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Cuidado con la Amazonía

Es la misma situación que se da en la Amazonía colombiana con la deforestación que se hace para expandir las fronteras agrícolas, tener más tierras para el ganado o para los cultivos ilícitos.

26 de noviembre de 2021 Por: Editorial .

Mientras destruir los recursos naturales sea rentable, poco importarán las consecuencias para el medio ambiente. Así se resume lo que ocurre en la Amazonía, en la brasileña en particular y también en la de los otros siete países que conforman esa gran cuenca suramericana.

Habían pasado solo unos días desde el discurso del presidente Jair Bolsonaro en la Cumbre por el Cambio Climático, COP 26, que se realizó a principio de este mes en Glasgow, Escocia, en la que el mandatario hacía promesas para detener el daño en el Amazonas y controlar sus causas, cuando se conocieron las alarmantes cifras de deforestación en su país. Entre agosto del 2020 y julio de 2021 se perdieron 13.235 kilómetros cuadrados de bosques, un 22% más que en el mismo periodo anterior.

Las cifras se determinaron a través de imágenes satelitales que analiza el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales y no hay dudas sobre su precisión. Tampoco sorprenden, porque desde que estaba en campaña y cuando se posesionó el 1 de enero de 2019, Bolsonaro dejó claro que para él el daño ambiental de la Amazonía era un mal menor y que ese gran territorio debía aprovecharse para explotar su riqueza. Su política, por demás negacionista del cambio climático, se ha dado en ese sentido, así en la COP 26 haya tratado de taparlo y declararse defensor de los recursos naturales de su país.

La culpa sin embargo no se le puede echar al mandatario brasileño en exclusiva. Un reportaje del New York Times cuenta cómo el cuero que se usa para fabricar los asientos de los automóviles es uno de los causantes de esa deforestación: son cientos de hectáreas de bosques que se queman desde hace años para convertirlas en pastizales para el ganado, actividad que aunque ilegal busca los mecanismos para legalizarse a través de la venta de la carne y del cuero a empresas transnacionales, en un intento más por imponer los dólares sobre la salud del planeta.

Es la misma situación que se da en la Amazonía colombiana con la deforestación que se hace para expandir las fronteras agrícolas, tener más tierras para el ganado o para los cultivos ilícitos. Ello sin contar el daño ecológico que provocan prácticas como la minería ilegal o la construcción de vías a través de la selva que sirven sobre todo para esos negocios prohibidos. De esas prácticas que afectan los bosques, los ecosistemas y la biodiversidad, no se salvan Bolivia, Perú, Ecuador o Venezuela, donde son frecuentes los incendios que devastan entre seis y siete millones de hectáreas de bosques al año.

Las consecuencias las padecen los países que tienen tierras en ellas. Pero son la humanidad en su conjunto, y el mundo los que pagarán las consecuencias de destruir una región esencial para el presente y el futuro de la Tierra, para enfrentar el cambio climático y reducir el calentamiento global. Por ello la respuesta debe ser mundial, ofreciendo el respaldo financiero y técnico necesario para su recuperación y preservación. Y para sancionar a quienes causan esas pérdidas y a aquellos que conocedores de lo que acontece no tienen reparos en comprar productos que salen de la Amazonía y significan su destrucción.

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