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La insensatez del terrorismo

En estos momentos, Colombia está inmersa en el esfuerzo más grande de su historia para responder a la amenaza de un enemigo desconocido que recorre el mundo y ha llevado a una parálisis necesaria para evitar su expansión. Sin embargo, y como si fuera una marca indeleble, sus autoridades deben dedicar recursos, necesarios y valiosos para cada colombiano, a enfrentar el desafío de la violencia que aprovecha la extensa geografía nacional para aplicar su barbarie.

26 de marzo de 2020 Por: Editorial .

En medio de la emergencia que vive Colombia por el virus que se expande aquí como en el resto del mundo, la violencia irracional de los grupos armados ilegales sigue haciendo presencia. Es el ataque artero que obliga a responder al terrorismo e impide la atención de los colombianos en el Cauca.

Ayer, los terroristas atacaron con ráfagas de fusil las estaciones de Policía de Caldono, Corinto, Toribío, Totoró, así como la subestación del corregimiento de Siberia, ubicado en la zona rural del primer municipio. Además, detonaron cargas explosivas en la carretera Panamericana a la altura de Mondomo en el municipio de Santander de Quilichao y en el tramo entre Puerto Tejada y Cali.

Fueron acciones demenciales que por fortuna sólo causaron daños materiales, Con ello se demuestra la intención de sus cabecillas de causar miedo y destrucción, aprovechando uno de los momentos más difíciles en la historia de nuestro país. Es claro que en ellos no caben sentimientos de solidaridad y de comprensión con sus compatriotas, que incluyen a los soldados y policías que atacan.

Lo que sí los mueve es su obsesión por mostrar el poder de fuego que tienen al atacar a mansalva, en medio de las difíciles circunstancias que atraviesa la sociedad. Se equivocan si piensan que con esa barbarie van a recibir el respaldo popular, o si con ello lograran cualquier reconocimiento político a sus acciones.

Nada de eso puede ser posible o si quiera aceptable. Los que han ordenado esos ataques son miembros de las denominadas disidencias de las Farc y sus jefes están en Venezuela, mientras los tenientes que tienen en el Cauca hacen uso de la violencia irracional para crear el terror, mientras protegen sus negocios de narcotráfico, la verdadera razón de esos grupos.

Infortunadamente, esos actos criminales obligan a pedir la repuesta de la Fuerza Pública contra sus autores, y a reclamar la vigilancia que necesita el Cauca. El departamento vecino es víctima permanente de esa violencia que pretende convertirlo en tierra de nadie mientras sus habitantes, incluyendo las comunidades indígenas, padecen la estigmatización injusta y la pobreza que se desprende del acoso incesante del crimen organizado.

En estos momentos, Colombia está inmersa en el esfuerzo más grande de su historia para responder a la amenaza de un enemigo desconocido que recorre el mundo y ha llevado a una parálisis necesaria para evitar su expansión. Sin embargo, y como si fuera una marca indeleble, sus autoridades deben dedicar recursos, necesarios y valiosos para cada colombiano, a enfrentar el desafío de la violencia que aprovecha la extensa geografía nacional para aplicar su barbarie.

Alguien debería hacerles ver a los cabecillas de esa locura, algunos de los cuales fueron negociadores de las antiguas Farc en La Habana, la insensatez de atacar a los policías en el Cauca. Y la oportunidad que se les presenta para hacerse al lado de sus compatriotas y ayudar a construir un mejor país, en vez de seguir alimentando una violencia fratricida que no tiene futuro posible y es rechazada de manera clamorosa por toda nuestra Nación.

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