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Y Sevilla...

Nos despide Lisboa en un claroscuro y el amanecer se abre por la ribera del Tajo que conduce al aeropuerto.

1 de octubre de 2018 Por: Aura Lucía Mera

Nos despide Lisboa en un claroscuro y el amanecer se abre por la ribera del Tajo que conduce al aeropuerto. Un Fócker pequeñito es el encargado de depositarnos en Sevilla y el taxi deja los extramuros para internarse en la ciudad amurallada que conserva el sabor, el salero, la gracia y la tradición andaluza.

La Calle de los Reyes Católicos termina en el Puente de Triana sobre las aguas esmeralda del Guadalquivir uniendo esas dos comunidades, que por siglos se excluyeron. Triana, el barrio de los gitanos, los pobres, los alfareros que sacaban a palazo limpio esa arena ocre dorada que caracteriza y hace única la ciudad en la que mataron a puñaladas un mendigo y el escultor sublime lo vio agonizando para plasmar su dolor en un boceto de donde nació El Cristo del Cachorro, la imagen más dolorosa y bella que he visto en mi vida.

La Iglesia de la Virgen de la Macarena, trianera, gitana, coqueta, revestida de oro y esmeraldas venerada por millones de fieles y rival en Semana Santa con la del Rocío, trianera pero diferente. Acompañada de coplas y saetas cuando guía las carrozas por las marismas y praderas en la Feria del Rocío y la aristócrata de los barrios amurallados.

Sevilla misteriosa. Sevilla llena de rincones escondidos. Sevilla esquiva y seductora. Sevilla de señoritos y gitanos. De dehesas y flamenco. De tablaos y guitarras. De bares donde la manzanilla se enlaza con el humo del tabaco y las conversaciones taurinas.

Porque la Maestranza, con su albero dorado, sus arcos, su tradición, es más sagrada que la misma Catedral o la Giralda. Porque Sevilla es cuna del toreo y se ha estremecido con las verónicas de Belmonte, de Curro Romero, de Rafael El Gallo, Frascuelo, Lagartijo, Ordóñez. Ha llorado sus muertos. Ha honrado la memoria de esos maestros y ganaderos que forman parte de su historia y de su cultura. Poetas, pintores, escultores y escritores han recreado esta Fiesta Brava y secular.

En esta ocasión fueron Morante de la Puebla, Manzanares, Roca Rey y Juan José Padilla los que hicieron el paseíllo. Morante y su magia. Manzanares y su honda sabiduría. Roca Rey y su dominio inverosímil y la despedida del Pirata Padilla, con redecilla goyesca que cubre la última herida de asta en la cabeza. Ovaciones de miles de aficionados mientras él se arrodillaba a besar ese ruedo sagrado y guardaba un poco del polvo dorado en su chaquetilla bordada de luces y alamares.

El barrio de Santa Cruz. La Plaza de Doña Elvira con olor a azahar y limón. La Plazuela de los Venerables donde se comen los mejores tomates asados. Los puestos donde se venden las esencias voluptuosas como diría Kavafys. Las callejuelas empedradas que se entrelazan en laberintos y las ventanas se miran unas a otras tal vez besándose en las noches cuando la luna se mete en el Guadalquivir de las estrellas, y los toros, los claveles, los geranios y las retamas se enamoran.

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P.D. Ya en el tren rumbo Madrid veo pueblitos blancos diminutos con sus torres donde se paran las cigüeñas a formar sus nidos con la paja seca del verano. Olivares y encinas. Adiós Sevilla.

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P.D2. Olga Holguín Gutiérrez, caleña de casta, acaba de dar a luz uno de los libros más bellos de la tauromaquia. La vida, los instantes, los momentos sublimes de Morante de la Puebla, en una secuencia de fotografías irrepetibles en las que llega al alma del torero, a su esencia. Con textos bellísimos de Mario Vargas Llosa, César Rincón, Felipe Negret, El Juli, Talavante, El Cigala, Oswaldo, Viteri, Tomatito, entre los muchos aficionados y artistas que acompañan las fotos. ¡Qué orgullo tener una caleña como creadora y editora de esa obra llena de arte, belleza y afición!

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