencia hasta que se vuelve dócil. Así, los proyectos se achican no para ser viables, sino para encajar en un sistema que nunca acompañó el esfuerzo.
No es fatalismo ni una condena histórica, el problema es que el país se cree imaginar un futuro que nunca termina de definirse. Se invierte en educación más que en muchos países pares, y la mayoría de las familias siguen endeudándose y celebrando credenciales en nombre de la movilidad social. Mientras tanto, la estructura llamada a absorber ese talento avanza a trompicones, con reglas cambiantes y recompensas que siempre llegan tarde, y cuando finalmente lo absorbe, lo hace más por lealtades y favores que por mérito.
Muchos podrían irse y no se van. Otros se van y no vuelven, y quienes se quedan rara vez lo hacen del todo. Los que permanecen aprenden a habitar una franja ambigua donde las aspiraciones se ajustan al ritmo del trámite, a la paciencia impuesta, a la espera sin calendario. Insistir parece torpe y exigir coherencia suena infantil.
Y a propósito de la coyuntura, a este desgaste se suma un debate largamente minimizado como asunto privado o rareza estadística, y que hoy reaparece con fuerza. Con algo de histrionismo, pero notable lucidez, Juan Daniel Oviedo ha advertido en días recientes que Colombia avanza hacia una sociedad más vieja y, si no corrige el rumbo, también relativamente más pobre. La caída de la natalidad dejó de ser una conquista cuando enfrenta empleo frágil, un sistema pensional en tensión y una economía improductiva.
¿Y qué hicieron varios de los nombres que ya asoman en el próximo tarjetón? Encogieron el debate hasta reducirlo a la intimidad de la decisión de parir, con lo cual eludieron, como tantas veces, las conversaciones de fondo que el país exige. Así, la urgencia que debería marcar la agenda de 2026 quedó relegada detrás de las encuestas.
Y para una decepción, diez más, porque no es solo lo que se discute, sino la estrechez con la que se discute, y así las sociedades no se empobrecen solo por falta de recursos, sino cuando el poder renuncia a ofrecer un mañana creíble. El desarrollo es que esforzarse valga la pena, y 2025 confirma que sostener un país en pausa no es neutral, es una forma de empobrecerlo.
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Claridades: Queridos lectores, que 2026 llegue con prosperidad y motivos para celebrar, pero sobre todo con la fortuna más subestimada de todas, contar con quienes nos acompañan cuando el ruido baja. Que no falten los afectos, porque ahí empieza todo lo demás. A ustedes y a la familia de El País, un abrazo sincero al despedir el año.

Consultor internacional, estructurador de proyectos y líder de la firma BAC Consulting. Analista político, profesor universitario.
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