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¿Reinventarse?

Estos días de frío encierro arrojan enseñanzas, entre ellas, valorar más lo que se tiene. Pero no necesito del coronavirus y el aislamiento para fingir reinventarme y procurar ser una mejor persona

10 de mayo de 2020 Por: Francisco José Lloreda Mera

No me quiero reinventar: quiero regresar a mi vida anterior. En estos días de encierro he disfrutado estar con mi señora y mis hijos, descubrir el nuevo silencio de la ciudad y divisar con nitidez los cerros orientales; arrebatarle al día unas horas más de lectura, improvisar en la cocina, compartir un juego de mesa, ponerme al día en series de Netflix, y perfeccionar mis habilidades de compra en línea y aplicaciones de encuentro virtual.

Pero echo de menos muchas cosas, entre ellas, ir a la oficina; trabajar desde la casa no es igual. Uno ya no sabe qué día es, los fines de semana pierden relevancia, similar los festivos. Y eso que soy un privilegiado, de tener trabajo y poderlo realizar desde la casa. Pero “salir a trabajar” tiene un encanto: encontrarse con el equipo, mirarlos a los ojos, darles un saludo. Las reuniones virtuales pueden ser efectivas, pero resultan distantes.

Extraño estar con quienes quiero, a mi familia y amigos; en físico, no de manera remota. No es lo mismo verlos en pantalla y pedir la palabra para hablar y escucharse. Me hace falta el abrazo, decirles lo importantes que son en mi vida; compartir un aguardiente, un vino, una empanada.
Recordar anécdotas, pilatunas de infancia, alegrías y tristezas; reír a carcajadas, contarse los quehaceres, las cuitas e ilusiones. Vivir el presente, de verdad.

Me hace falta ir a restaurantes. El lomo mostaza de Balzac, la pizza pantalón de Salerno; el pad-thai de Wok, el lomito yerbabuena de Platillos, la milanesa de ternera de Di Luca. No es lo mismo un domicilio por bien presentado y sabroso; extraño la experiencia del lugar, saludar a los meseros y algunos conocidos; antojarse del plato del vecino, de un pan recién horneado. Son obras de arte, únicas e irrepetibles, que provocan los sentidos.

Como es de rico ir a cine, con perro caliente y crispetas, pantalla grande y buen sonido. Una obra de teatro, una comedia, una zarzuela; aplaudir de pie con entusiasmo a los actores en escena. Una buena conferencia del Hay Festival; una escapada entre semana a Lerner o La Nacional; la Feria del Libro y la de Artesanías; un concierto en vivo de Air Supply -que no creo vuelva a ver- o de Santiago Cruz; imposibles de simular en digital.

Echo de menos el tenis -darle clases a un gran amigo- y nadar en el club por la mañana; compartir tarima del salsódromo con compañeros del alma, volver a Delirio, tirar paso en un par de fiestas. Salir de viaje unos días; tanto por conocer de Colombia y el mundo. Ir a Subachoque a hacer nada, a leer y a dormir; y refugiarme unos días en El Saladito: es parte de mi vida, mi pasado y esencia, que en época de encierro enmudece de tristeza.

Me hace falta la ciudad. Incluso el tráfico, insoportable. Los andenes-trampa, el sol y la lluvia, el bullicio de la gente, los centros comerciales, la ciclovía, las heces de los perros. Que mis hijos vayan al colegio, que les dé gripa y se embarren, tomarme un café con un amigo, caminar a veces por la calle. Vivir en lo que hemos creado, con lo bueno y lo malo. Somos una especie gregaria: seres humanos, no seres virtuales ni robots en aislamiento.

Estos días de frío encierro arrojan enseñanzas, entre ellas, valorar más lo que se tiene. Pero no necesito del coronavirus y el aislamiento para fingir reinventarme y procurar ser una mejor persona; para saber que la vida es finita y el tiempo implacable. Espero que esta cincuentena pase rápido y se diluya y regresar del todo a mi vida de antes. Más consciente de la fragilidad del planeta, con hábitos más saludables y con las manos más limpias. Pero gozar más la vida -lo que me quede de vida- junto a quienes me importan.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

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