Adriana María Usme Castaño arregla con cuidado la estantería en la que van las galletas de banano con las que llama la atención de quienes arriba al aeropuerto de Apartadó, Antioquia, -que realmente queda en el municipio Carepa-.

Una a una, pone de manera estratégica los potecitos plásticos que no solo conservan la frescura de este dulce manjar cuyo olor se cuela por entre las pequeñas aberturas selladas; sino que también reflejan el trabajo de más de 2.000 mujeres a quienes el conflicto armado en los cultivos de banano les arrebató a sus seres amados, pero que gracias a este mismo fruto, lograron salir adelante.

Más de 2.000 mujeres han encontrado en el cultivo del banano una oportunidad para reconstruir sus vidas y las de sus familias. | Foto: El País

“En la época de la violencia, 8 de enero de 1997, mi esposo era trabajador bananero y grupos armados llegaron hasta ahí y lo mataron”, recuerda Adriana.

Si bien no se conoce con exactitud la cifra de víctimas por la violencia en esta región del país, el Observatorio de Memoria y Conflicto estima cerca de 7.135 asesinatos selectivos cometidos entre 1958 y septiembre de 2018.

El dulce néctar que proveía los alimentos para las familias de la zona se tornó agrio con el terror que generaron los asesinatos y las muertes.

Los cultivos se quedaron, pero las personas, al igual que Adriana, quien vivía en la vereda El Guineo, en Apartadó, se vieron obligados a irse.

Entre 1989 y 1996, Urabá registró la más alta tasa de población desplazada con 167.178 personas, según indica el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH).

Sin embargo, y como quien corta el tallo cosechado para darle paso a nuevos frutos; el Urabá retomó su cultivo insignia para transformar lo que un día significó violencia, en un símbolo de resiliencia.

Adriana María Usme organiza con dedicación los productos derivados del banano en el aeropuerto de Apartadó, símbolo de su renacer tras la violencia. | Foto: El País

Espacios como Pasaban, en donde el banano toma forma de pasa, torta, galleta, panela e incluso se mezcla con chocolate, son el postre perfecto para pasar ese trago amargo.

“La secretaria de la finca donde él trabaja me recomendó que fuera a la Fundación Diocesana Compartir, allá me brindaron mucho apoyo psicológico, capacitaciones y me dieron este empleo con el que pude sacar a mis dos hijos adelante y darles su estudio”, cuenta Adriana, quien aunque un poco tímida, no desconoce el valor del banano en su historia de superación, fruto que, como a miles de familias que se siguen recuperando de un momento difícil en la historia de Colombia; la vio caerse para luego volverse a levantar.