Valle
El cementerio de Palmira donde ahora ‘vive’ la memoria
En un patio del camposanto de Palmira tuvo lugar una experiencia inédita que podría marcar el inicio de un camino hacia la reconciliación.
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15 de sept de 2025, 11:28 a. m.
Actualizado el 15 de sept de 2025, 11:28 a. m.
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¿Puede el patio olvidado de un cementerio ser el camino para llegar a la paz? Recientemente, en Palmira tuvo lugar un hecho, en el marco de la iniciativa ‘Nos Juntamos para Encontrarlos’, que demostraría que sí es posible.

Comparecientes ante la Jurisdicción Especial para la Paz, JEP, de las antiguas Farc y de la Fuerza Pública, y familiares de personas desaparecidas en el contexto del conflicto armado en el país, lograron lo que parecía improbable: juntarse y trabajar horas bajo el sol y el agua, con un solo propósito: construir 600 repositorios (osarios) para recuperar la memoria de esos colombianos de los que se desconoce su paradero, porque “solo desaparece quien se olvida”.
Sucedió en el Cementerio Central, en el patio secundario, lote 4, conocido como ‘el patio del olvido’, donde fueron enterradas cientos de personas, muchas de ellas excombatientes, como NN.

En este lugar hay un universo de 670 cuerpos sepultados identificados no reclamados o sin identificar. La mayoría murieron en la parte alta de la Villa de las Palmas o en municipios vecinos como Florida y Pradera, territorios históricamente afectados por el conflicto armado.
Durante años se hicieron inhumaciones estatales en este cementerio, convirtiéndolo en un sitio de principal interés para la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, Ubpd, en el Valle del Cauca, donde hay cerca de nueve mil víctimas de ese delito.
La recuperación
‘El patio del olvido’ era un sitio abandonado, sin dolientes.
Lo más doloroso, sin embargo, fue que debajo de esas cruces desvencijadas, condenados al olvido absoluto, fueron encontrados, en una misma tumba, entre cuatro y nueve cadáveres.

Hace dos años, la Ubpd inició en este camposanto un proceso de recuperación y de dignificación, logrando rescatar hasta ahora 72 restos mortales.
Una tarea titánica, que tomará mucho tiempo, advierten.
“Lo que presenciamos acá en Palmira es algo único en Colombia, es la suma de voluntades en favor de la búsqueda, pero sobre todo de la reconciliación, la reparación, la restauración”, señaló la directora de la Ubpd, Luz Janeth Forero Martínez.
“Por más de dos años venimos trabajando desde la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, la Corporación Humanitaria Reencuentros y la Corporación Comité de Reconciliación, aportantes de la Fuerza Pública y firmantes del Acuerdo de Paz, para construir esta obra, que dignifica la memoria de nuestros desaparecidos”, agregó.
Destacó, asimismo, que este es un espacio de memoria, “un repositorio donde estas personas que la guerra nos arrebató podrán tener un lugar donde sus cuerpos serán resguardados para la historia, para la posteridad, pero también donde las familias podrán encontrar espacios para homenajear y dignificar la memoria de aquellos que, insistimos, la guerra se llevó”.

La resurrección
El padre Arturo Arrieta, director de la Pastoral Social de la Diócesis de Palmira, una de las instituciones que acompañó este ejercicio restaurativo, junto con el Programa para las Naciones Unidas para el Desarrollo, Pnud; la Secretaría de Paz del Valle y la Alcaldía de Palmira, resaltó cómo un lugar donde todo parece el final, como es un cementerio, para otras personas se puede convertir en el comienzo.
“El comienzo de hacer su duelo, el comienzo de poder sanar. Con este ejercicio, se da una especie de resurrección. La resurrección de muchas almas que no han podido hacer el duelo, de muchas personas que han estado consumidas por la búsqueda, al no saber dónde está su ser querido”, añadió.

Detrás del Cementerio Central de la Villa de las Palmas, en esas ruinas, yace un espacio donde reposan hombres y mujeres que, en ese silencio, narran una historia oscura, marcada por el conflicto armado colombiano.
“Son personas que están allí, sembradas en la tierra, y yo digo que no solamente están esperando la tecnología que permite identificar su nombre, sino también por algo más profundo, y es el acto de ser recordados, llorados y, finalmente, reconciliados con su historia y la de su familia”, dijo el padre Arrieta.
Repositorios
Ante la magnitud de los eventos desarrollados en el Cementerio Central, se dieron a la tarea de pensar cómo, entre todos, podrían ayudar a reparar un poco el daño hecho a las familias de los desaparecidos, en el entendido de que la mayoría de ellas, una vez recuperan los cuerpos de sus seres queridos, no tienen recursos para pagar un osario.
Entonces surgió la idea de construir 600 osarios, denominados repositorios de memoria, donde ‘descansarán’ por fin los restos recuperados.

