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Clara Luz Roldán aspira a la Gobernación del Valle. Es tan obsesiva con el orden, que sus hijos dicen que “tiende la cama para acostarse”. Amante del cine, la lectura, los viajes y la música de los años 60. | Foto: Foto: Aymer Andrés Álvarez / El País

GOBERNACIÓN DEL VALLE

Estos son los secretos de la historia de Clara Luz Roldán

La candidata a la Gobernación del Valle inicialmente soñó con ser una empresaria, como su mamá, pero haber sido líder estudiantil en la Universidad Libre marcó un camino hacia la vida política.

15 de octubre de 2019 Por: Carolina Jojoa - Fotos: Aymer Andrés Álvarez / redacción de El País

Aunque nunca fue rumbera, la salsa le hizo el guiño y la tentó a aprender a bailar a los 15 años. El ‘culpable’ de tal hazaña fue Héctor, su primer novio. La candidata a la Gobernación del Valle del Cauca inicialmente soñó con ser una empresaria, como su mamá, pero haber sido líder estudiantil en la Universidad Libre le marcó el camino hacia la vida política.

En el avión que la trajo a Cali a los 19 años se enteró que iba a ser madre por primera, vez lo que no fue impedimento para que esta mujer, que atravesaba la capital del Valle en una moto C70, cumpliera sus metas.

Es tan obsesiva con el orden, que sus hijos dicen que "tiende la cama para acostarse". Amante del cine, la lectura, los viajes y la música de los años 60.

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Nació el 10 de abril de 1961 en Medellín. Es hija de la empresaria Nuri González y el músico Francisco Javier Roldán.

Desde los 5 años vivió en Bogotá y a los 19 se trasladó a Cali, donde culminó sus estudios como administradora de empresas en la Universidad Libre.

Sus hijos son la chef Claudia Posada y el abogado Jairo Prado. Ellos la definen como una mujer intensa en el trabajo, el orden y el amor.

"Precisamente por esa pasión con que hace todo, es que ha logrado tanto", dice Jairo.

La candidata a la Gobernación se define como una mujer espiritual.

Tiene una especial devoción por la Virgen de Fátima, el Señor de los Milagros y el Ángel San Miguel, quienes son los protagonistas del sin número de altares que tiene en cada rincón de su casa: “Creo en Dios, sé que direcciona mi camino. Voy a misa y hago el Rosario”.

Esta administradora de empresas y especialista en derecho laboral y desarrollo urbano, podría tener, mal contados, más de cien collares de todas las texturas, estilos y colores. Al igual que la ropa, cada accesorio que va utilizando lo ubica en un lugar distinto para no repetirlo. Dice que es una estrategia que la obliga a usar todo lo que tiene y a no guardar cosas por años y años.

Su pecado es comer helados de máquina: se puede comer seis en un día, pero cuando tiene gripa, especialmente en campaña, no la dejan
saborearlos.


Precioso es el gato que le alegra la vida a la candidata. Duermen juntos, está siempre a su lado, la espera en la puerta, y apenas la ve llegar, sabe dónde se va a hacer para que lo consienta y le dé de las gomitas que le compra.

Dos cosas la mantienen fuerte en mente y cuerpo: la lectura y los multivitamínicos. Ahora está atrapada por la trilogía de Sarah Lark, una saga familiar que se desarrolla en el exótico marco de Nueva Zelanda.

La cartera y los zapatos siempre van del mismo color. “Nunca pude dejar esa moda, y la bisuteria tiene que combinar con el pantalón. Me gustan los zapatos cómodos y elegantes. Esta sería mi pinta para ir a cine”.

Uno de sus géneros favoritos del cine es la ciencia ficción: “Me recuerda lo que me pasaba con mis muñequitos favoritos, Los Supersónicos, que cuando los veía decía: ‘Ah, imposible que uno va a poder hablar por teléfono o ver hologramas’, y vea, lo estamos viviendo. Ahora me da miedo cuando la ciencia ficción toca el cambio climático o las guerras, porque ya no lo veo como a Los Supersónicos, ya esto es serio”.

En un compartimiento secreto, detrás de su televisor, oculta la caleta de los dulces, la cual trata de mantener surtida con con maní, galletas, brownies, barquillos, chocolates, pasabocas de maíz y quinua: “Mi hijos dicen que es mi caleta, pero la verdad es que todos vienen a comer. Cuando menos pienso, ya casi no me queda nada”.

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