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Balada del adiós

Naturalmente, y luego de una lucha tenaz, cancelé la suscripción, que casi no lo logro porque el departamento de suscripciones alegaba que me faltaban seis meses durante los cuales tendría que soportar la nauseabunda publicación

24 de noviembre de 2021 Por: Jorge Restrepo Potes

En 1982 compré el primer número de la nueva revista Semana y sentí una gran emoción porque en mi infancia apareció con ese mismo nombre la revista fundada por Alberto Lleras, quien meses atrás había salido de la Presidencia de la República.

La publicación hebdomadaria en la que Lleras vertió su prodigiosa inteligencia, sus conocimientos de excelso periodista, y su versación en la política nacional, revolucionó el periodismo criollo. Era la versión en español de Time, la famosa revista norteamericana, y era deleite espiritual leer lo que en ella escribía Lleras, que era casi todo, pues no tenía columnistas.

Franklin era el caricaturista encargado de la portada y sus trazos dibujaban a los líderes políticos con increíble parecido. A mi casa de Tuluá llegaba la suscripción y yo guardaba celosamente sus ejemplares, muchos de ellos empastados, que aún conservo. Lo hice hasta cuando el régimen conservador impuso la censura de prensa y Semana fue una de sus víctimas predilectas. Al salir Lleras, cuando fue nombrado Secretario General de la OEA, llegó a la dirección Juan Lozano y Lozano, quien con Antonio Caballero son los dos mejores comentaristas que ha habido en la prensa colombiana. Fue también director Hernando Téllez, hasta que por razones financieras desapareció la revista.

Treinta años después, el visionario Felipe López Caballero, hijo y nieto de expresidentes, y con músculo financiero, sacó en 1982 la nueva Semana, con Plinio Apuleyo Mendoza de director, y tuvo mucho éxito porque fue trasunto fiel de la vieja publicación.

Semana fue viento en popa y con ella surgieron varias publicaciones, todas exitosas, que convirtieron el grupo en poderosa empresa editorial.
Allí los lectores hallábamos a Antonio Caballero, María Jimena Dusán, Daniel Coronell, Daniel Samper Ospina, Vladdo, y varios más que exponían sus ideas sin ataduras partidistas, un verdadero reducto del pensamiento liberal, que va más allá de un partido político.

Un mal día le dio a Felipe López por vender su imperio editorial. Y ahí apareció Gabriel Gilinski de bien munida faltriquera, con ansias de convertirse en el Rupert Murdoch tropical. De rancia derecha, el poderoso banquero compró la empresa e inició la purga de los ‘castrochavistas’, que es el distintivo patentado por Álvaro Uribe y compañía para distinguir a quienes profesamos ideas opuestas a aquellas que vienen de Rionegro o de las planicies cordobesas.

Fuera todo el mundo, como gritan los toreros de postín en las plazas. Allí arribaron Salud Hernández-Mora, máxima exponente de la falange franquista; María Andrea Nieto, que no tiene tema diferente que despotricar de Juan Manuel Santos, quien para ella es el vicario del diablo en la tierra; y el larvado Luis Carlos Vélez, de subalterna alma uribista. Y ni hablar de la directora Vicky Dávila, sacerdotisa mayor del Centro Democrático, quien le ha dado un sesgo sectario a la información, que debe ser sagrada.

Naturalmente, y luego de una lucha tenaz, cancelé la suscripción, que casi no lo logro porque el departamento de suscripciones alegaba que me faltaban seis meses durante los cuales tendría que soportar la nauseabunda publicación. Cuando me dijeron la fecha exacta de la finalización les exigí que lo consignaran por escrito y así conseguí que fijaran la edición 2061 para dar por terminada mi relación con ellos. Ya estoy cantando la balada del adiós.

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