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De la protesta al vandalismo

La ciudad en particular y Colombia en general mostraron lo que es la protesta social cuando se hace sin violencia. Pero los vándalos y quienes aprovechan para sembrar el caos y la anarquía demostraron hasta dónde sus perversas e inaceptables intenciones pueden causar daño a esa protesta social y a la democracia como método para la convivencia y la solución de los problemas y para atender la inconformidad de la sociedad.

22 de noviembre de 2019 Por: Vicky Perea García

Durante todo el día de ayer, Colombia fue escenario de la movilización pacífica promovida por los organizadores del llamado paro nacional. Sin embargo, el final, en especial en Cali, fue marcado por el vandalismo destructor y al parecer organizado que buscó sembrar el desconcierto y la zozobra en la sociedad.

Las calles de las ciudades fueron testigos de la marcha que protagonizaron miles de personas, quienes deseaban expresar su protesta contra los temas planteados en la convocatoria.
Manifestaciones organizadas que rechazaron los intentos de algunos agitadores por sembrar el caos, quienes fueron expulsados con cantos y sin violencia, dando un ejemplo de lo que debe ser un movimiento democrático para reclamar cambios y mostrar sus desacuerdos contra las políticas y las actuaciones oficiales.

También se produjo la parálisis de quienes se abstuvieron de salir de sus casas ya fuera por precaución o por temor a las amenazas que circularon en las redes sociales. Así mismo fueron millones de colombianos los que acudieron a sus trabajos, aunque en muchas ocasiones se produjo el bloqueo al transporte público y de vías, en las cuales era imposible transitar.

Debe destacarse también la actitud de la Policía, que sólo actuó cuando los grupos de violencia tan conocidos por todos los colombianos atacaron encapuchados y atentaron contra los bienes públicos y usaron explosivos. Es esa violencia promovida entre otros por algunos dirigentes políticos, cuyo objetivo no es respetar la protesta social sino aprovecharla para desencadenar el caos.

Así pasó en varios sectores de Cali, obligando a la reacción de la Policía Metropolitana y al alcalde Maurice Armitage a decretar el toque de queda. ¿Qué tienen que ver las cámaras de detección, los buses del MÍO que movilizan a miles de personas, los semáforos y el mobiliario público con la protesta? ¿Por qué los destruyen los vándalos? ¿Y por qué se ataca a los negocios que abrieron sus puertas en los barrios populares, como si fueran “enemigos del pueblo”?

La respuesta es una: la intención de retar a las autoridades y buscar víctimas de las cuales luego se acusará a los servidores públicos, mientras se perjudica a todos los caleños. Eso debe ser rechazado como lo hicieron quienes en las marchas expulsaron a los que arrojaban bombas, apedreaban policías y destruían los bienes públicos y privados.

La ciudad en particular y Colombia en general mostraron lo que es la protesta social cuando se hace sin violencia. Pero los vándalos y quienes aprovechan para sembrar el caos y la anarquía demostraron hasta dónde sus perversas e inaceptables intenciones pueden causar daño a esa protesta social y a la democracia como método para la convivencia y la solución de los problemas y para atender la inconformidad de la sociedad.

Ojalá las medidas de emergencia tomadas por las autoridades permitan el regreso pronto de la tranquilidad y el orden destruidos por quienes promovieron el terror para aprovecharse del paro. Y que la Justicia actúe contra quienes impulsan, dirigen y promueven esa violencia.

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