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El espíritu de la Navidad

Navidad es alegría en medio del recogimiento, es compartir lo poco o mucho que tengamos con los que no tienen nada, es despojarnos de nuestro abrigo en medio del frío de la noche, para calentar a la humilde criatura que nació en una pesebrera.

23 de diciembre de 2018 Por: Editorial .

A las doce de la noche de hoy, los cristianos de todo el mundo celebran el nacimiento de Jesús en un pesebre a las afueras de Belén. Aunque es una fiesta alrededor de la presencia del Redentor de la humanidad, también es un llamado a la humildad y el amor por el prójimo, simbolizado con el alumbramiento de María en un sitio donde sólo nacían los niños de las familias más pobres.

Esta celebración de la natividad, con todo y su sentido de alborozo, fue siempre una festividad religiosa, de profundo recogimiento y una ocasión para demostrar generosidad con los que menos tienen. Es la mejor época para que los cristianos practiquen la virtud de la caridad.

Que el hombre más importante de la historia proceda de un hogar tan desvalido constituye una aseveración de la mayor importancia: en cualquier cuna, y no sólo en las de los poderosos o blasonados, puede nacer una inteligencia privilegiada, un individuo capaz de cambiar el rumbo de la historia. Esta afirmación, que puede resultar escandalosa para quienes no han bebido en las fuentes del cristianismo, es un llamado a la solidaridad, en especial con quienes sufren por carencia de bienes materiales o condiciones de vida confortables. Los pobres cuentan y, en algunas ocasiones, más que nadie.

Debe recordarse que entre todas las virtudes, para el cristiano la caridad es la virtud más sublime, ya que es una manifestación de amor para con nuestros semejantes. El apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios señaló: “Si yo tuviera el don de profecías, conociendo las cosas secretas con toda clase de conocimientos, y tuviera tanta fe como para trasladar los montes, pero me faltara el amor, nada soy. Si reparto todo lo que poseo a los pobres y si entrego hasta mi propio cuerpo para ser quemado, pero sin tener amor, de nada me sirve”.

Este amor por los demás, que me lleva a entregarles mis bienes y aún mi vida, es la esencia de la caridad cristiana y la virtud que debe presidir las celebraciones navideñas. Mucho más entre los colombianos, que hemos padecido las tragedias de la pobreza y ahora debemos atender el drama indescriptible que padecen millones de venezolanos, muchos de los cuales están aquí, huyendo de la miseria, del hambre y la violencia que destruyeron su país.

Navidad no es una fiesta del comercio, ni una celebración pagana, como lo han pretendido las almas insolidarias que vuelven toda ocasión, aún la más sublime, en una oportunidad para acrecentar su fortuna. Navidad es alegría en medio del recogimiento, es compartir lo poco o mucho que tengamos con los que no tienen nada, es despojarnos de nuestro abrigo en medio del frío de la noche, para calentar a la humilde criatura que nació en una pesebrera.

Aunque nuestra Colombia muestra grandes progresos en la reducción de la pobreza, es imposible bajar la guardia contra los males que como la corrupción y la inequidad son sus aliados. Por ello es obligado recordar el verdadero espíritu de la Navidad cristiana, el que impulsa a ejercer la virtud de la caridad y de la solidaridad humana.

El País desea una Feliz Navidad a sus lectores.

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