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Cuando la ópera llegó a Rosas

Me pregunto una y otra vez si hay derecho de que la Fundación Obeso le cobre dieciséis millones mensuales de alquiler a la Arquidiócesis de Cali.

29 de octubre de 2018 Por: Aura Lucía Mera

Pocos libros me arrastran en un torbellino visual y me hacen sentir que soy parte de esa aventura, que los personajes los conozco, sus facciones, el olor a gitano mal sentado o a perfume fino, el hablar alambicado del lagarto payanés, o la voz autoritaria de Uribe White responsable de la construcción de la carretera Popayán-Pasto.

El pueblo de Rosas donde confluyen los contrabandistas, los peones, las mulas cargadas de dinamita, las putas, el cura y su sacristán, el cantinero y su hija que alivia los clientes con sus favores; el maestro Valencia y sus poemas; el terror al Valle del Patía y la malaria, los insondables abismos plagados de víboras y niebla. En fin, ¡no cuento más!

Me lo envió Margarita Londoño Vélez. Su segunda novela. La primera fue ‘Qué ganas de matarlo’, y aunque su especialidad son los libros para niños que se venden como pan caliente, esta vez se arriesgó, investigó y logró esta narración de la realidad y picaresca colombiana, aquella que ya nadie recuerda pero que refleja ese país donde se abrían carreteras a pico y pala y mula. Además unir Popayán con Pasto era urgente por las guerras continuas con el Perú. Ya todo es historia. Pero volverla presente en esa pluma divertida y cáustica de Margarita se convierte en una delicia.

No adelanto más. La pueden conseguir en La Nacional. Lo que sí adelanto es que llamé a Carlos Palau, cineasta que sabrá captar esta historia a ver si algún día la vemos en la Pantalla Grande. ¡Ojalá!

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Pasando a otros temas, me pregunto una y otra vez si hay derecho de que la Fundación Obeso le cobre dieciséis millones mensuales de alquiler a la Arquidiócesis de Cali por la bodega donde se guardan los víveres del Banco de Alimentos que nutren a más de cuarenta mil caleños que pasan hambre. ¡Y nadie en esta ciudad mezquina y egoísta se da por enterado!

Otra cosa inconcebible es que el Instituto de Ciegos y Sordos de Cali, que es un modelo de eficacia y ha logrado verdaderos milagros en la recuperación de niños con estos problemas esté pasando por estrecheces económicas.

Al Ministerio de Salud le corresponde velar por esta institución, y se ha venido lavando las manos desde hace años recostándose en Bienestar Familiar para la alimentación de los niños, cuando al Icbf le corresponden otras tareas complejas y de otra envergadura. Tampoco recibirá la ayuda económica de la Fundación CBM que donaba anualmente mil cien millones, porque últimamente Colombia no es considerado un país apto para donaciones.

Para fines de noviembre el Instituto llevará a cabo un evento ‘Luz en la sombra’ y el costo por persona será una donación de quinientos mil pesos. A ver si nos metemos la mano al dril. O apadrinamos un niño con una cuota mensual de setenta mil pesos. ¡Los caleños no podemos dejar morir una institución que durante más de 70 años ha ayudado con su luz y sus sonidos a miles de niños!

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Posdata. Creo que mi apreciado Ubeimar se morirá de frío y aburrimiento en Suecia; a mí me tocó un invierno y casi no salgo viva. No necesita aceptar ese premio de consolación gélido. ¡Piénselo!

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