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La Cumbre sigue siendo uno de los municipios del Valle del Cauca donde más se fabrica pólvora de manera artesanal. | Foto: Foto: Oswaldo Páez / El País

PÓLVORA

Tres visiones del gran problema que la pólvora le trae a Cali en diciembre

Médicos, pacientes e incluso y quienes fabrican fuegos pirotécnicos coinciden en que los menores de edad no deben usarlos. En la última década hay diez mil lesionados en el país.

9 de diciembre de 2019 Por: Santiago Cruz Hoyos - editor de Crónicas de El País

Cuando le preguntan por casos puntuales de quemados por pólvora, la cirujana plástica Johanna Hernández recuerda manos destruidas, dedos mutilados, traumas oculares penetrantes causados por esquirlas, ojos perdidos. También niños a los que se les incineró la ropa mientras la tenían puesta.

– Aunque las estadísticas de lesionados con pólvora se han reducido en Cali en los últimos años, no recuerdo un diciembre que no haya alguien en las salas de quemados con una mano vuelta nada por la explosión de algún artículo pirotécnico.

La doctora Hernández se graduó en 2005 de la Universidad del Valle y desde entonces trabaja en la sala de quemados del Hospital Universitario. Luego hizo parte del equipo de especialistas que iniciaron el Manejo Integral del Paciente Quemado en el Centro Médico Imbanaco. Actualmente trabaja en las dos instituciones.

Tras 15 años curando pacientes, que literalmente jugaron con candela, asegura muy seria que sus hijos solo tienen permitido disfrutar de los juegos pirotécnicos mirando al cielo desde alguna ventana.

– Como sociedad tenemos que cuidar a nuestros niños. No exponerlos ni siquiera a las chispitas o a los totes. Les puede parecer chistoso acercarle eso a otro niño o puede ocurrir un accidente. La ropa sintética - hoy casi toda lo es - se prende muy fácil. Y hay que tener en cuenta que las quemaduras de niños tienen connotaciones legales de cuidado, y los padres son los responsables. También que no existe pólvora inofensiva para menores de edad. Mi recomendación es cero pólvora tanto para los niños como para la mayoría de ciudadanos. Los juegos pirotécnicos solo deben ser manipulados por expertos.

Según el Instituto Nacional de Salud (INS), entre el 1 de diciembre de 2018 y el 13 de enero de 2019, 827 personas terminaron lesionadas en el país tras el uso indebido de la pólvora. Un 6% más que el año 2017. El 37% eran niños (304). En el Valle del Cauca la estadística de lesionados creció un 27%. En los primeros 6 días de diciembre de 2019 las víctimas ascienden a 34 en toda la nación.

Si se revisaran las estadísticas de la última década, casi diez mil personas en Colombia se quemaron o perdieron una mano o un ojo por el uso incorrecto de la pólvora.

– La mayoría de los quemados se deben a imprudencias y descuidos de las familias. Por eso, tanto en diciembre como en el resto del año, las salas de quemados en Cali permanecen con personal 24/7 – dice la doctora Hernández.

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A Martha la conocí un diciembre. Estaba sentada en una cama de la Unidad de Cirugías de Mujeres del Hospital Universitario del Valle. Su cabeza estaba vendada. Apenas tenía descubierto su ojo derecho. Decía que había sufrido quemaduras de segundo y tercer grado.

El fuego quemó primero las glándulas sebáceas y sudoríparas. Después los vasos sanguíneos. El estallido hizo que perdiera el ojo izquierdo.
Martha se juraba a sí misma que después de lo que le pasó, su hija Aliz Samara, en ese entonces de apenas dos años, jamás quemaría pólvora.
– Fue cosa del diablo.

Martha se quemó un 3 de diciembre. Todo comenzó por una idea que apareció de la nada.

– ¿Por qué no compramos pólvora para el Día de las Velitas, como hace el resto de la gente?, le preguntó a Jhon, su marido.

Jhon le hizo caso. En la calle, a un polvorero clandestino, le compró media caja de totes. Sería la primera vez que Martha, a sus 23 años, quemaba pólvora. No alcanzó a hacerlo.

Aquel 3 de diciembre llegaron a la casa para guardar la caja de totes. Jhon se quedó afuera mientras Martha ingresaba. La caja se le cayó. La explosión la dejó aturdida. Sintió un zumbido en el oído. Después no escuchó nada. El fuego alcanzó su antebrazo, su pierna izquierda. Su rostro estaba bañado en sangre debido a las esquirlas.

