Qué escándalo tan chimbo
Calificar lo que se ve en los ‘Petrovideos’ de ‘acto criminal’ es exagerado e inconsecuente; espiar, dividir, destruir las alianzas y desacreditar al adversario está en todos los manuales de estrategia desde El Arte de la Guerra.
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Siendo deplorable la forma en que los ‘alfiles’ de Gustavo Petro ilustran la estrategia basada en chismes, espionajes y ataques a la reputación de los adversarios, no es criminal, sino algo inscrito en la política colombiana desde hace tanto tiempo que el escándalo es hipócrita y refleja el doble estándar de la sociedad. Calificar lo que se ve en los ‘Petrovideos’ de ‘acto criminal’ es exagerado e inconsecuente; espiar, dividir, destruir las alianzas y desacreditar al adversario está en todos los manuales de estrategia desde El Arte de la Guerra.
Hace décadas Colombia practica la llamada propaganda sucia. Ahora está profesionalizada y hace parte de los atractivos de las campañas. Quién es el estratega de comunicaciones se resalta en las noticias, aunque venga con un catálogo de estrategias de propaganda sucia junto con las de propaganda limpia. “Muchas cosas que la prensa llama propaganda negra son prácticas normales y comunes en una campaña”, dijo JJ Rendón en una entrevista reciente, añadiendo que el desprestigio del contrincante para ganar la elección es más importante que la opinión pública. No es cínico, sino realista.
En las elecciones de 1974 los lopistas asociaron a Álvaro Gómez al nazismo y los seguidores de Gómez revivieron el asesinato de Mamatoco durante la presidencia de Alfonso López Pumarejo fallecido 15 años antes, pero era el papá del candidato liberal a atacar. A Virgilio Barco lo ridiculizaban cruelmente por no ser muy hábil para hablar en público y acudir a textos escritos, “no le des la mano que te la lee”, decían; lo señalaban de usurpar la riqueza petrolera nacional con las utilidades de la concesión Barco recibida por su abuelo.
Luego se añadió otra pieza: judicializar al contrincante, sólo con propósitos electorales, como hicieron con Oscar Iván Zuluaga y el ‘hacker’ Sepúlveda, otra grabación de algo cuestionable pero no criminal. A su vez Zuluaga buscaba destruir la campaña de su contrincante, Juan Manuel Santos “queda un mes para dar un golpe, hermano” le decía a Sepúlveda, quien le ofrecía exactamente una campaña de redes para desacreditar a Santos y el proceso de paz.
Cuatro años antes Santos, asesorado, como no, por JJ Rendón, le aplicó su dosis a Antanas Mockus que le pisaba los talones. Mockus es quizás el único político colombiano sin videos oscuros, entonces se difundieron rumores sobre su enfermedad de Parkinson que el candidato confirmó diciendo que eso no lo inhabilitaba mentalmente para gobernar. La estrategia le iba saliendo tan mal a Santos que ordenó no referirse a la enfermedad de Mockus, pero ya se había cumplido el objetivo de sembrar la duda.
Luego Santos probó su sopa cuando se hundió el referendo por la paz. Juan Carlos Vélez, promotor del No, lo narró desparpajadamente a La República: “Estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca", con una ‘campaña de indignación’ por redes sociales recomendada por estrategas de Brasil y Panamá de "dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación".
No fue criminal entonces, no lo es ahora. Casi siempre estos asesores que suelen ser extranjeros buscan anular la campaña basada en debates para que se convierta en propaganda simple y directa que incita el odio o el miedo, que la gente se emberraque y vote con ceguera.
Preguntémonos entonces si el objetivo se cumplió en esta campaña y respondamos con base en el papel que los llamados a ser protagonistas de la democracia, candidatos, políticos, medios de comunicación y opinadores han cumplido para que la esencia de la democracia no haya sido anulada por la esencia de la propaganda.
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