Luego de casi dos años de trabajo, de cambiar fusiles por herramientas de construcción, de levantar paredes y excavar memorias, el pasado 27 de agosto, en la conmemoración del Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, ‘el patio del olvido’ se llenó de vida, de reparación y de palabras de perdón, cuando, en un acto muy sentido, comparecientes ante la JEP expresaron a las familias su arrepentimiento y su deseo de cooperar en la búsqueda de sus seres amados.
Martha Burbano, directora de la Corporación para el Desarrollo Regional, CDR, no obstante, habló de la soledad y la estigmatización que sufren las mujeres buscadoras.
“Después de acompañar más de 300 familiares en el suroccidente, hoy podemos decir que generalmente las familias buscan solas y que generalmente quienes buscan son mujeres: madres, abuelas, hermanas, tías, primas y amigas que no cuentan con una institucionalidad dispuesta a escuchar ni comprometida con la búsqueda”, denunció.
Por su parte, Claudio Tomasi, representante residente del Pnud Colombia, afirmó que la desaparición forzada, en el marco del conflicto armado, sigue siendo uno de los retos más importantes y más sensibles que se expresan a nivel mundial y de Colombia, particularmente.
Dijo también que “estas iniciativas tan simbólicas, tan importantes, tan concretas, como la del cementerio de Palmira, son cruciales en varias dimensiones. Por un lado, van ayudar a alivianar el dolor de los familiares; por el otro lado, ayuda a reparar el daño que se ha causado, repararlo en cierta medida, no de forma completa, pero es el inicio de un camino, y al mismo tiempo, ayuda a honrar la memoria de aquellas personas que han sido desaparecidas”.
El secretario ejecutivo de la JEP, Harvey Suárez, resaltó que en Palmira ocurrió algo de una dimensión muy significativa: “Víctimas que por décadas han buscado, y comparecientes que en el pasado causaron daño, hoy se encuentran para proponer restauración y dignificación. Esto es lo que en la Jurisdicción llamamos hechos restaurativos”.
Afirmó que “tal vez no haya un hecho restaurativo de mayor contundencia que la ubicación, la identificación plena y la entrega digna de una persona desaparecida. Son procesos que, aunque parezcan pequeños, son los más sentidos para las víctimas”.
Para Jhon León, firmante de Paz de integrante de la Corporación Humanitaria Reencuentros, “los ejercicios de búsqueda de personas desaparecidas no son solamente una obligación judicial, sino una responsabilidad ética. Este compromiso existe incluso antes de la firma del Acuerdo, y hoy lo seguimos asumiendo como un deber profundo con las víctimas y con la sociedad”.
Asimismo, Diego Alberto Bareño, compareciente ante la JEP de la Fuerza Pública, manifestó: “Quién iba a pensar que un encuentro improbable como este, sea probable hoy en día. Antiguos antagonistas del conflicto, hoy estamos reunidos, trabajando en un mismo propósito en el Cementerio de Palmira”.
Según el Secretario Ejecutivo de la Jurisdicción, lo ocurrido en el cementerio de Palmira tuvo un carácter inédito, pues se trató de la cocreación de una iniciativa restaurativa entre víctimas y comparecientes, realizada de manera anticipada a la imposición de Sanciones Propias de la JEP y orientada específicamente a la búsqueda de personas desaparecidas.
De ahí que esa experiencia se podría convertir en el proyecto de Trabajos, Obras o Actividades con contenido Reparador–Restaurador (Toar), con los que se esperan dignificar a las víctimas del conflicto armado.
Sigue la búsqueda
Sin embargo, el drama continúa para miles de mujeres buscadoras en el país, como María Cecilia Tutestar, madre de Daniel Alejandro Escobar Tutestar, desaparecido en Cali en diciembre de 2013; María Graciela Solís Borrero, cuyo hijo, Andrés Felipe Peñaranda Solís, desapareció en Puerto Merizalde, Buenaventura, en el 2021, y Judith Casallas, madre de Johanna López Casallas, quien, junto a su novio Didier Duque, desaparecieron en octubre de 2007 en Pueblo Pance, Cali.
Así como ellas, hay nueve mil familias en el Valle del Cauca y 132.877 en toda Colombia esperando respuestas: ¿dónde están?, ¿qué les pasó?, ¿aún viven?, ¿los o las mataron?.
Porque su ausencia dejó huellas que las hacen recorrer cientos de caminos, pues ellas no los olvidan, ‘porque solo desaparece quien se olvida”.

Periodista de la Universidad del Valle con casi 30 años trabajando en medios impresos como El Espectador y El País, y desde hace unos años he incursionado en periodismo digital.
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