Martha pasó aquel diciembre en el hospital. A veces se ponía a mirar por la ventana el movimiento del sur de Cali, la Calle Quinta. O escuchaba música con su celular. Jhon leía la Biblia para matar el tiempo o quizá la culpa.

El doctor Ricardo Ferrada, uno de los especialistas de pacientes quemados más prestigiosos de la ciudad, me explicó en su consultorio:
– Es como en un huevo. La quemadura es como en un huevo. Cuando lo echamos en la olla caliente la clara se pone blanca, se coagula. Es el mismo fenómeno que sucede en nuestra piel. Somos 80% agua. Cuando nos quemamos, nos coagulamos como claras.

Es martes, y Roberth Tulio Salazar, machete en mano, limpia un lote ubicado en Candelaria, apenas unos metros más adelante del puente de Juanchito. Su esposa Anayibe Barrios atiende la venta de pólvora, mientras otros polvoreros pintan, martillan, instalan carpas, levantan sus puestos.

Hace unos años, cuenta Roberth Tulio, vendían a orilla de la carretera. Fue una alcaldesa la que decidió ubicarlos en el lote. Según sus cuentas, son 16 las familias que se dedican a la venta de pólvora en Candelaria. La mayoría son mujeres cabeza de hogar. Roberth señala los puestos que apenas empiezan a tener cara y dice que aquel es el de doña Ana, el de más allá es el de doña Gloria, el del fondo es el de doña Magola, al final el de doña Nelcy.

– En Navidad, en cada puesto, trabajan unas seis personas.

Desde el 1 de diciembre, cuando empezaron a instalar las casetas, están a la espera de que la alcaldía expida el permiso para la venta de juegos pirotécnicos. De lo contrario, dice Roberth, su inversión está en riesgo. Este año compró $10 millones en mercancía “a una empresa de Bogotá”. Si todo sale bien se gana en promedio un 10% de lo invertido, calcula.

El negocio comenzó hace 40 años. En una de esas épocas de angustias económicas decidió poner una mesa en la puerta de su casa para vender pólvora en diciembre. Con las ganancias pagaba, en enero, el estudio de sus dos hijos. Uno es administrador de empresas. El otro conduce una tractomula. La plata también le alcanzó para construir su casa.

Los mejores días para vender pólvora siempre han sido el 6 y el 7 de diciembre, cuando se celebra el Día de las Velitas, explica Roberth. En esas fechas se vende lo que tiene exhibido por estos días: velas, velones, faroles, algunos voladores. El 24 y el 25, y el 30 y el 31, se vende mercancía más potente: las tortas, las culebras, los volcanes.

Para evitar accidentes con esos artefactos, hace unos años a los vendedores de pólvora de Candelaria y a la alcaldía se les ocurrió hacer un simulacro teatral: llevaban a sus hijos a los negocios y los vendaban como si estuvieran quemados. Era una manera de decirles a sus clientes que los menores de edad no deben manipular ningún tipo de pólvora.
Roberth tiene esa regla: jamás le vende a un niño, “así me diga que el papá está en el carro esperando”. La ley lo prohíbe, además. Anayibe, su esposa, aclara que es cierto que la pólvora está regulada en Colombia, pero no es prohibida. Tiene razón.

A los polvoreros los rige la Ley 670 de 2001, la Ley 1801 de 2016, el Decreto 4481 de 2006 y la Sentencia C-790 de 2002 de la Corte Constitucional. Allí dice, por ejemplo, que bajo ningún motivo los niños pueden hacer uso de los productos pirotécnicos. Ni siquiera chispitas.
Para la ley hay tres tipos de categoría de pólvora. La categoría 1 corresponde a los artículos que menos riesgo representan - aunque no dejan de tenerlo - y que pueden ser usados en espacios cerrados a menos de un metro de distancia. Como las velas que se clavan en las tortas de cumpleaños.

Según la norma, los mayores de edad que no estén en estado de embriaguez pueden comprarlos en sitios autorizados: almacenes, supermercados, hipermercados.

Lo artículos pirotécnicos categoría 2 implican un riesgo moderado y deben ser usados en espacios abiertos. Los espectadores deben ubicarse a una distancia de entre 5 y 25 metros, según el alcance del producto. Como las tortas que destellan en el cielo distintos colores. La ley igualmente permite su uso por mayores de edad que no estén borrachos, siguiendo las recomendaciones de uso.

