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Sin embajador de Perú

La injerencia de Colombia en los problemas internos de Perú, o los de Chile, o cualquier otro país, solo lesiona profundamente la búsqueda del multilateralismo que como candidato decía pretender Gustavo Petro

2 de abril de 2023 Por: Vicky Perea García

Es difícil aceptar que, por un capricho presidencial, las relaciones con el Perú hayan llegado a su punto más bajo desde la guerra de 1932.
Capricho que resulta de no entender los límites que como jefe de Estado tiene que observar en nuestras relaciones diplomáticas, entre ellos mantenerse al margen de las polémicas sobre la situación interna de otros países. Como las relaciones exteriores se hacen entre países y no con gobiernos, una correcta diplomacia ordena no meter las narices en los asuntos internos de los demás, para que ellos no las metan en las nuestras, pero sobre todo para que esas relaciones se fundamenten en bases que trasciendan los mandatarios de turno.

Por incómodo y molesto que le parezca al presidente Gustavo Petro la defenestración de la presidencia de Pedro Castillo, es un problema de los peruanos y ellos sabrán cómo lo resuelven. Que eventualmente exista un mecanismo internacional para discutir y solucionar lo que hasta ahora sigue siendo un asunto interno del Perú, la presidencia de Colombia no debería haberse involucrado, mucho menos usando canales tan atípicos a la diplomacia como polemizar por redes sociales.

Es lamentable que el gobierno de Perú haya retirado sin plazo a su embajador en Colombia. Nunca habíamos llegado a semejante punto, ni siquiera durante la guerra, ni con las dificultades que representaron para las relaciones bilaterales los asilos de Víctor Raúl Haya de la Torre y Alan García. Los peruanos llegaron a ese punto por el crescendo en la vocifería colombiana y a pesar de todas las señales diplomáticas de que la situación estaba tensándose cada vez más.

Me imagino que en la Cancillería colombiana hay profesionales con conocimiento suficiente para saber que las protestas a nuestro embajador en Lima, el llamado al embajador peruano en Colombia, la declaración de persona no grata de Gustavo Petro por el Congreso peruano, eran señales inequívocas de la gravedad de la situación. Y si algo dijeron, al Presidente no le importó, otro efecto de este desastre es que en canciller Álvaro Leyva quedó ‘ninguneado’.

Cierto que la relación económica con Perú no es importante, no está dentro de nuestros primeros diez socios con apenas dos mil millones de dólares del que tenemos un leve superávit; la inversión tampoco es cuantiosa, ni la migración muy alta. La frontera si bien es extensa, queda sobre el Putumayo y el Amazonas sin puntos con tráfico sustancial. Pero nada de eso explica la falta de profesionalismo en el manejo de una relación con un vecino que es importante en el contexto regional, como país del Pacífico.

La injerencia de Colombia en los problemas internos de Perú, o los de Chile, o cualquier otro país, solo lesiona profundamente la búsqueda del multilateralismo que como candidato decía pretender Gustavo Petro. El multilateralismo defiende la soberanía nacional y el respeto por las opciones políticas y de modelos de desarrollo que cada país escoge. Por el contrario, la interferencia es la expresión del pensamiento hegemónico que quiere homogenizar por la fuerza a los países y excluirlos del diálogo internacional porque sus políticas y modelos de desarrollo salen del campo de visión de lo que el actor hegemónico considera legítimos.

Pero Colombia está lejos de poder ser hegemónica ni siquiera en la reducida vecindad suramericana; la idea de que somos líderes internacionales en cualquier cosa diferente a narcotráfico es un delirio.
Petro hizo lo correcto en desandar el camino con Venezuela, dañado por nuestra injerencia en los problemas de los venezolanos. Debe rectificar su torpeza y sanar el perjuicio causado a las relaciones con Perú.

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