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En Toribío, Cauca, por fin saben lo que es la paz

‘El Bagdad del Cauca’ lleva un año sin los constantes ataques guerrilleros. Sus habitantes construyen un proyecto turístico.

24 de enero de 2016 Por: Ana María Saavedra | Editora de Orden

‘El Bagdad del Cauca’ lleva un año sin los constantes ataques guerrilleros. Sus habitantes construyen un proyecto turístico.

[[nid:501148;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/01/toribio-paz.jpg;full;{Toribío tiene otra cara. Los jóvenes salen a las calles en bicicleta y los policías caminan sin el miedo de que un francotirador les dispare. Foto: Oswaldo Páez | El País}]]

Nico quiere ser profesor de matemáticas. Sabe contar hasta 20, que 2 más 2 es 4 y que 8 menos 5 es 3. Con sus dedos  hace la cuenta.  Quiere crecer y ser como su maestra, Ligia, su favorita. O como su papá. Lea también: Los rostros y las huellas del conflicto armado en Toribío, Cauca

Nico tiene 6 años. Le gusta estudiar.  Se emociona al decir que el lunes volverá a entrar a la escuela. Sonríe. 

Por Nico y sus otros dos hijos,  el profesor Jhon Freddy trabaja para construir un nuevo Toribío. Por sus hijos quiere romper la historia de guerra de su pueblo. “Nosotros siempre hemos estado en medio del conflicto. Las Farc siempre han estado aquí. Son cinco generaciones que  en muchos hogares han simpatizado o tenido relación con ellos. Por eso, ahora estamos intentado hacer proyectos para alejar a los muchachos de la guerra y que descubran que pueden hacer otras cosas”, dice.

 Jhon Freddy es profesor de ciencias sociales en la escuela de la vereda  Sesteadero. Allí nacieron dos de las iniciativas más importantes del Cabildo de Toribío: las aulas amigas (herramienta de clases interactivas) y un proyecto de turismo ecológico, que cuenta con un museo, un pequeño hotel y habitaciones de hospedaje en las casas de varios indígenas.

  Toribío, con  28.000  habitantes, la mayoría de ellos de la etnia Nasa, ha sido uno de los pueblos más afectados por la guerra. Lo han llamado:  ‘Toribistán’ o ‘La Pequeña Bagdad del Cauca’. Y Sesteadero, una de las veredas que conforman la cuenca del río Isabelilla, era  uno de los sitios en los que las Farc reclutaban más  niños.

Las huellas  de la presencia guerrillera se notan en muchas de las casas a la vera del camino: grafitis de Manuel Vive,  del Che Guevara,  de Alfonso Cano...  

En esa zona también asesinaron a  dos guardias indígenas en noviembre del 2014.  “Allá, en esa montaña (frente al colegio) los mataron”, muestra un guardia indígena, que participó en la retención de los guerrilleros que participaron en el asesinato.

No hay cifras exactas, pero los habitantes de esta población calculan, que en cinco años sufrieron más de 600 hostigamientos.

Ese crimen,  y la explosión de una granada, en abril pasado, (durante el rompimiento de la tregua) que le cayó a la casa  de la señora Vitonás fueron los últimos grandes hechos de violencia protagonizados por las Farc en Toribío.

 Desde que iniciaron los diálogos con el Gobierno, la guerra en el Cauca empezó un desescalonamiento.  Hace dos años en Toribío los hostigamientos contra  los policías y militares que patrullaban sus calles podían ser casi a diario. 

El vigilante del colegio recuerda que desde los filos de la montaña se  disparaban guerrilleros y militares. “Estábamos en la huerta con los niños y apenas oía los tiros tocaba salir a correr -dice-. Desde hace como un año no se escuchan las balas, ya no se despierta uno con esa tronamenta”.

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Sesteadero está en silencio, solo lo interrumpe el silbido de una mirla y el sonido del viento al mover las hojas de los árboles. El profesor Jhon Freddy está sentado en la entrada de lo que será el museo: una construcción de guadua en forma de espiral -el  símbolo de los tejidos nasa-. Allí se expondrán fotografías, como en una línea de tiempo, de la historia de esta población. 

Esta vereda, a menos de diez minutos del casco urbano, es la primer parada de la ruta turística que el Cabildo tiene planeado, como uno de sus principales proyectos durante el posconflicto.

Gabriel Paví, gobernador indígena, explica que con apoyo de la Usaid y la  OIM están desarrollando un proyecto de turismo, con un hotel de seis habitaciones, fabricado en guadua, y hospedajes en casas de familias Nasa de la vereda Tablazo, Porvenir y Aguablanca.

