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Los miedos ancestrales

La resistencia a recibir tratamiento es una de las labores más arduas del ejercicio profesional en comportamiento humano

10 de diciembre de 2017 Por: Carlos E. Climent

La desconfianza de muchas personas al respecto de los tratamientos para los trastornos mentales es una situación muy común. Tal desconfianza va desde la negación de la enfermedad hasta el rechazo a la labor del profesional, sus métodos y tratamientos. Este rechazo es tan generalizado que no diferencia entre trastornos de excelente pronóstico, como la depresión, y otros de pronóstico más reservado como las psicosis. La mayoría de las personas que sufren de un síndrome depresivo (tristeza, pesimismo, ideas de muerte, insomnio, disminución de la energía, pérdida de interés en las cosas, etcétera) se recupera completamente si se somete a un tratamiento médico adecuado. Es necesario recordar que el profesional que, hoy en día, no siga los lineamientos científicos reconocidos internacionalmente para el manejo de las diferentes formas de depresión está privando, de manera  irresponsable, a su paciente de la posibilidad de mejorar su calidad de vida.

Otros factores que alimentan la resistencia son:

*Los ataques de los movimientos antipsiquiátricos, rezagos de un pasado en gran medida superado, contra los diversos métodos  sicoterapéuticos por considerar, sin fundamento alguno, que son una invención con el perverso fin de controlar a las personas.

* Los medios de comunicación y en especial el cine, que suelen presentar la especialidad en circunstancias exageradas o absurdas que no corresponden a la realidad.

* Los chistes con los que se pretende ridiculizar a los psiquiatras que no son sino una confirmación del temor mencionado que intenta desvalorizar algo a lo que se teme.

*  El miedo a recaer de quienes han sufrido trastornos mentales y se han recuperado, lo que lleva a posponer una visita de control, con la cual se evitaría un nuevo brote de la enfermedad.

* No aceptar la realidad de una dolencia que es desagradable o incómoda, y que sin ninguna razón avergüenza.

* Tener una historia familiar de enfermedad mental o alguna experiencia emocional negativa.

* Haber sido objeto de un lavado de cerebro a manos de una propaganda negativa.

Las razones anteriores explican, en alguna medida, la irracional resistencia contra la cual se enfrentan el clínico y la familia del enfermo en el proceso de persuadir a este último a iniciar un tratamiento. Incluso cuando se sabe que los tratamientos modernos lejos de tener riesgos, ofrecen clarísimos beneficios.

En el fondo es el temor ancestral a “la locura” que se pone de manifiesto en personas a quienes les asusta tan solo el hablar de temas emocionales y se convierte en un temor inconfesable que se guarda como un secreto de familia que muchas veces ni siquiera se reconoce.

Al respecto, es prudente recordar que ni el desear que las cosas desagradables desaparezcan las hace esfumarse, ni el ignorar una enfermedad la va a evitar, ni el anhelar que la realidad sea distinta la va a cambiar. En cambio discutir abiertamente ciertos miedos permite disiparlos y el aceptar francamente las conductas inapropiadas facilita su corrección.

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