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La fuerza de la naturaleza

Hoy los océanos están 1,8 grados centígrados más calientes que hace 30 años, lo que tiene implicación directa en el lugar, la rapidez y la potencia con que se forman los huracanes.

30 de septiembre de 2022 Por: Editorial .

El lugar en el que se empezó a formar, la rapidez con la cual pasó de tormenta a megahuracán y la fuerza inusitada que cobró en corto tiempo, hacen de Ian un evento inusitado. Es, según los científicos, ejemplo de lo que el mundo verá de aquí en adelante, con fenómenos naturales cada vez más recurrentes, impredecibles y devastadores.

La actual temporada de huracanes, que inició oficialmente el 1 de junio, ha sido atípica. Relativamente calmada en sus tres primeros meses, pareció desatarse durante septiembre con eventos potentes en el Pacífico y el Atlántico, otros inusuales en Europa y poderosos ciclones en el Índico con consecuencias desastrosas para Asia. Algo está cambiando y los temores sobre la incidencia que tiene el calentamiento global en ello se confirman cada vez más.

La Tierra, como planeta joven y órgano viviente, está en transformación permanente, lo que implica la aparición de fenómenos naturales, entre ellos los huracanes. El asunto está en las alteraciones que tales eventos muestran en la actualidad, la razón por la cual suceden y las implicaciones que hoy tienen para la humanidad. Es ahí donde el aumento de la temperatura mundial juega un papel trascendente.

El origen de los huracanes o ciclones está en el calor. La explicación es así: en las aguas templadas del mar se forman tormentas con vientos que empiezan a girar en el sentido contrario a las manecillas del reloj, estas van creciendo debido al calor que emanan los océanos y a la evaporación del gua de la superficie. Como el calor es energía acumulada, si la temperatura aumenta, la potencia de esas tormentas lo hace por igual y se convierten en huracanes.

Hoy los océanos están 1,8 grados centígrados más calientes que hace 30 años, lo que tiene implicación directa en el lugar, la rapidez y la potencia con que se forman los huracanes. Ian, por ejemplo, comenzó en el sureste de las Bermudas en el Atlántico americano, en 22 horas pasó de tormenta tropical a huracán de categoría 1, luego subió a 3 y ocasionó destrucción en la isla de Cuba y entró convertido en un megaciclón con potencia 4 al estado de la Florida donde causó “la peor devastación vista”, de acuerdo con las autoridades de los Estados Unidos.

Antes de Ian, el huracán Fiona azotó la costa este de Canadá y Kia amenazó a España. Mientras al otro lado del mundo, Pakistán se convirtió en las últimas semanas en territorio anegado por las lluvias y hoy parece un país conformado por pequeñas islas. Todos esos sucesos son pruebas de lo que está pasando, de cómo los ciclos naturales del planeta se ven afectados por el calentamiento global.

Frente a esa realidad, se esperaría que la humanidad estuviera unida, utilizara la tecnología cada vez más avanzada para prevenir y atenuar los efectos desastrosos que tienen los eventos naturales sobre el mundo, sabiendo que impedirlos es imposible. Pero son los intereses particulares los que priman sobre la supervivencia de la población global. Los mismos que han llevado al deterioro sistemático del planeta e impiden concretar las decisiones urgentes que se necesitan para detener el daño ambiental que se le ha ocasionado.

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