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La Ermita ha perdido el color original de su fachada y de sus paredes interiores. | Foto: Raúl Palacios / El Pais

ERMITA

La mala hora que pasa La Ermita, el templo más icónico de Cali

El abandono amenaza a la Ermita. Urge hacerle una reparación estructural. ¿Cómo preservar una postal?

21 de abril de 2019 Por: Redacción de El País

Es difícil imaginar una fotografía que no la tenga en el fondo. Puede ser un retrato en el que su imponente estampa queda relegada tras una familia extranjera o una autofoto de una pareja de enamorados que, quizás, planea ataviarse en trajes de gala para hacer público su querer. La Ermita, en la esquina de la Carrera 1 con Calle 13, es más que un icono religioso, un símbolo de toda una ciudad. De ahí que muchos digan que son “tan caleños como La Ermita”.

Pero este templo no siempre ha sido la mole neogótica que se roba toda la atención al final -o principio, dependiendo como se mire- del bulevar del río Cali. Antes de estar pintada de gris y blanco y tener grandes arcos, bóvedas de crucería y vidrieras, se conocía como la ermita de Nuestra Señora de la Soledad y del Señor del Río; se encontraba recostada sobre el río Cali, estaba hecha en bahareque, su fachada formaba un chaflán y la torre estaba incluida en la nave. Hay documentos históricos que la citan hacia el año 1602, por lo que algunos historiadores advierten es que fue construida en 1590.

La Ermita es una sobreviviente. En principio, por su ubicación, era amenazada por las crecientes del río y esto obligó, en 1678, a trasladarla al sitio donde hoy es popular. Años más tarde, en el terremoto de 1787, la sencilla iglesia fue derribada y únicamente se conservó la imagen del Señor de la Caña, la misma que todavía está incólume en el altar lateral izquierdo.

Dos siglos después, el terremoto del 7 de junio de 1925 terminó por dejar en ruinas la pequeña capilla. Cuenta el historiador y expresidente de la Sociedad de Mejoras Públicas, Nicolás Ramos, que entonces fueron las hermanas Micaela y Asunción Castro Borrero quienes iniciaron la reconstrucción de La Ermita, que esta vez fue diseñada y construida por el ingeniero Pablo Emilio Páez, quien tomó como inspiración las formas de la catedral de Ulm, en Alemania, para darle a la ciudad su única construcción de estilo neogótico en 1942.

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En la obra no se escatimó en gastos. De hecho, en el templo se ubicó mármol de Carrara en los altares y el púlpito; las campanas fueron fundidas en bronce por Armand Blanchet, en Levallois, Francia; el reloj musical y los vitrales que adornan las paredes llegaron de Amsterdam; y las puertas de hierro fueron fabricadas en Cali por alumnos de la Escuela Municipal de Artes y Oficios.

“La Ermita es un pisapapeles de una catedral gótica, tanto en tamaño como en materiales porque no es tan monumental como Notre Dame ni está hecha con piedra como ese templo, sino con cemento. Allí solían hacerse muchos matrimonios a mediados del siglo pasado”, señala Ramos, quien recuerda que desde su edificación inicial La Ermita se situó en el límite de la ciudad.

En los últimos años el templo ha tenido que resistir ocupaciones de manifestantes de empresas de transporte público, sindicalistas y residentes del jarillón del río Cauca, así como a ladrones que han roto sus vitrales y compuertas para tratar de hacerse con cualquier botín religioso, a espontáneos dedicados a hacer grafitis o a desadaptados que bañaron parte de su fachada con aceite caliente.

Sin embargo, hoy la pelea de La Ermita es más por mantenerse de pie ante el abandono que la invade de humedades y que tiene resquebrajada la pintura en sus paredes. La misma falta de mantenimiento que la sigue sumiendo en el olvido en medio de una zona que cada vez se deprime más entre habitantes de calle, berrinche y vendedores de hortalizas.

De acuerdo con un documento de Planeación Municipal, que data del 2003, “a pesar de los esfuerzos de la comunidad por preservar esta edificación, expresada en la recolección de fondos en las campañas para su reparación y mantenimiento, la construcción presenta fallas constructivas producto del deterioro natural de los materiales por el paso del tiempo. Aunque se ha enlucido previo trabajo de resane y reparaciones menores, la edificación requiere reparación de los elementos de concreto armado hoy meteorizados”.

Hoy, dieciséis años después de ese diagnóstico lapidario, La Ermita sigue a la espera de una intervención que la ayude a recobrar el brillo que la convirtió en la postal de Cali ante el mundo.

Al respecto, Wiston Mosquera, párroco de La Ermita, señala que ya se han realizado trámites ante la Secretaría de Cultura, la Gobernación del Valle y del Ministerio de Cultura. “Es bueno que las entidades públicas miren hacia estas construcciones porque son patrimonio y requieren mantenimiento, pero las administraciones no les inyectan recursos”, dice Mosquera.

No obstante, algunas organizaciones cívicas empezaron a realizar acciones para no dejar caer el templo. Quizás la más visible es la llamada ‘Ermitatón’, una iniciativa que busca recaudar fondos para enlucirla. 

Una de estas personas es Óscar Erazo, un administrador de empresas que desde hace más de un año se puso entre cejas aunar esfuerzos para recuperar la iglesia. Hasta el momento, comenta, se lograron cambiar las luminarias internas y externas por tecnología LED para que tanto feligreses como transeúntes puedan apreciar los vitrales originales.

Asimismo, se le dieron un par de baños a la fachada y se retiró la maleza que crecía entre el tejado. El último avance se dio al inicio del 2019, cuando dos años después que un rayo enmudeciera las seis campanas, se logró que repicaran de nuevo. El reloj, que durante el mismo periodo de tiempo se detuvo marcando las 4:31, volvió a girar nuevamente sus manecillas. El primer latido de un renacer.

El camino para La Ermita es largo. El paso a seguir es pintar la fachada de la iglesia; y aunque ya dos privados donaron la pintura y la mano de obra, falta conseguir un ‘manlift’, una especie de grúa que puede elevar hasta por 20 o 30 metros a quienes lijen y pinten las partes más altas de la iglesia.

“Esta es nuestra tercera Ermita, un patrimonio histórico que nos dejaron nuestros antepasados y que sería triste dejarla perder, sabiendo que pudimos hacer algo”, sentencia Erazo.

¿Cómo aportar?

Para continuar con el proceso de restauración del templo son necesarios recursos, insumos y mano de obra, por lo cual se requiere mayor vinculación por parte de la comunidad, entidades públicas y empresarios.

Se espera que en los próximos días la Gobernación del Valle, en conjunto con Univalle, inicien un peritaje y estudio de la estructura de este bien de interés cultural para determinar cuál es su estado real, qué se requiere para lograr su recuperación y cuánto se necesita -en tiempo y recursos- para llevar a buen término la restauración.

Las personas que deseen sumarse a la cruzada para recuperar La Ermita pueden comunicarse con Óscar Erazo, líder de la ‘Ermitatón’, al 3218731242.

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