La pólvora categoría 3, en cambio, solo puede ser usada por expertos. Son los productos que más pólvora contienen. Se emplean sobre todo en grandes espectáculos como la final de una Copa Libertadores, la inauguración de unos Juegos Panamericanos.

La ley también aclara un asunto: hay productos formales – que sí están permitidos – y no formales, cuyo uso se castiga. La pólvora formal es la que no contiene fósforo blanco – una sustancia altamente tóxica -y sus cargas píricas (la carga explosiva) deben cumplir con los estándares de la norma técnica Icontec.

Es la pólvora que vende Roberth en su caseta. En todo caso, aunque lleva cuatro décadas vendiendo juegos pirotécnicos, reconoce que rara vez los quema.

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Luis Felipe Villada Díaz sostiene una caja de pólvora que dice en su etiqueta: Pet Friendly. Se trata de una nueva línea de la empresa El Vaquero; juegos pirotécnicos que emiten luces pero que no estallan para no asustar a las mascotas.

Hacía unos minutos Luis había hecho una demostración con una especie de tote que aunque suena, no genera ninguna explosión como para mutilar alguna parte del cuerpo. Luis apretó el tote con sus dedos y efectivamente sonó como si se tratara de una pistola de fulminantes. No le pasó nada.

La pólvora para mascotas y los productos fabricados con los más altos estándares de seguridad, dice, son apenas dos de los esfuerzos que está haciendo la empresa para que la pirotecnia en Colombia se disfrute sin quemaduras, sin dedos volados, sin manos estropeadas, sin ojos perdidos.

Luis es el administrador del punto ubicado en el kilómetro 7 de la vía Cali – Jamundí (por norma, los expendios de pólvora deben estar alejados del perímetro urbano), y en todo el país El Vaquero suma 60 locales.

La compañía surgió hace 70 años en Soacha, Cundinamarca, aunque se hizo grande gracias a Carlos Alberto Carvajal, uno de sus mejores vendedores. Carlos después se hizo socio. Luego la compró.

En 2010, cuenta su hijo, Carlos Andrés Carvajal, quien además es el presidente de la Federación Nacional de Pirotécnicos, en la familia estaban cansados de continuar en una industria perseguida por las autoridades desde 1995, cuando el alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, prohibió la pólvora.

– Nos sentíamos como si estuviéramos haciendo algo malo -dice Carlos Andrés.

Como un último intento de no cerrar la empresa – y dejar sin trabajo a 160 personas – decidieron darle un vuelco a la compañía y aplicar la filosofía de la “pirotecnia en función de la vida”.

Carlos Andrés y sus hermanos comenzaron a capacitarse en Estados Unidos en el manejo de espectáculos pirotécnicos de gran formato. Eso hizo que las autoridades en vez de perseguirlos, se acercaran y los contrataran. El Vaquero ganó de hecho la licitación con Corfecali para el espectáculo de luces que inauguró el alumbrado navideño caleño en 2019.

En 2012 abrieron la primera tienda de venta directa al público en Cajicá, Cundinamarca. Allí comenzaron a capacitar a los clientes en el uso responsable de la pólvora. Les explicaban, entre otras cosas, que los voladores jamás se deben lanzar con la mano, sino puestos dentro de un tubo. Así se garantiza que el volador tome la dirección correcta, el cielo, y no la cortina del vecino.

Según Carlos Andrés, capacitar a sus clientes impactó las estadísticas de lesionados por pólvora en Cajicá. De 20 quemados cada diciembre, pasaron a cuatro.

– Fue cuando decidimos abrir puntos en todo el país y hacer pedagogía frente a la actividad de la pirotecnia, insistir en que los niños por ningún motivo deben manipular pólvora o que esta actividad no se debe mezclar con licor. Solo en Antioquia, donde se sigue aplicando la prohibición, nos cerraron las tiendas. Y sigue siendo el departamento que lidera los índices de lesionados por pólvora en Colombia.

Luis, el administrador de El Vaquero en Jamundí, hace memoria y certifica que en cuatro años de funcionamiento del almacén jamás se ha acercado un cliente a reclamarle porque se quemó. El local permanece abierto todo el año. Allí se vende pólvora para cumpleaños, matrimonios, conciertos, a veces los partidos definitivos del Cali o del América. El promedio de ventas es de $600 millones al año.

