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Los Millenial son la generación nacida entre los años 85 y 95, según los estudios. | Foto: Freepik / El País

MILLENIALS

"Ser papá me salvó de ser Millenial"

Mi vida se precipitaba hacia una espléndida carrera como Millenial, hasta que desperté con la tremenda noticia de que iba a tener un hijo.

27 de junio de 2017 Por: Yefferson Ospina / Periodista de El País

Según los estudiosos, los sociólogos de supermercados, mercadólogos y demás, según mi signo, fecha y hora de nacimiento, como si se tratara de una fatalidad, yo estaba destinado a ser un Millenial. Me lo decían los comerciales, las películas, algunas canciones, los periódicos, el mundo: yo era un Millenial. Bueno, abrí Wikipedia, leí un par de artículos gringos, y entonces se hizo la luz.

Dicen los entendidos que se trata de quienes estamos entre los 25 y los 35 años de edad - aunque puede tener leves variaciones -; dicen que crecimos en medio de la internet, que conocimos las redes sociales a la par que nuestras hormonas llegaban a su punto mayor, que ahora sufrimos de pánico ante la posibilidad de perder el teléfono, y podríamos padecer un aneurisma ante la posibilidad de no tener wi-fi. 

Que somos más ecológicos, más críticos también; que preferimos posponer el matrimonio y la adultez; que odiamos los trabajos de oficina; que nos creemos los últimos genios de la humanidad y otro par de virtudes incomprendidas. 

Luego de entender en qué consistía, pensé en mis amigos y lo comprendí mejor: están con su smartphone todo el día, todo el tiempo; algunos andan en bici por esta ciudad que es como una selva; otros abandonaron la Coca-Cola e insisten en ser unos genios del cine; algunos de la literatura; otros de la Internet. Todos dicen que el asunto es que no los comprenden porque, por supuesto, son "genios". 

Aquello ocurrió hace unos cuatro años, quizá el mismo año en que nació mi hijo y, no puedo negarlo, de entrada sentía cierta aversión por esos que decían, con un cierto orgullo, ser Millenials. Me parecía más como esa vieja inclinación a no soportar ser como el resto, a no querer ser parte de la masa que lleva a inventarse una diferencia, la que sea, aunque idiota. En fin, ser Millenial según lo que pude leer y pude ver me pareció una pesadilla llena de escenas de restaurantes en que una pareja no habla, chatea; en que no vas a un concierto a oír música sino a a hacer fotos; en que la soledad significa perder tu smartphone; en que no viajas sino que presumes; en que tienes la obligación de parecer lindo e inteligente y perfecto en Instagram; una pesadilla en la que el mundo sin internet pierde todo su sentido: el existencialismo de nuestro tiempo. En fin. 

El asunto, para ser sincero, es que fue mi hijo el que me salvó de ser un Millenial. Y fue muy simple: si tienes un hijo no es tan fácil que llegue a tu casa de trabajar para conectarte a Facebook, ni tienes tiempo para subir una foto de las empanadas que te estás comiendo. No. No se puede. Te toca hablar, como en la antigüedad. Hay que ir al parque, como en la antigüedad; hay que llevar al hijo a la piscina, a dar un paseo al perro, cambiarle el pañal, ver una película o sus caricaturas favoritas, jugar con Spider Man o Buzz Lightyear. Te toca, es así... Y si sales con él es lo mismo, porque una vez tratas de hacer la foto del helado para subirla a Instagram te das cuenta de que tu hijo está a punto de tirar al suelo todos los helados de la mesa de al lado. 

Sí, yo tenía una carrera brillante como Millenial. Cuando Antonio -  mi hijo - estaba todavía muy chico, llegaba a mi casa a conectarme a mi Ipad. Esos tiempos se disolvieron cuando empezó a caminar y era necesario llevarlo al parque luego de mis jornadas de oficina. 

Dicen también que los Millenials se caracterizan por estar convencidos de ser mejores en sus trabajos, por ejemplo, que sus jefes; por estar convencidos de ser portadores de un gran secreto y una sabiduría que el resto del mundo reprime y desprecia. Bueno, a mi hijo le pasa igual. Él cree que si se come una canica todo va a estar bien; que si deja de desayunar todo está bien; que si se lanza por la ventana la va pasar bomba, etc., etc. Y eso, tener que lidiar con la obstinación de ese tipito, ha funcionado como espejo, me ha servido para decirme: es bueno escuchar, es bueno creer que - aunque pueda que sí sea ese talento extraordinario que me creo cada vez que opino en Twitter - siempre vale la pena escuchar y vale la pena no creérselo del todo. Finalmente son solos unos retweets, unos likes, no es para tanto...

Bueno, no es que todas las virtudes Millenials sean indeseadas. Hay quienes dicen por ejemplo que gracias a ellos fue la Primavera Árabe (y con solo un poco de cinismo se diría que eso explica que haya salido como salió), que se preocupan más por el medio ambiente y que suelen asumir con mayor fuerza que sus padres  y abuelos actitudes políticas - aunque sea casi siempre desde el smartphone. 

Se dice, con razón, que los Millenials no quieren casarse ni mucho menos traer hijos al mundo. Es apenas lógico: para ser padre y esposo se requiere volver a habilidades caídas en desuso como el diálogo, la escucha, la paciencia. Los Millenials, por lo demás, tienen muy poca paciencia según dice los estudiosos, porque están acostumbrados a tenerlo todo a un clic. Creo que a mí mi hijo me salvó de toda esa pesadilla. 

Se lo agradeceré toda la vida. Me ha enseñado a librarme de todos lo vicios que la tecnología y el siglo XXI han traído consigo y a disfrutar a fortuna de haber nacido en este tiempo. 

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