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¡Qué pereza!

Qué pereza aterrizar en lo que comúnmente se atreven a llamar el mundo real, el más demente de los mundos.

13 de enero de 2020 Por: Aura Lucía Mera

Qué pereza aterrizar en lo que comúnmente se atreven a llamar el mundo real, el más demente de los mundos. El del calentamiento global, los incendios devastadores, el orangután de Trump asesinando a sangre fría.

Y para no irnos a aguas internacionales, en lo local las chuzadas y porquerías del Ejército, el tape tapen de los Nicacios y su pandilla, las atrocidades que suceden en Bojayá, la frivolidad del subpresidente y sus ministros, el descontento general que puede ir in crescendo ante la indiferencia del No-Estado, la echada a patadas de Uber sin ton ni son.

¡Ni sigo porque de la ‘pereza’ del aterrizaje puedo pasar en un segundo a la desesperación!

La desesperación de que seamos incapaces de llevar una vida normal, basada en la solidaridad, la generosidad, el respeto, la honestidad y la ética. No entiendo por qué y en qué momento hemos caído en la esclavitud de dos tiranías: el poder y el dinero. Los causantes de todo. Y cuando digo todo es todo. Las guerras, los asesinatos, la desigualdad, la corrupción, la ambición, las polarizaciones, la indiferencia frente a los que sufren, los inmigrantes.

Me pregunto por qué sólo abrimos nuestro corazón a la ternura y la solidaridad cuando suceden catástrofes como tsunamis, explosiones nucleares, terremotos, inundaciones.

De pronto pareciéramos despertar del letargo y aparecen ayudas internacionales, toneladas de comida, cobijas, pañales, zapatos, elementos de construcción, oraciones colectivas, donaciones individuales y un amor profundo por el prójimo.

De pronto lloramos inconsolables ante la foto de un niño en una playa y no nos importan un carajo los cientos de asesinatos, violaciones, maltratos diarios y miseria que nos rodea, sin que nos altere el ritmo cardiaco o circadiano.

Dinero y poder han sustituido cualquier emoción o empatía. Lloramos la muerte de un amigo o de la mascota, pero somos indiferentes ante los asesinatos en serie de campesinos.

¿Qué nos pasa? ¿Por qué seguimos matándonos? ¿Por qué llevamos incrustado tanto odio en el alma? ¿Por qué esa rabia colectiva que estalla a la menor provocación? ¿Por qué esa corrupción y torcidos para acumular más billete, olvidándonos que nos iremos solos y desnuditos, sin la billetera para comprar once mil vírgenes o hacer serrucho con satanás?

Estos días de descanso total, cerca de Manizales, esa ciudad amable y acogedora, deleitándome con el arte taurino, mirando atardeceres rojos y lunas llenas, fueron el bálsamo para llegar de nuevo al odio nuestro de cada día, el pitazo, la mentada de madre, la discusión bizantina de prohibir las corridas, atropellando el derecho de las minorías, y etc., etc.

Qué Pereza. La vida real invivible, sin marcos de referencia morales ni éticos ni profesionales. No sigamos matando nuestros sentimientos. Volvamos a abrir el corazón a la ternura. No dejemos la generosidad ni el compartir lo que tenemos, para las grandes catástrofes. Todos los días alguien nos necesita, un gesto, una sonrisa, una donación, un abrazo. Solo por hoy no odiemos a nadie. ¿Será mucho pedir?

***

Posdata.
No entiendo por qué los alcaldes la han cogido contra la Tauromaquia. La Tauromagia. ¿Quieren acabar con esa especie animal? ¿Con esas montañas incontaminadas? ¿Con ese arte de siglos, que no tiene guiones, trampas ni trucos? ¿Precisamente aquellos que han sufrido el repudio por pertenecer a unas minorías? ¿Por qué la han enfilado contra los taurinos? ¿Por qué no prohíben la ópera donde hay asesinatos, cuernos, incestos y venganzas y además cantan?

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