– A un polvorero clandestino no le va a importar que vos te quemés porque él te vende hoy y mañana no lo volvés a ver. Entonces hace productos que no cumplen con las normas. Nosotros abrimos 365 días, y lo que nos conviene como industria legal es que no haya una sola persona lesionada. Para lograrlo entrenamos a los clientes y aplicamos todas las medidas de seguridad en la elaboración de los artículos pirotécnicos.

Luis toma una torta y hace otra demostración. Todos los productos de la empresa indican en la etiqueta que no contienen fósforo blanco y además se incluye en letras grandes las instrucciones de uso. Por ejemplo se lee que para encender la mecha de la torta hay que estar a un lado, jamás encima de ella. Y que la mecha, que puede ser lenta o rápida, tarda diez segundos para que el producto comience a lanzar tiros al cielo, un tiempo suficiente para que la persona se aleje.

Al fondo, en una de las paredes del almacén, un letrero dice que está prohibido fumar.

Negocio informal

Una de las explicaciones a la gran cantidad de quemados con pólvora en Colombia es la informalidad de las empresas que se dedican a su fabricación.

En ese sentido, por lo regular los polvoreros artesanales e informales no hacen inversiones mínimas de seguridad a sus productos y procesos de fabricación.

Para Fenalpi, esta informalidad le permite a los polvoreros informales vender productos a un precio más bajo, pero a costa de transferir diferentes riesgos de seguridad al consumidor.

El eterno debate sobre la prohibición a la pólvora

La Federación Nacional de Pirotécnicos, Fenalpi, que reúne a los pirotécnicos formales y artesanales del país, contrató un estudio para comprender por qué, pese a las prohibiciones del uso de la pólvora en las principales ciudades de Colombia, las cifras de quemados no disminuyen como se esperaría.

El documento señala que para 2018-2019, la mayoría de las ciudades capitales del país (75%) se inclinaron a prohibir por completo la fabricación, comercialización y uso de productos pirotécnicos, “a pesar de que esto va en contravía de la Ley 670 de 2001, la cual invita a los alcaldes a regular la actividad con base en criterios técnicos de seguridad, pero no a prohibirla. Entre las ciudades que regulan la actividad y respetan la Ley 670 de 2001, están Bogotá, Ibagué, Pereira, Tunja y Armenia”.

La teoría de Fenalpi es que estas prohibiciones “no solo violan la ley”, sino que incentivan la producción y comercialización informal de pólvora, lo que pone en riesgo a las personas.

“Fenalpi sugiere que el deseo de usar estos productos en épocas decembrinas, incentiva el surgimiento de compras y ventas informales, con productos de baja calidad, caseros y que no poseen instrucciones ni factura. Esto multiplica los riesgos”.

Otra conclusión del estudio es que la mayoría de los lesionados no se encuentran en las ciudades donde hay decretos de regulación, sino por el contrario, en las que hay decretos de prohibición.

“Para el año 2018, de los 261 lesionados que se registraron en las capitales del país, 201 (75%) estaban en ciudades que emitieron una prohibición, mientras que sólo el (25%) se registraron en aquellas que emitieron decretos de regulación”.

“Se debe ajustar la ley”

En el eterno debate sobre la prohibición a la pólvora hay quien piensa muy distinto a la Federación Nacional de Pirotécnicos. La representante a la Cámara, Norma Hurtado Sánchez, presidente de la Comisión Séptima, presentó el proyecto de Ley 207 de 2018, que propone nuevas normas y el aumento de las penas para quien infrinja la ley sobre manipulación y uso de la pólvora. La iniciativa ya está en su tercer debate en el Congreso.

“El proyecto de Ley 207 incrementa las bases de las multas por incumplimiento de las disposiciones expuestas en la ley con un equivalente entre 500 a 1.000 salarios mínimos legales vigentes, mientras que en la Ley 670 de 2001 solamente se aplicaba multas entre los 20 y 50 salarios mínimos. Con el incremento de las multas se previene que las personas incumplan lo dispuesto por la ley, ya que el monto de la multa será más amplio”, dijo Hurtado.

Con la ley también se regularán los espectáculos públicos pirotécnicos, ya que se debe crear un plan de contingencia, cumplir normas técnicas de transporte, etiquetado y circulación restringida de mercancía peligrosa.

“La propuesta en trámite en el Congreso no es prohibir la pólvora, pero sí regularla para que solo sea manipulada por expertos. En diez años ya son casi diez mil los quemados en Colombia”, agregó Norma Hurtado.

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