El tesoro de Malpelo

El Santuario de Fauna y Flora de Malpelo es de esos tesoros perdidos en la memoria de los vallecaucanos, del que pocos han escuchado y mucho menos reconocen como parte del departamento.

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12 de jun de 2020, 11:55 p. m.

Actualizado el 25 de abr de 2023, 07:14 p. m.

El Santuario de Fauna y Flora de Malpelo es de esos tesoros perdidos en la memoria de los vallecaucanos, del que pocos han escuchado y mucho menos reconocen como parte del departamento. Por fortuna, el mundo sabe que existe y que se debe proteger de la depredación y de la destrucción sistemática a la que están sometidos hoy los océanos y sus ecosistemas.

Malpelo es más que una pequeña isla deshabitada ubicada a 507 kilómetros o 30 horas en barco desde Buenaventura, municipio al que pertenece. Es Patrimonio Natural de la Humanidad declarado así por la Unesco en el año 2006, se considera uno de los ‘Hot Spots’ o puntos calientes de biodiversidad del Planeta y además es reconocido como Área de Importancia para la Conservación de las Aves. Entre sus títulos también están los de Refugio Oceánico Global, Área Marina de Importancia Ecológica y Biológica y Joya Marina de Colombia.

Si quedaba duda de la trascendencia que tiene este Santuario vallecaucano, el más reciente reconocimiento le fue otorgado esta semana durante la celebración del Día de los Océanos, cuando fue incluido en la Lista Verde de Áreas Protegidas y Conservadas del mundo.
¿Por qué? Porque son 2’668.000 hectáreas en medio del mar, donde se encuentra una riqueza ambiental excepcional, con una diversidad biológica única y que, para fortuna de Colombia, está siendo bien manejada por la Dirección Nacional de Parques Naturales y cuenta ahora con un modelo de gobernanza que cumple con los estándares globales, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

Eso quiere decir que se está haciendo un esfuerzo enorme para salvaguardar a Malpelo, lo que no es fácil si se tiene en cuenta que es la zona más alejada al occidente de Colombia y ejercer la soberanía sobre una extensión de tal tamaño es al menos complicado. Por ello, la mayoría de noticias que llegan están relacionadas con la pesca ilegal, ejecutada en su mayoría por embarcaciones con banderas de países como Ecuador, Perú o Japón, que aprovechan para entrar en aguas nacionales, se roban nuestros recursos marinos y producen masacres ecológicas.

El deber del Estado colombiano no puede ser otro que defender esos millones de hectáreas que conforman el Santuario de Malpelo y preservarlos del daño ambiental que le ocasionan actividades como la pesca ilícita. Pero también es necesario reconocer que ahí hay una oportunidad, hasta ahora perdida, de hacer una industria pesquera sostenible, que beneficie a los pueblos de nuestro litoral y los rescate de esa espiral de abandono y pobreza en la que están sumidos desde siempre.

Es el compromiso que debe existir con quienes viven en esos 1300 kilómetros de costas sobre el Pacífico colombiano, ellos sí conscientes de la necesidad de cuidar los recursos naturales, a los que respetan y protegen porque saben que ahí está la fuente de su sustento y las oportunidades de progreso que se merecen. La conservación del Santuario de Fauna y Flora de Malpelo es una responsabilidad de Colombia con la humanidad, pero sobre todo debe ser un propósito nacional que incluya políticas que eviten su deterioro, así como planes que permitan darle un uso sostenible.

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