La higuera

‘La Isla del Árbol Perdido’, “una historia llena de magia sobre la pertenencia y la identidad, el amor y el dolor”.

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7 de nov de 2022, 11:35 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 12:17 p. m.

Árbol del diablo. Árbol bíblico. Árbol extraño, amado y odiado.
La loba que alimentó a Rómulo y Remo estaba bajo una higuera. Adán y Eva se cubrieron sus ‘partes’ con la hoja de una higuera. Jesús la maldijo una vez que tenía hambre y resulta que no tenía higos.

Se afirma que dormir bajo una higuera puede ser nocivo para la salud mental y que cosas horribles sucederán. Sin embargo, los rabinos predican bajo su sombra.

La higuera da dos frutos diferentes al año: el higo y la breva. Aunque no son exactamente una fruta. Son siconos, una estructura fascinante que alberga flores y semillas en su cavidad.

Esto y mucho más acabo de descubrir en el libro de Elif Shafak, una escritora británica-turca, vicepresidente de la Real Sociedad de Literatura del Reino Unido, en su última novela, ‘La Isla del Árbol Perdido’, dedicado a “Los inmigrantes y exiliados de todas partes, a los desarraigados y vueltos a arraigar, a los sin raíces y a los árboles que dejamos atrás, enraizados en nuestros recuerdos”.

Como comentó Ian McEwan, “Una voz única en la literatura mundial” Elif nos narra la tragedia de la destrucción de Nicosia en 1974 cuando el ejército turco ocupa el norte de Chipre. Esa isla mágica del Mediterráneo, víctima de tantas batallas y conflictos a través de su historia.

Quiero aquí darle la palabra a La Higuera, para que nos comparta a todos un poco sus vivencias como árbol, hablando de sus hermanos.
“La vida bajo la superficie no es sencilla ni monótona. El subsuelo bulla de actividad. Adquiere tonos inesperados. Rojo óxido, melocotón delicado, mostaza cálido, verde lima, turquesa. Los seres humanos enseñan a sus hijos a pintar la tierra de un solo color. Se imaginan el cielo azul, la hierba verde, el sol amarillo y la tierra completamente marrón. Si supieran que tienen un arco iris bajo sus pies”.

“Las plantas son capaces de detectar las vibraciones y muchas flores tienen forma de cuenco para atrapar mejor las ondas de sonido, algunas de las cuales son demasiado agudas para el oído humano.

“Los árboles estamos llenos de canciones, y no nos da vergüenza cantarlas”.

“Los seres humanos pasan junto a nosotros todos los días. Afirman que somos el vínculo entre la tierra y el cielo y aún así, no nos ven”.

¿A qué va esto? A que estoy convencida de que cuando aprendemos a mirar hacia arriba, a ver danzar las hojas de las palmeras o las tímidas ramas de los bambúes, y nos emocionamos con la majestad de alguna ceiba milenaria o de un samán, aprendemos a sentirnos parte de este universo.

No como ‘los reyes del mundo’ sino como partículas del cosmos en el cual todo esta interconectado. Y que no tenemos necesidad de matarnos ni odiarnos para vivir en paz en este planeta que el Poder Superior nos regaló al nacer.

Recuerdo y me apropio de una frase de Unamuno: “Todo estaba perfecto hasta que Dios hizo al Hombre y con el hombre, la maldad y la pena”.
‘La Isla del Árbol Perdido’, “una historia llena de magia sobre la pertenencia y la identidad, el amor y el dolor”.

Directora de El País, estudió comunicación social y periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana. Está vinculada al diario EL País desde 1992 primero como periodista política, luego como editora internacional y durante cerca de 20 años como editora de Opinión. Desde agosto de 2023 es la directora de El País.

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