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Duque en su laberinto

Si tiene personalidad, puede alcanzar fama de estadista y poner su retrato desde ahora en el panteón de los próceres, al lado de los grandes de la patria.

12 de septiembre de 2018 Por: Redacción de El País

Yo confieso -como el título de la película de suspenso dirigida por Alfred Hitchcock- creer que Iván Duque, presidente de Colombia, por si alguien lo ignora, es un buen muchacho, bien diferente a esos ‘buenos muchachos’ que llevó Álvaro Uribe al Gobierno, y que 23 de ellos fueron a dar a la cárcel acusados y condenados por delitos surtidos, que van desde homicidio agravado hasta cohecho propio e impropio.

Citaré un solo caso, el de Jorge Noguera, a quien el jefe nombró director del DAS -que dependía de la Presidencia-, y de allí tuvo que sacarlo cuando empezó la investigación y lo trasladó al consulado en Milán, de donde vino capturado por el asesinato del profesor Alfredo Correa de Andréis, y por eso purga más de 20 años de prisión.

Pero me desvié del tema. Juzgo que Iván Duque, levantado en ambiente liberal, no tiene en su corazón el odio reconcentrado que muchos de sus electores tienen por aquellos que se apartan de la senda de Uribe, empezando por el mismo Uribe, que hacen de la retaliación -y del cobro duro de los extravíos- el método de su ejercicio político. Eso es común en los caudillos, que no perdonan disidencias: “El que no está conmigo está contra mí”, es el lema de todos ellos, desde Julio César en la vieja Roma hasta el Führer de la Alemania nazi.

Duque pretende liberarse de la coyunda uribista pero ese cepo es difícil de soltar. Y está entrando a un laberinto sin salida pues ya recibe ‘fuego amigo’ de los áulicos de Uribe, que no son partido sino obcecados seguidores del líder. No he conocido a ninguno de ellos que se declare miembro del Centro Democrático. Al preguntarle su afiliación, responde: uribista.

El ‘fuego amigo’ ya empezó a caer sobre la otrora rubia cabellera presidencial, hoy de un gris azulado de lo más pispo, como dicen sus adoradoras.

El discurso de Ernesto Macías al darle posesión el 7 de agosto fue un verdadero cohete V2, como los que lanzaban los alemanes contra Londres, disparados desde la costa francesa.

La posición negativa de Uribe frente a la Consulta Anticorrupción, apoyada por Duque, fue un mortero letal, igual a los que las Farc dejaban caer sobre los pueblos.

El proyecto de ley que le da facultades, no pedidas, al Presidente para elevar por decreto el salario mínimo, que se depositará en un fondo de pensiones privado, estilo Porvenir, fue como la bomba que soltó el avión gringo Enola Gay sobre la indefensa Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Los explosivos ejemplos podrían continuar.

Si Iván Duque quiere pasar a la historia como buen gobernante tiene que lanzar ya el grito de independencia y decir a los cuatro vientos que el senador Uribe puede hacer y decir lo que quiera en el Capitolio, pero que en la Casa de Nariño el que manda es él, porque a quien eligió el pueblo soberano el 17 de junio de 2018 no se llama Álvaro Uribe Vélez sino Iván Duque Márquez, y que de la única persona que acepta órdenes es de doña María Juliana Ruiz, su esposa. Y si no le gusta así, que la ponga como quiera. El espectro de Santos ronda en Palacio.

Pero eso debe hacerlo pronto, porque el tiempo corre y Duque no puede ser reelegido en 2022.

Si el Presidente tiene personalidad, puede alcanzar fama de estadista y poner su retrato desde ahora en el panteón de los próceres, al lado de los grandes de la patria. Solamente así saldrá del laberinto en el que hoy está perdido.

Sinceramente, deseo que encuentre el camino a la gloria. Ahí le dejo la brújula.

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