Muchas veces lo que se requiere para salir de las prisiones autoimpuestas es que el deseo de vivir genuinamente supere la tendencia humana a darle importancia a la fachada.

Cuando el ‘yo’ sano, finalmente, acepta que está llevando una vida poco satisfactoria por temor, conveniencia, supuesto estatus social, o por la razón que sea, y toma la decisión de cambiar, inicia el camino de la liberación. Como sucede con casi todos los cambios, son difíciles en un comienzo, pero resultan gratificantes al final.

La persona que ha decidido quitarse las máscaras y liberarse de la fachada social, también ha decidido ser coherente entre lo que dice y lo que hace y entre sus valores y sus acciones. Es capaz de expresar sus pensamientos y sentimientos con claridad sin importarle las opiniones externas. Está dispuesta a defender sus puntos de vista. Es capaz de dejar ver su vulnerabilidad.

La autenticidad no siempre es genética. Es algo que se aprenda y se adquiere a lo largo de la vida. Seguramente tiene que ver inicialmente con la crianza, cuando los padres permiten la expresión libre de las emociones, son directos, llaman las cosas por su nombre (sin eufemismos) y no se preocupan por las opiniones de una sociedad dominada por las apariencias. Más adelante son la cultura, la sociedad y las experiencias vitales las que terminan moldeando la percepción que las personas tienen de sí mismas y que tanto influyen en la autenticidad o la falta de ella.

La autenticidad está reservada para aquellos que pierden, en buena medida, el interés en las apariencias y en lo que los demás piensen sobre ellos. Una persona auténtica es capaz de autocriticarse, de ‘mirarse para adentro’. Este es un acto de valor que determina un giro importante en la forma como las personas se relacionan con ellas mismas y con el resto del mundo. Implica aprender a manifestar con claridad, sin tapujos y sin temor al rechazo, la verdadera naturaleza de sus emociones.

Las personas que tienen una obsesión con lo que los demás piensan de ellas son generalmente inseguras tienen una enorme habilidad para echarse mentiras y creérselas y en consecuencia son incapaces de rebelarse.

Para quienes han vivido una vida predominantemente falsa, salir del interminable ciclo de la fachada es difícil, porque tendrían que batallar contra sus propios miedos, entre los cuales están el supuesto salto al vacío, la soledad, el rechazo social, las confrontaciones, y menores oportunidades económicas. Al mismo tiempo, para las personas auténticas el uso de máscaras no solo les resulta impensable, sino humillante.

El cambio hacia una vida más auténtica es posible para alguien que ha visto con claridad las enormes ventajas de vivir sin el ruido de lo que piensen los demás.

Cuando hay la decisión firme de no querer continuar con una vida falsa, se produce un fortalecimiento personal porque se logra visualizar, por fin, el camino hacia la libertad.