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Oda al cerebro

Muchos lectores me preguntan a menudo cuál es la diferencia entre un cerebro ‘sano’ y el de un psicópata.

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Antonio Joaquín García.
Antonio Joaquín García. | Foto: El País.

8 de sept de 2025, 12:46 a. m.

Actualizado el 8 de sept de 2025, 12:46 a. m.

Nuestro cerebro es el resultado de cambios muy lentos que han ocurrido a lo largo de millones de años de evolución y que han hecho posible el desarrollo de aquellas estructuras y conexiones que hoy nos permiten, entre otras muchas cosas, razonar, hablar, reflexionar, controlar nuestros impulsos y proyectarnos hacia el futuro.

Anatómicamente, el cerebro hace parte del sistema nervioso y puede considerarse como una red de comunicaciones altamente sofisticada que, a través de señales eléctricas que se suceden en milésimas de segundos, conecta al ser humano con el medio que lo rodea. Se divide en tres partes: el sistema nervioso central, el sistema nervioso periférico y el sistema nervioso autónomo.

El sistema nervioso central es el centro de la coordinación de toda actividad nerviosa; está formado por el cerebro y el cerebelo, y se conecta con una estructura llamada tronco cerebral, la cual continúa con la médula espinal. El sistema nervioso periférico está conformado por una red de extensiones o “cables” llamados nervios. El sistema nervioso autónomo, por su parte, está constituido por nervios que funcionan de manera automática, independiente del control voluntario de la persona, y que permiten mantener las funciones corporales básicas como la respiración, el latido cardíaco, la presión arterial, la función intestinal y la regulación de la temperatura corporal.

El cerebro humano necesita gran cantidad de energía para funcionar. El cerebro pesa aproximadamente 1350 gramos, consume la misma energía que 27 kilos de músculo en reposo.

Muchos lectores me preguntan a menudo cuál es la diferencia entre un cerebro ‘sano’ y el de un psicópata. Un número cada vez mayor de estudios ha documentado diferencias significativas entre el cerebro de personas normales y el de criminales que han cometido actos violentos. Al parecer, estas personas presentan disminución en el volumen y en la actividad del lóbulo frontal, el cual desempeña un papel fundamental en la toma de decisiones, así como en el control de los impulsos y de las emociones. Este hallazgo es particularmente frecuente en quienes cometen actos criminales de manera impulsiva. Todo lo anterior ha llevado a que algunos investigadores planteen que estas variaciones anatómicas reducen en estas personas la capacidad de anticipar y comprender las consecuencias de sus actos.

Estas anormalidades pueden provocar impulsividad y falta de juicio, lo que se traduce en trastornos de la personalidad. Se estima que estos trastornos están presentes en un 25 % a 50 % de la población carcelaria, según estudios realizados por diferentes investigadores. A los problemas anatómicos y personales se suman factores psicológicos, biológicos y sociales, como la violencia intrafamiliar, el estrés, el abandono, la marginación social, la pobreza, las disfunciones familiares y la falta de educación.

El crimen es, en gran medida, un problema de estructura social. También influyen estilos de crianza inadecuados, tanto excesivamente permisivos como rígidos. Nuestro país, que ha sido terreno fértil para la violencia y el crimen organizado, refleja una mezcla de todo lo anterior, sumada a una justicia corrupta e inoperante, con tendencia a la impunidad, y a líderes políticos que han cohonestado con esta patología social. A ello se agregan tantos personajes que nos acompañan en la cotidianidad, que ejercen violencia verbal, pasan desapercibidos y, sin embargo, engendran violencia. Esto sucede en entornos sociales como los colegios, las universidades y los espacios de trabajo, donde se transmiten comportamientos anormales que incitan al caos.

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