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El último fracaso

El nuevo Gobierno deberá evaluar lo que se hizo en unos diálogos accidentados e interrumpidos con frecuencia por la actitud del ELN y sus exigencias. Que no son nuevas y más bien corresponden a una larga trayectoria de frustraciones causadas por la falta de voluntad para terminar con la destrucción y el terror que han causado durante cincuenta y seis años.

1 de agosto de 2018 Por: Editorial .

Como se temía, luego de varios años de iniciadas las negociaciones con el ELN estas volvieron a quedar en el aire, a pesar de la voluntad y el interés demostrado por el Gobierno Nacional en conseguir la paz con ese grupo. Es la reiteración de una forma de comportamiento que ya no sorprende.

De nada sirvió que el Gobierno hubiera aceptado un complejo mecanismo para la negociación que duró varios años y no arrancó de cero, pues existían los antecedentes de decenas de intentos similares.
Tampoco fue suficiente el involucramiento de varios países como garantes y facilitadores del proceso, lo que le infundía un aspecto de seriedad y de confianza.

Y no pareció útil que se hubiera logrado el acuerdo con las Farc, tal vez la gran demostración de la voluntad y el empeño del presidente Juan Manuel Santos en la búsqueda de la paz, mediante la negociación y la entrega de concesiones para construir confianza. Todo ello no fue suficiente para lograr que los cabecillas del ELN aceptaran firmar un cese el fuego bilateral, la última gran demostración de generosidad, pese al crecimiento cada vez más amenazante de su organización en los delitos comunes, el narcotráfico y la minería ilegal.

Al explicar los motivos por los cuales no se logró un acuerdo en ese asunto, el presidente Santos dijo que se produjo a petición de la ONU, que a su vez solicitó al nuevo mandatario de los colombianos que decidiera sobre los protocolos del cese el fuego con el ELN. Dijo también Santos: “Sería contraproducente firmar algo que el nuevo Gobierno no avale o no esté de acuerdo porque sería deshacer todo, generar unas expectativas más allá de lo real y de lo conveniente”.

No obstante, los voceros del ELN dieron a entender que su contraparte no satisfizo sus exigencias, entre las cuales estaba su supuesta preocupación sobre la protección a los líderes sociales amenazados por la violencia. Sorprende que cuando ese grupo está en medio de un esfuerzo por aprovechar el vacío dejado por las Farc, y en una ofensiva para consolidar su control sobre gran parte del narcotráfico en Colombia, resuelva mostrarse como defensor de sus víctimas para negarse a firmar el cese el fuego que buscaba el Gobierno saliente.

Por eso, la palabra escepticismo resume el pensamiento de gran parte de la Nación frente a esas negociaciones. El nuevo Gobierno deberá evaluar lo que se hizo en unos diálogos accidentados e interrumpidos con frecuencia por la actitud del ELN y sus exigencias. Que no son nuevas y más bien corresponden a una larga trayectoria de frustraciones causadas por la falta de voluntad para terminar con la destrucción y el terror que han causado durante cincuenta y seis años.

Más es claro que ni al presidente Santos ni al nuevo mandatario Iván Duque, y mucho menos a la comunidad internacional que acompaña el proceso, se les puede adjudicar la responsabilidad del nuevo fracaso. La culpa es del ELN y al Estado le queda el deber de combatir con decisión el terror y la delincuencia con las que ese grupo azota a miles de colombianos en varias regiones del país.

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