El pais
SUSCRÍBETE
Con nueve años en la institución y seis como agente encubierto, este patrullero combate las bandas de microtráfico. Y no es, precisamente, el dinero el que lo motiva a arriesgar su vida al convivir entre los delincuentes que persigue. | Foto: Wirman Ríos / El País

CONTENIDO PREMIUM

Un 'camaleón' contra el microtráfico: la estrategia para infiltrar a criminales en Cali

Con nueve años en la institución y seis como agente encubierto, este patrullero combate las bandas de microtráfico. Y no es, precisamente, el dinero el que lo motiva a arriesgar su vida al convivir entre los delincuentes que persigue.

28 de abril de 2019 Por: Meryt Montiel Lugo / Editora del Equipo de Domingo

Ese fue el momento en el que sintió que su vida corrió más peligro. Uno de los integrantes de la banda de microtráfico a la que él logró infiltrarse lo reconoció: “Yo a usted lo conozco... Usted es policía”.

El patrullero, por supuesto, también recordaba al delincuente: lo había visto durante un allanamiento en Cali que hizo, como apoyo a unos compañeros.

Sin embargo, cual sabueso bien entrenado, con experiencia, mostró temple de acero. Controló sus emociones y le aseguró a su interlocutor -que lo increpaba frente al líder del grupo delincuencial- que estaba equivocado. Entonces, subió su tono de voz, no dejaba hablar a su acusador, desvió la conversación, “porque si ven que uno guarda silencio, ejercen más presión. Y uno siempre debe reaccionar de forma contundente”.

Así que convenció al ‘jefe’, a ese mismo hombre del que ya se había ganado la confianza: “mire cómo le he funcionado, llevo aquí tres meses y ¿ha pasado algo? Yo soy aquí el que más vendo, el que le traigo más dinero”.

Ese parlamento le ayudó mucho, pues el uniformado sabe muy bien que a los líderes de esas estructuras delincuenciales lo que les interesa es lucrarse y él era el ‘integrante’ de la banda que le llevaba al cabecilla “el doble de dinero que le traían todos”.

Negocio lucrativo

*Carlos es caleño, de cuerpo atlético y aparenta menos de los casi 30 años que tiene. Hace nueve años ingresó a la Policía Nacional, la misma institución en la que trabajó su padre, ya pensionado.

Sus comienzos como policía encubierto fueron en Popayán hace seis años. Debió camuflarse en una estructura conformada por quince personas, la mayoría miembros de una misma familia, que vendían estupefacientes en el barrio María Oriente, de la Comuna 5 de esa ciudad.

Como investigador que busca desenmascarar a cada uno de los integrantes de una banda y su forma de operar, lo primero que hace es hacerse pasar por comprador de droga, y luego, a través de su expendedor, buscar la forma de llegar a convertirse en vendedor del mismo grupo. Posteriormente, se gana la confianza del más accesible para saber quién es el líder, quién es la mano derecha de este, quiénes son los administradores, transportadores y los expendedores, e incluso, dónde almacenan la mercancía.

Lea también: 'Las mañas con las que buscan inducir a las drogas a estudiantes de colegios de Cali'.

Sin embargo, este esposo y padre de dos pequeños no hace en solitario el trabajo de campo. Generalmente cuenta con la compañía del llamado ‘agente de control’, que no se infiltra en la banda, pero sí permanece cerca a su lugar de injerencia, esperando información y está pendiente de si la vida de su colega está en riesgo.

De esta manera, entre los dos, van armando el organigrama de la agrupación criminal: *Carlos le da información sobre cada uno de los miembros de la banda y el ‘agente de control’ coordina con unidades de Policía y vigilancia para que los aborden, les pidan sus cédulas y así ir identificando sus nombres verdaderos.

“Todo es planificado. Siempre tiene que haber puntos de encuentro y un tipo de comunicación no verbal que manejamos para indicar: aléjate, acércate, están sospechando de ti, llama a la patrulla”, comenta ahora el patrullero, sentado en un pequeño salón de la sede de la Sijín del barrio Ciudad Modelo, en Cali.

Cual camaleónico actor, cambia su apariencia personal, se vuelve irreconocible y asume el nuevo rol (eso sí, sin armamento de ningún tipo) y actúa acorde con las indicaciones de los integrantes de la banda. Casi siempre le ordenan que se haga en los alrededores de los colegios y parques a ofrecer estupefacientes. “Cigarrillo de marihuana a mil, dosis de cocaína a $5000”.

En carne propia el patrullero ha evidenciado lo lucrativo que resulta el negocio del microtráfico. “De 6:00 de la tarde a 11:00 p. m., en un lugar como el Coliseo del Pueblo, en solo marihuana yo vendía alrededor de dos millones de pesos, ¡en cinco horas¡ Esto sin contar lo que se vendía en cocaína, que era más costosa”, relata con tono de ironía.

Como policía encubierto son muchas las sorpresas que ha experimentado. No solo ha visto comprando estupefacientes a conocidos suyos, sino a profesionales que ni se le pasaba por la cabeza que lo pudieran hacer.

“Una vez realicé una investigación cerca al Club Noel y médicos, ya sin su indumentaria de doctores, llegaban a comprar cocaína. Uno queda sorprendido, es algo que no me lo esperaba”.

Lea también: '¿Por qué llegan a delinquir a Cali bandas de otras zonas del país?, autoridades explican'.

