Columnistas
La magia de la Navidad
Volver a lo original; a nuestras creencias, a nuestra familia, a nuestras tradiciones, a nuestros amigos. A esa cena sencilla donde lo más valioso no es el menú, sino las historias que se cuentan. A ese abrazo que reconcilia
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9 de dic de 2025, 12:50 a. m.
Actualizado el 9 de dic de 2025, 12:50 a. m.
La Navidad tiene una forma muy particular de tocar el alma. Llega envuelta en luces, música y rituales que conocemos desde niños, pero su verdadera magia está en los sentimientos que despierta: la unión, la amistad, el amor, la empatía, la bondad. Es como si, por unos días, recordáramos con más claridad quiénes queremos ser y qué es lo que realmente importa.
Sin embargo, es imposible ignorar que, con el tiempo, también se ha llenado de ruidos como el consumismo, las compras interminables, la presión por dar el ‘mejor’ regalo, la comparación, el materialismo disfrazado de celebración. A veces, sin darnos cuenta, terminamos más preocupados por lo que falta bajo el árbol que por las personas que están sentadas alrededor de la mesa. No se trata de renunciar a los regalos o a las fiestas, sino de cambiar el centro de gravedad.
Y ahí es donde vale la pena hacer una pausa y volver a lo básico. Volver a lo original; a nuestras creencias, a nuestra familia, a nuestras tradiciones, a nuestros amigos. A esa cena sencilla donde lo más valioso no es el menú, sino las historias que se cuentan. A ese abrazo que reconcilia. A ese mensaje que enviamos no por compromiso, sino porque de verdad queremos que el otro se sienta acompañado.
Cuando hacemos ese retorno a lo esencial, algo se ordena por dentro. El alma se calma, como si encontrara de nuevo su hogar. La Navidad deja de ser una lista de tareas o gastos, y se convierte en un espacio sagrado para agradecer, pedir perdón, soltar lo que duele y abrazar lo que permanece. Nos recuerda que no estamos solos, que pertenecemos a una comunidad, a una familia, a una red de afectos que nos sostiene incluso cuando el año ha sido difícil.
Porque todos hemos llegado a diciembre con cicatrices: problemas, pérdidas, miedos, frustraciones, cansancio. Pero la Navidad tiene esa capacidad de tomar los retos y los sufrimientos del año y volverlos, al menos por un momento, más livianos. No los borra, pero los pone en perspectiva. Lo que parecía inmenso se vuelve fugaz, lejano, pasajero frente a una risa compartida, una mesa llena, un juego en familia, una conversación honesta a medianoche.
En ese clima de cariño y recogimiento, se revive algo fundamental para nosotros, la esperanza. La esperanza de que el próximo año pueda ser mejor. De que podamos sanar lo que hoy aún duele. De que haya nuevas oportunidades, nuevos comienzos, nuevas formas de amar y de dejarnos amar. La esperanza de que las cosas buenas no solo vendrán, sino que muchas ya están aquí, en las manos que nos sostienen, en los ojos que nos miran con cariño, en las personas que se quedan a nuestro lado aun cuando no somos perfectos.
Tal vez eso sea, en el fondo, la verdadera magia de la Navidad; el recordarnos que lo esencial nunca estuvo en los regalos, sino en los lazos. Que no se trata de lo que tenemos, sino de con quién lo compartimos. Y que, si volvemos una y otra vez a nuestras creencias, a nuestra familia, a nuestras tradiciones y a nuestras amistades, siempre encontraremos un motivo para sonreír, agradecer y seguir creyendo en las cosas buenas que están por venir.
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