Terror
¿Cómo le cabe a alguien en la cabeza que se siga escondiendo la verdad dolorosa, sangrienta, trágica de nuestra historia? ¿Hasta cuándo mentiras y justificaciones?
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1 de ago de 2022, 11:40 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 12:51 p. m.
Cada mañana al despertarme siento terror. Abrir los ojos y enterarme de la realidad, cada día más espeluznante, grotesca y surrealista. No sé si reír o llorar, o mejor dar media vuelta y cerrar los ojos, para seguir viajando por mi realidad paralela, esa de los sueños, aunque a veces no sean tan divertidos. Eso sí, mejores que lo que me espera.
Ver videos de Duque en Valledupar borracho, con micrófono en mano y celebrando su parranda mientras asesinan policías. Leer los ataques de Palomas y otras aves, gritando improperios, contra los ministros de Educación (saliente y entrante) por aprobar el proyecto de ‘La escuela abraza la verdad’, en el que se han inscrito más de 3 mil instituciones educativas privadas y públicas, urbanas y rurales, para llevar la pedagogía de la paz y la verdad y prevenir que vuelva a suceder el horror que hemos vivido, acolitado, ignorado y tapado.
Es tan aberrante este ataque que lo comparo, guardadas las proporciones, con que Alemania se hubiera negado a permitir cualquier libro, película o documento sobre El Holocausto, o España prohibiera sacar a la luz los horrores cometidos durante la dictadura de Franco, Francia censurara y negara la colaboración de los franceses con los nazi, y las desapariciones y torturas en el Velódromo de Invierno en París o Chile negara el asesinato de Víctor Jara cuando le amputaron las manos. O Argentina no reconociera que durante la dictadura de Videla se arrojaban los cuerpos de los asesinados desde helicópteros al mar.
Todo país tiene tras de sí sus historias tenebrosas y vergonzosas de crímenes, desaparecidos, sangre y violencia. Y jamás se han negado a reconocer su historia, excepto algunos, precisamente para cambiar de rumbo y no repetirla jamás. Para iniciar una nueva etapa donde todos tengan sus derechos, y sobre todo el de la vida, el respeto y la dignidad.
El mismo Papa Francisco se fue a Canadá calzado con unas sandalias artesanales a pedir perdón por las masacres y violaciones de las etnias sometidas al poder eclesiástico y evangelizador.
¿Cómo le cabe a alguien en la cabeza que se siga escondiendo la verdad dolorosa, sangrienta, trágica de nuestra historia? ¿Hasta cuándo mentiras y justificaciones? ¿Más cuentos de hadas para la juventud? ¿Tenemos nosotros, los que estamos vivos, el derecho de negar la verdad a las futuras generaciones? ¿No basta lo que hemos permitido por ignorancia, alcahuetería, comodidad, durante más de medio siglo?
La verdad es dolorosa para todos porque son cientos de miles de civiles inocentes asesinados o desaparecidos que no eran combatientes. No existe ninguna guerra sana, pero desaparecer, enterrar en fosas comunes, lanzar cuerpos sin vida a los ríos, violar mujeres y jóvenes, desmembrar con sevicia y mutilar cuerpos de campesinos inocentes que quedaron atrapados en medio de un conflicto demencial, no tiene ninguna justificación.
Se tiene que conocer la verdad para curar las heridas de los sobrevivientes, de los desplazados, de aquellos que perdieron sus tierras, aquellos secuestrados y vejados, los jóvenes estudiantes tienen el derecho a conocer su historia, la verdadera, la que convirtió este bello país en un camposanto.
Solo la verdad nos podrá liberar. Estar en paz con nosotros mismos. No seguir cargando con el saco pesado, maloliente de mentiras y mentiras. No somos Sísifo. Tenemos el derecho y el deber de seguir caminando y mirando de frente. De darnos la mano y abrir una nueva página en nuestra historia. Tardaremos muchos años, pero vale la pena dar este primer paso.
Lo demás es cobardía. Cobardía inaceptable. El Ejercito, la Policía, los políticos, los civiles, las víctimas y los victimarios tenemos en este momento histórico la oportunidad de recuperar nuestra dignidad. Las estrellas están alineadas no las dejemos pasar.

Periodista. Directora de Colcultura y autora de dos libros. Escribe para El País desde 1964 no sólo como columnista, también es colaboradora esporádica con reportajes, crónicas.
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