Vocación por el oficio

Con su valiente trabajo, este policía ha contribuido a desarticular nueve bandas de microtráfico en Cali y Popayán. Ha colaborado en capturar no menos de quince integrantes en cada una de las agrupaciones.

Lo más satisfactorio para él es saber que está ayudando a la comunidad, pues su lucha está encaminada a que los jóvenes no se involucren en esta actividad delictiva, ya que, según explica, la mayoría de los integrantes de estas estructuras, sobre todo, los expendedores, son muchachos que empezaron consumiendo y luego se dedican a vender los estupefacientes para obtener sus dosis y no tener que trabajar.

“Es la satisfacción del deber cumplido”, recalca sobre lo que lo motiva a trabajar de forma subrepticia, razón a la que le suma la de “agrandar su orgullo”. Todo esto lleva a que este hombre cada cierto tiempo tiente al peligro al convivir tres, cuatro o cinco meses con delincuentes en medio de un operativo.

Él toma cada misión como un motivo de satisfacción, “pues da orgullo saber que uno pudo penetrar una estructura delincuencial. Somos muchos policías y más de uno no se le miden a esta tarea, porque eso implica estar con los delincuentes, poner en riesgo la vida, porque de pronto una de esas personas lo ha visto antes en otras actividades como uniformado y es allí donde se torna difícil, pero es algo que toca hacer y alguien lo tiene que hacer”, asegura sin dejo de prepotencia, antes de darle gracias a Dios y a la institución por la oportunidad que le dan de ejercer como infiltrado.

El dinero, asegura, no es de las razones principales para realizar su tarea encubierta. Él tiene el mismo salario del uniformado que se queda en una oficina, que no se enfrenta a este tipo de peligros. Tampoco recibe bonificaciones u otro tipo de compensaciones económicas. Por eso concluye: “Esto es por vocación por el oficio, no hay nada adicional. Ganamos igual que todos los policías”.

No le importan tampoco los sacrificios que debe sortear cuando está camuflado en bandas delincuenciales. Generalmente tiene que ir a vivir al barrio donde actúa el grupo, dormir en la pieza donde le ordene el líder; dejar de ver o de llamar a su esposa e hijos por varios días, incluso, semanas.

Todo vale la pena con tal de convertirse, como agente encubierto, en la herramienta de Policía Judicial que más facilita la identificación de los miembros de los clanes que envenenan con sus drogas a la sociedad.

“Los registros fílmicos son una ayuda, pero cuando se va a juicio con esas personas, el agente encubierto es la prueba reina, uno es el que dice qué pasó tal día, porque todo queda plasmado en la ‘bitácora’, que es donde se registra lo que acontece con cada uno de los integrantes”, dice *Carlos.

Su valentía no solo la demuestra durante cada operativo. En caso de que los capturados no acepten los cargos, a *Carlos le corresponde asistir a las audiencias de juicio oral “donde toca confrontar a esas personas, darles la cara, decirles qué fue lo que aconteció día a día, durante el tiempo que estuve infiltrado en la estructura”.

Otra situación nada fácil es sentir la desazón cuando, en ocasiones, los que han sido capturados gracias a su labor, al poco tiempo salen libres. Especialmente pasa con delincuentes menores de edad. La Justicia, con ellos, asegura, es muy generosa.

Evoca entonces una operación que finalizó en octubre en 2016 y en diciembre de ese mismo año vio a uno de los adolescentes involucrados. “Me acuerdo tanto de la frase que dijo uno de esos menores cuando fueron capturados: ‘tranquilo, que yo voy a Lili (al Centro de Formación para Menores Valle del Lili) a tomar colada y después salgo’. Y efectivamente, a los dos meses ya estaba afuera”.

Para no toparse con delincuentes que ha ayudado a capturar evita visitar barrios, lugares, donde ellos pueden ir, pero comenta resignado, “esos son los riesgos que uno tiene que asumir”.

Sin embargo, le ha tocado ver a algunos cuando va al Palacio de Justicia o a la Fiscalía a hacer alguna diligencia. Entonces lo que hace “es seguir derecho”, como si no los hubiera visto.

Reza el Padre Nuestro cada mañana al levantarse y cada noche antes de dormir, para que el Señor lo proteja.

Su abuelita le pide que no ejerza más ese oficio como policía infiltrado, que se retire, eso sí, no lo deja ir sin antes darle la bendición. Él solo le responde: “tranquila abuela, yo me cuido, es mi trabajo”.

Con gran sigilo

Por su mismo oficio, son muy pocas las personas que conocen el desempeño de *Carlos como agente encubierto en operaciones contra de las bandas del microtráfico.

Su hoy esposa, con quien vive desde hace cinco años, se enteró sobre su verdadero rol dentro de la Sijín solo al mes y medio de haberla conocido.

En Cali son catorce los funcionarios que realizan la misma labor de *Carlos. Entre ellos sí se conocen y hay confianza. “Hasta ahora nunca ha habido una traición, esto es algo que se maneja con mucha reserva, liderado por nuestro jefe”.

*Nombre cambiado.

Dos por año es el promedio de infiltraciones que hace *Carlos,
con ayuda de sus compañeros de la Policía, para desarticular bandas que expenden estupefacientes.

Una de sus experiencias más difíciles fue su trabajo en Siloé, porque le resultó complicado infiltrarse, ya que las personas allá son más esquivas y porque le tocó subir a lomas donde la Policía no va. Además, no contaba con su ‘agente de control’.

AHORA EN Judicial