 “La cuenca del río Isabelilla es de una belleza impresionante. Y por la guerra mucha gente no conoce estos paisajes. Queremos hacer un proyecto de senderismo, de visitas a nuestros sitios sagrados y avistamientos de aves. El Sena está brindando asesoría en servicio al cliente y en gastronomía. Vamos a abrir un restaurante con nuestros platos típicos, trucha, mote con gallina..., jugo de gurupa, torta de zapallo”, explica Gabriel.

 El profesor  es uno de los líderes de ese proyecto. Él y varios de sus estudiantes han recorrido las montañas para hacer un inventario de aves. “Calculando un cese del conflicto, se hizo esta propuesta de etnoturismo. Son 47 familias que se están capacitando.  Hemos identificado 50 especiales, algunos de ellas endémicas y otras amenazadas. En este año hemos  llegado a sitios que antes por la guerra no podíamos”, dice.

  Para Jhon Freddy, estos proyectos son el futuro de su pueblo. Sabe que si hay un acuerdo con las Farc, muchos de los guerrilleros desmovilizados volverán a su tierra. Y en Toribío, por décadas, han reclutado jóvenes. “Con estos proyectos y en la misma escuela de Sesteadero le damos oportunidades a esos desmovilizados. Aquí,  ahora estudian muchos pelados, hasta mayores de 18 años, que eran  de la guerrilla”.

El profesor quiere que cuando Nico sea grande la guerra en su pueblo sea solo un recuerdo enmarcado en las fotos del museo. Que no le pase como a otros adolescentes, que al escuchar los tiros desde niños, aprendieron a identificar el tipo de arma.

 

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Los hijos de la enfermera  Julia podían identificar si los tiros eran de un fusil,  una punto 50 o una pistola. Vivían a pocas cuadras del parque y cuando la guerrilla hostigaba les tocaba salir de su casa a esconderse. 

 Ella, que lleva 25 años en el hospital, asegura que uno de los años más duros fue  el 2005. Guerrilleros, soldados y policías heridos eran atendidos en el centro de salud. “Una vez llegaron dos policías tiroteados. Uno se murió apenas ingresó, el compañero, mientras lo atendíamos, me cogía la mano, me la apretaba duro y repetía ‘doctora, mi pana se murió. No me deje morir y si me muero dígale a mi mamá que cuide a mi hija’. Se lo llevaron a Cali pero no sé qué pasó con él. En ese momento mi hijo prestaba servicio militar y yo no hacía sino pensar en él”.

 Ese 2005, la enfermera sufrió una crisis por estrés postraumático. La incapacitaron, mientras un psiquiatra la atendía. Luego volvió a su trabajo, a atender heridos de la guerra.

El  9 de julio del 2011, ella había salido del pueblo. Ese sábado, su esposo, estaba en misa de 10:00 cuando explotó la chiva bomba, que las Farc lanzó contra la estación de policía. Tres personas murieron y otras 103 quedaron heridas. Era día de mercado y el parque está ubicado a dos cuadras de la estación.

  El esposo de la enfermera era uno los heridos. Aunque no falleció ese día, el impacto de la explosión le agravó un problema de corazón y 20 días después falleció. Quedó viuda, en medio de un pueblo devastado. Atendiendo muchas veces a los guerrilleros del grupo que instaló la chiva bomba. 

Julia perdonó. Al igual que Toribío ella tiene esperanzas. Ahora construye un hotel de doce habitaciones en su casas,  a pocas cuadras del parque.

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[[nid:501150;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/01/paz-toribio.jpg;full;{Los niños pueden salir al parque sin miedo de un hostigamiento. La paz llegó al pueblo. Foto: Oswaldo Páez | El País}]]

Son las 5:00 p.m. del jueves. Un niño empuja a una niña en un columpio. Otra pequeña se lanza de un tobogán de los juegos infantiles. Dos adolescentes recorren el parque en bicicleta. Una pareja vende arepas. Tres amigas conversan en una banca.  En la otra esquina un policía, solo, camina tranquilamente. Sonríe. Dos militares en un muro miran a las personas pasar. Cinco amigos juegan domino en el andén de una tienda. 

La dueña de la droguería acabó de pintar su casa. Su mamá hizo un préstamo para reconstruir el local y su casa, que había quedado averiada por la chiva bomba. “Hace más o menos un año este pueblo tiene otra cara. Antes, a cualquier hora, cualquier día de la semana, llegaban los vecinos a decirnos salgan porque las Farc van a atacar, o los disparos y los cilindros contra la estación nos despertaban. Y salga con los niños a correr hasta la casa de unos familiares a las afueras. Ahora abrimos sin problema. Dormimos sin miedo”, expresa.  Así es el pueblo ahora. Un Toribío en paz. Un Toribio que respira.

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