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Rojas Pinilla

Rojas le propuso a Urdaneta que reasumiera el poder. El ‘Sordo’ se negó y entonces el militar, empujado por Mariano Ospina Pérez -ya enemigo de la Casa Gómez que lo había hecho presidente en 1946- asumió el cargo, con el apoyo del ‘ospinismo’ y del Partido Liberal, que vio en Rojas el redentor de sus penas.

23 de junio de 2021 Por: Jorge Restrepo Potes

Hace poco se cumplió otro aniversario del cuartelazo del 13 de junio de 1953. Era sábado y yo estaba interno en mi colegio bogotano.

Colombia, a la sazón, atravesaba una situación terrible. Siete años de lo que se ha dado en llamar, contra toda evidencia, ‘violencia liberal-conservadora’, porque los que pusieron los muertos fueron los liberales, y para la cual no se veía salida pues los caminos democráticos estaban bloqueados.

El presidente titular, Laureano Gómez, se había retirado del mando por motivos de salud dos años antes, y el tenebroso ‘Sordo’ Roberto Urdaneta, como primer designado, despachaba en el Palacio de Nariño.
Por cualquier medio, Gómez se enteró de que en una institución castrense había sido torturado, al extremo de sentarlo en bloque de hielo, el industrial antioqueño Felipe Echavarría, lo que llevó a Laureano a exigirle a Urdaneta que destituyera al comandante de las Fuerzas Armadas, el general Gustavo Rojas Pinilla, boyacense de bajo nivel intelectual y cultural.

Urdaneta no aceptó. Gómez ocupó de nuevo el solio, y expidió un decreto destituyendo a Rojas, quien en ese momento se hallaba en Melgar haciendo maletas para viajar por la noche al exterior a cumplir alguna gestión de su oficio. Al saber un coronel amigo de la ‘movida’ que contra él se fraguaba en Palacio, lo convencieron de regresar a Bogotá, lo que hizo inmediatamente.

Rojas le propuso a Urdaneta que reasumiera el poder. El ‘Sordo’ se negó y entonces el militar, empujado por Mariano Ospina Pérez -ya enemigo de la Casa Gómez que lo había hecho presidente en 1946- asumió el cargo, con el apoyo del ‘ospinismo’ y del Partido Liberal, que vio en Rojas el redentor de sus penas.

Aquella noche, en un radiecito de pilas me disponía a escuchar el programa sabatino de boleros que transmitía la emisora Nueva Granada.
De pronto, el locutor interrumpió la transmisión para decir que el general Gustavo Rojas Pinilla era el nuevo presidente de la República.
Rojas habló y dijo entre otras cosas: “No más sangre, no más depredaciones a nombre de ningún partido político; no más rencillas entre los hijos de una misma Colombia inmortal”.

Ilusos los liberales que conociendo los antecedentes de Rojas como comandante de la III Brigada cuando se produjo la masacre en la Casa Liberal de Cali, pudiéramos tener esperanzas en ese sujeto. Antes de un año a Rojas se le salió el falangista que ocultaba bajo su uniforme, y el 9 de junio de 1954 el régimen detuvo a plomo una marcha de estudiantes que protestaba por el asesinato la víspera del líder universitario Uriel Gutiérrez, quien cayó acribillado por balas oficiales. En la Calle 13 con Carrera 7, pleno centro de Bogotá, un contingente de soldados que había combatido en Corea abrió fuego contra los muchachos y hubo varios muertos.

La violencia volvió a apoderarse del país, y en especial del Valle del Cauca. Rojas, para citar un caso conocido por mí, se alió con León María Lozano, el tristemente célebre ‘Cóndor’, y en Tuluá se recrudeció la persecución letal a los liberales.

El 10 de mayo de 1957, Alberto Lleras y Laureano Gómez unieron el país para expulsar a Rojas e instalar el sistema del Frente Nacional, con el que llegó la paz por unos años.

En otra columna, continuaré narrando lo que después significó Rojas Pinilla en la vida política nacional.

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