Columnista
El raro uso del tiempo libre
Vi una notaria donde trabajaba una vieja amiga y me dije: voy a hacer lo que tanto critiqué: que los jubilados le fueran a quitar tiempo a los ocupados.
Siga a EL PAÍS en Google Discover y no se pierda las últimas noticias


9 de nov de 2025, 02:49 p. m.
Actualizado el 9 de nov de 2025, 02:49 p. m.
Al regresar de vacaciones y varias semanas por fuera, me encontré con dos multas por Soat vencido. Recibí el regaño en mi casa, pero nada que hacer; a comprar el nuevo Soat, a realizar los cursos y a pagar las multas. ¿Sería posible un descuento, pues debido al mismo olvido tenía las dos sanciones? ¿Me dejarían realizar un solo curso? Con optimismo busqué la cita y me fui a uno de estos centros dispuestos con este fin, en el barrio Tequendama. Pedí participar en la primera tanda que iniciaba a las 7:45 a.m. Allí me informaron que no era posible un solo curso, así que me anoté también para el de 10:00 a.m. Lamentablemente, por problemas con mis huellas digitales, la encargada me dijo que requería otro procedimiento, por lo que no era posible tomar el primer curso y que me esperaban para el de las 10:00 a.m.
Me quedaban dos horas libres. Estaba al día en mensajes y citas. No soy de los que se pegan dos horas a mirar redes, no llevé libro, así que me fui caminando hasta la Avenida Roosevelt. Vi una notaria donde trabajaba una vieja amiga y me dije: voy a hacer lo que tanto critiqué: que los jubilados le fueran a quitar tiempo a los ocupados. Me contaron que mi amiga se había pensionado hace rato. Peor, seguía sin saber cómo llenar el tiempo.
Alcancé a ver el edificio de colores, recordé su proximidad a Imbanaco, vino a mi memoria que tenía unas órdenes de exámenes enviadas por el cardiólogo y que podría ser la oportunidad de pedir citas y no como tantas veces en el pasado, que primero se vencían y jamás me los practicaba. Adicionalmente, llevaba meses pidiendo cita con mi urólogo y su secretaria siempre tiene una disculpa para no agendarme. Alcancé a pensar sobre los designios divinos que me estaban dando ese par de horas y en ese sitio.
Al pedir la cita para los exámenes, me dijeron: “No se vaya, ya le van a tomar las radiografías de tórax”. “Yo solo venía por la cita, señorita”. “No señor, ya lo van a atender”. A los pocos minutos yo estaba sin camisa, posando en varios ángulos ante Rayos X.
Seguí entonces al urólogo. Como para variar, la secretaría me dijo que no habían abierto la agenda de noviembre. Le dije que me preocupaba que pronto me dirían que no hay agenda de 2026, que llamara en los primeros meses, pues así me pasé 2025. Ella me contestó con la antipatía de siempre. Le expresé como contrastaba la amabilidad del médico con la actitud de su asistente. La sala de espera enmudeció, no supe si dándome la razón.
Lo cierto fue que la puerta del consultorio se abrió; el doctor, inquieto, se interesó en mi preocupación y me dijo: “Pues tengo un momento para atenderte, ya que un paciente canceló. Sigue, por favor”. Dentro del consultorio miramos los exámenes más recientes; varias veces me los había hecho pendientes de una cita sorpresa. “De todos modos”, agregó, “hagamos un tacto prostático”. En pocos minutos yo estaba en bola, embadurnado de vaselina, pensando en la multa del tránsito y en que iba a perder el segundo curso por ausencia. Lo cierto es que llegué a la sede del tránsito, a las 9:58 a.m. Cumplí con los trámites, con tristeza pagué la multa y, aterrado por esa mañana tan diversa, regresé a mi casa.
Al entrar presuroso, mi señora me preguntó que cómo había salido todo. Le dije que en un momento, cuando saliera del baño, le contestaba porque primero me debía quitar la cantidad de vaselina que tenía. Solo alcancé a oír una voz grave y desconfiada que en la puerta me preguntaba: “Dime qué fuiste capaz de hacer para que te rebajaran la multa!”.
No era fácil explicar todo lo que le puede suceder a alguien manejando con dinamismo su tiempo libre. Pero me dolió que dudaran de mí, como que el urólogo siguiera allí, actuando con consabida profundidad.
6024455000






