Los vinos de diciembre
En medio de tanto cambio que le ha correspondido a nuestra generación, el culto al vino no ha sido la excepción.
En medio de tanto cambio que le ha correspondido a nuestra generación, el culto al vino no ha sido la excepción. Los que se consumían en los años 60 y 70 eran fundamentalmente aperitivos como el Cinzano y el Martini, y de otra parte, cepas dulces como los moscateles y algunos oportos, al punto que almibarados como el Cherrynol de cerezas o el Cariñoso de manzana, fueron hitos en el mercado.
Muchos de los primeros guayabos de amigos míos fueron con esos jarabes que casi los hace jurar que jamás volverían a beber para evitar ver de nuevo la madreselva en medio de los cañaduzales. Los chilenos fueron conquistando el mercado nacional, pues los vinos franceses y los secos españoles eran costosos hasta que con la globalización la oferta se hizo más interesante, tanto en cepas como en vinos del viejo y nuevo mundo permitiendo el acceso del caldo a múltiples hogares.
Los genios del mercadeo procuran hacer encantador el consumo del vino y tratan de describir sus sabores de la manera más particular. Mi primera clase de cata de vino fue hace unos 20 años con un profesor del Externado y cuando este preguntaba por las notas que dejaba el vino en nuestro paladar mencionábamos arándanos y berries desconocidas que nos inventábamos y el nos daba la razón.
Era una clase de fantasía. Esto lo he recordado cuando leo la crónica sobre los mejores vinos de 2019 y he aquí algunas descripciones: “La nariz presenta fresas y ciruelas, arropadas por una mineralidad expresada en grafito y tabaco”. Quedé despistado. Lo único parecido al sabor al grafito fue la punta del lápiz de kínder pero no cuadra con el tabaco de la vejez.
Y que tal este: “La boca tiene taninos delicados y un final principesco”. ¿A quién le pregunto sobre este final? ¿Al príncipe de Marulanda? Pero este me mató: “De color rubí pálido, la nariz evoca moras silvestres con un toque de champiñones y tierra mojada, la boca presenta los taninos femeninos”. Leyendo esta combinación inusual preferí dejar de pensar en el vino y la recordé a ella, su boca, mojada.
Pensé entonces en la cantidad de buenos vinos que existen y en las personas con las que quisiera brindar en esta Navidad. En el aroma de la amistad y en la permanencia de las notas del amor, a veces con algo de acidez pero que permiten guardarse por siempre en las barricas del alma. ¡Salud!