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El derecho al aire limpio

Cali debe tomar nota de ello, porque aunque la capital del Valle sale bien librada en la medición de la calidad de su aire, ello no significa que esté libre del riesgo. La ciudad tiene la ventaja de que por su ubicación geográfica y su cercanía al Pacífico, los vientos que recibe se llevan rápidamente las micropartículas, pero aún así cada año se reportan un millar de enfermedades, sobre todo respiratorias, relacionadas con la polución aérea.

22 de febrero de 2019 Por: Editorial .

Alertas amarillas que pasaron a naranja en cuestión de horas. Medidas urgentes para atenuar los daños. Y en el centro de esas situaciones un denominador común: la contaminación del aire que llega a unos extremos tales que se pone en peligro la vida de los habitantes.

A esas circunstancias se enfrentaron en las semanas recientes Bogotá y Medellín. En las dos principales ciudades de Colombia los monitoreos que se hacen de manera permanente a la calidad del aire determinaron que los niveles de micropartículas dañinas estaban muy por encima de los límites máximos permitidos por la Organización Mundial de la Salud, y entonces se prendieron las alarmas.

La reacción fue pedirles a los ciudadanos que evitaran salir a la calle y ampliar los horarios de pico y placa de vehículos extendiéndolos incluso a los fines de semana. Por supuesto las medidas dieron los resultados inmediatos que se esperaban, pero están lejos de ser la solución que requiere uno de los problemas ambientales más graves que padecen las grandes ciudades del mundo.

Porque no es sólo Colombia la que sufre ese mal propio de estos tiempos modernos, al que se le atribuyen siete millones de muertes al año en el mundo, de las cuales 71.000 ocurren en nuestro país. Santiago de Chile y Ciudad de México, China y la India, son ejemplos en una larga lista de naciones donde la contaminación del aire no da tregua y se ha convertido en un problema de salud pública.

Ya se sabe que las principales causas están en las emisiones de partículas producidas por los vehículos que se mueven con gasolina o diesel, y en menor porcentaje las emanaciones provocadas por las industrias. En el primer caso la solución está en reducir el uso de automotores o hacer lo más rápido posible la conversión hacia aquellos que sean amigables con el medio ambiente, como los carros eléctricos o a gas natural. Y en cuanto a la industria, bastante se ha hablado sobre la importancia de promover las energías limpias para reducir los gases de efecto invernadero.

Pero esa transición será difícil y tardará décadas sin la voluntad para generar el cambio y, en el caso de los países menos desarrollados, por la falta de recursos para adelantar el proceso. Por eso hay que empezar con lo que se puede, como tener un servicio público de transporte eficiente que permita prescindir de los vehículos privados y hacer un control permanente de la contaminación ambiental.

Cali debe tomar nota de ello, porque aunque la capital del Valle sale bien librada en la medición de la calidad de su aire, ello no significa que esté libre del riesgo. La ciudad tiene la ventaja de que por su ubicación geográfica y su cercanía al Pacífico, los vientos que recibe se llevan rápidamente las micropartículas, pero aún así cada año se reportan un millar de enfermedades, sobre todo respiratorias, relacionadas con la polución aérea.

Si no se hace algo al respecto, y pronto, esas cifras continuarán subiendo en Cali, Bogotá, Medellín o en cualquier ciudad del Planeta. Y se les negará a los ciudadanos del mundo su derecho a respirar un aire limpio.

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