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Lo bueno de la pandemia

Para algunos puede resultar un ejercicio pernicioso tratar de vislumbrar qué de bueno le ha dejado a la humanidad la pandemia del covid, que sólo en nuestro país ha contagiado a más de 600.000 personas y ha causado más de 20.000 fallecimientos.

3 de septiembre de 2020 Por: Diego Martínez Lloreda

Para algunos puede resultar un ejercicio pernicioso tratar de vislumbrar qué de bueno le ha dejado a la humanidad la pandemia del covid, que sólo en nuestro país ha contagiado a más de 600.000 personas y ha causado más de 20.000 fallecimientos.

Pero resulta que el hombre tiene la capacidad de sacar algo bueno de las peores situaciones. Voy a citar dos ejemplos de esta realidad.

La Segunda Guerra Mundial sirvió para masificar el uso de la penicilina para tratar infecciones. Aunque el medicamento fue descubierto por Alexander Fleming diez años antes de que estallara la guerra, sus beneficios solo se comprobaron con su uso masivo durante esta conflagración.

La aviación es otro hijo de las guerras, durante la Primera Guerra Mundial se comenzó a usar como un arma letal. Pero fue durante la II Guerra cuando la aviación tuvo un desarrollo impresionante. Incluso se inventaron los aviones tipo Jet.

Esta pandemia no ha sido la excepción y también nos ha dejado valiosos aportes. Para comenzar, para la investigación médica el afán por descubrir una vacuna que nos libre de esta pesadilla ha resultado provechoso. Todo indica que antes de finalizar este año tendremos esa vacuna, o sea que un proceso que hasta ahora tardaba años, esta vez fue desarrollado en meses.

Pero más allá de ese beneficio tangible el aporte más importante que nos ha dejado el covid es que ha sido un golpe certero a uno de los peores defectos del ser humano: la arrogancia.

Que un virus, primo hermano de la gripe, le haya cambiado la vida a siete mil millones de seres humanos en todo el planeta nos ha mostrado lo inmensamente frágiles que somos. Y ni siquiera es un virus muy letal como el ébola, apenas mata a un 3% de quienes lo contraen.

Este virus obligó a millones de personas a refugiarse en sus casas durante meses, tiene en quiebra a la mitad de los países del mundo y les cambió la forma de vivir a quienes pertenecemos a esta especie. Y de paso nos igualó a todos: nadie está exento de contraerlo.

Otra cosa importante que nos enseñó el virus es a valorar las cosas sencillas de la vida: poder visitar a la familia, ir a un restaurante, reunirse con los amigos, salir a caminar al parque. Muchas de estas cosas no las pudimos hacer durante meses y otras aún no podemos hacerlas.

Hablando de temas más pragmáticos, miles de adultos en todo el planeta le perdieron el miedo a la tecnología y aprendieron a usarla. Hoy prácticamente no hay nadie en el mundo que no sepa usar Zoom, Microsoft Teams o alguna de estas plataformas que nos sirven para comunicarnos.

Y la gente aprendió lo que es el autocuidado. Hoy es rara la persona que uno ve en la calle sin su tapabocas. Y aunque parezca algo nimio, aprendimos a lavarnos las manos. Antes nos echábamos un poco de agua a las carreras y las bacterias seguían ahí. Ahora nos las lavamos de verdad y no nos importa invertir medio minuto en ese proceso.

Mucha gente también se acercó a su espiritualidad, que tenía archivada en el cuarto de san alejo, durante estos meses.

En fin, hay que tener fe de que si bien la humanidad va a salir golpeada de esta pandemia, y le va a costar años y mucho esfuerzo recuperarse, el ser humano, paradójicamente, va a salir consciente de su vulnerabilidad, pero fortalecido espiritualmente.

Sigue en Twitter @dimartillo

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